Capítulo 1

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No me apetecía mucho ir a la fiesta que organizaba David. Si bien no era de los que las iba criticando a escondidas, no tenía ganas de relacionarme con nadie. Me gustaba mi vida de ermitaño apaleado y quejica. Envidio a la gente que se recupera rápido de una ruptura. Yo sigo tardando una eternidad. No es fácil romper una relación, nunca es algo sencillo; las personas que han pasado por mi vida, toda la gente con la que he salido, incluso con la que sólo he estado una noche, me han marcado de una forma u otra. No soy capaz de pasar de una a otra sin más. Si estuve con esa persona, es porque la elegí por algo, algún tipo de conexión; y, aunque ésta se rompa, eso no significa que no haya estado ahí. 

Ésa era mi situación. Sé que la gente hablaba de mí a mis espaldas, me decía cosas a la cara, pero se callaban el resto para tener algo con lo que cotillear. La mejor forma de romper el hielo es poniendo verde a alguien, y esos días, ahora soy consciente, fui yo al que le tocó sufrirlo. Sólo necesitaba a alguien que me hiciera caso, que se olvidara del mundo y se centrara en mí. A veces, la vida se reduce a que alguien te dé un abrazo y te diga que todo va a salir bien.

Fantaseaba con encontrarme a Alejandro (mi ex) por la calle, detenerme, mirarle y mandarle a la mierda. Tantas cosas quise decirle en su momento y no tuve la oportunidad, tantas palabras se me agolparían en mi mente en el momento de la verdad... Pero no me lo encontré. No le vi en toda la noche. Nadie se atrevió siquiera a mencionarlo durante la fiesta. Puede que fuera mejor así. No quería seguir siendo 'el pobre Marc, que lleva sin salir de casa un mes'.

La casa de David, compartida con otros dos chicos, no tendría más de sesenta metros cuadrados, pero se había consolidado como EL LUGAR para las fiestas y las copas de todos los fines de semana. Techos altos y largos pasillos, un amplio salón (tan amplio como lo permitía el piso) que hacía las veces de comedor, con una de las paredes forrada con pizarra en la que se mezclaban dibujos de penes sonrientes con un retrato de Angelina Jolie como La Mona Lisa. Olía a incienso barato mezclado con tabaco y, esa noche, a pollo quemado.

–¡Para una vez que intento cocinar y mira lo que pasa! –llegó un grito desde la cocina. David. Seguro.

Él había sido el artífice de que viniera. Sabía que necesitaba salir, volver a ser sociable y beber hasta caer redondo sobre su alfombra gris (aunque él mantuviese que era color 'marfil apagado'). Pese a mis dudas iniciales, acabé por ceder a la evidencia y admitir que había hecho bien en salir de mi escondrijo. Lo supe en el momento que le vi. Me quedé en blanco. Empecé a imaginar cómo sería mi relación con él. Sé que tenía que evitar hacer eso, intentar no ver más allá, no fantasear sobre el futuro de una persona junto a mí. Puede que fuera una forma de juzgar por la apariencia, de ser superficial. No podía evitarlo. Con él, no pude ver nada más allá de ese momento, como si un agujero negro se hubiera tragado su futuro, algo que me atrajo irremediablemente, como la gravedad con un cuerpo pesado, y que acabaría por hacerme rotar a su alrededor.

–Éste es Lucas.

–Marc –dije, tímidamente.

Lucas sonrió, me miró de arriba abajo, me dio dos besos y se fue. La luz mortecina y la nube de humo de tabaco le dieron un aire de superioridad, casi místico, mientras se alejaba, bebiendo de su pequeño vaso de plástico arrugado. Ataviado con una camisa vaquera abierta y unos pantalones arrugados color caqui que le marcaban el culo, desapareció entre la gente, casi mimetizándose con el ambiente.

–Discúlpale, es algo gilipollas. Pero, ¿a qué es súper guapo?

Me limité a asentir. La fiesta acababa de cobrar interés, como cuando ves una película y justo aparece tu actor favorito. Sé que es una comparación un tanto bobalicona, y tampoco dejaba en buen lugar las fiestas de David, pero ésa fue la sensación que me provocó verle por primera vez.

DextrocardiacoWhere stories live. Discover now