La Sayona

737 34 13
                                    

La Sayona

Llegó a Venezuela con los ojos rojos e hinchados, el cabello enmarañado, pálida como la muerte misma; gruesas ojeras rodeaban sus ojos ahora carentes de brillo. A penas si daba señales de darse cuenta de lo que hacía. La joven no mayor de veinte años parecía no saber ni donde se encontraba. Más de una persona le había preguntado si estaba bien, le había ofrecido su ayuda; pero ella ni siquiera se percataba de aquellos gestos tan amables.

Abandonó el aeropuerto intentando pasar desapercibida, aunque no parecía resultar. Podía sentir las miradas de cientos de personas sobre ella; o tal vez era solo su imaginación. De todos modos le resultaba incómodo. No había llevado mucho equipaje, apenas dos maletas pequeñas; lo último que quería hacer era incomodar a su familia. Aunque la incómoda debía de ser ella. En esos momentos podría haber estado aterrizando en Italia, visitando a su madre.  Aún no era muy tarde para dar marcha atrás, llevaba consigo suficiente dinero como para pagar un vuelo hasta Florencia.

O tal vez no. Vio el cartel con su nombre.  Escritas en letras rojas se leía: Serena González. ¿Por qué habrían utilizado tinta roja? Su familia era muy supersticiosa y aunque no recordaba el motivo siempre le habían dicho que era malo escribir el nombre de una persona con ese color. Y lo que le parecía más extraño aún ¿Por qué la intentaban reconocer por su apellido paterno? Hacía mucho que no lo utilizaba. Le sorprendió. No esperaba que enviaran a alguien a buscarla, no después de la “agradable y tierna” despedida que se dieron la última vez que se vieron. Se acercó lentamente al hombre que sostenía el papel y se presentó en un murmullo apenas audible. El chofer  la miró con lástima, cogió su equipaje y le pidió que la siguiera. Un auto negro la esperaba no muy lejos de ahí.

Lo más interesante que haría era el viaje sin descanso desde Caracas hasta el pequeño pueblo en la región de los Llanos en donde solía vivir su padre. Su padre… no lo veía hacía mucho tiempo y ahora... La última vez que pasaron una tarde juntos ella tenía catorce años ¡Una verdadera lástima! Ni siquiera se había tomado la molestia de observar la ciudad desde la ventanilla del vehículo ¿Para qué? Al fin y al cabo no podría entrar a ninguna tienda ni conocer ningún lugar. Se quedó dormida antes de lo esperado.

Cuando despertó ya no estaba en el automóvil, se encontraba en una suave cama. Se levantó de un salto, asustada. No lo costó reconocer su entorno, estaba en su antigua habitación en casa de su padre. Sus tíos, el hermano de su padre y su esposa estaban ahí, observándola.

-Mija- dijo su tío- Qué alegría verte

Serena tuvo que hacer un esfuerzo por no reír, él no estaba feliz de verla.

-Hola- saludó, no porque su familia no le agradara ella debía ser descortés

-Sabemos que estás cansada- dijo su tía- Pero tenemos que hablar de Juan

Pero ella no quería hacerlo.

Cuando tenía diez años ella y su madre descubrieron que su padre tenía una amante. No se lo había perdonado del todo. Después de eso sus padres se divorciaron y ella y su madre fueron a pasar una temporada en casa de sus abuelos maternos en Italia, el hombre volvió a Venezuela y se instaló en Caracas. Sus progenitores rehicieron sus vidas, su mamá se casó con un italiano que las adoraba y su padre contrajo nupcias con una viuda que conoció en un viaje a Maracaibo. Ambas familias recién formadas se instalaron en lugares diferentes del mundo para iniciar una nueva vida y aunque a Eleonor Rossi le fue más que bien, Juan tuvo ciertos problemas. Dicen que los malos hábitos nunca mueren, unos años después de su boda y de tener tres hijos maravillosos, el hombre vio a una hermosa muchacha bañándose en el río al que él iba a pescar. Sus largos cabellos negros, su piel pálida como la de un muerto y su gran altura le recordaron a la hija que tuvo de su primer matrimonio. Pensando que era Serena fue a verla, pero no, su niña tenía ojos oscuros, los de esa mujer eran tan claros como el amanecer. Hablaron durante un rato luego de que Juan se disculpara muchas veces por haberla visto desnuda. Aquel triste pecador vio por casualidad unas cuantas veces más a la joven que luego supo se llamaba María Alejandra y un tiempo después le ofreció convertirse en su amante. Y así fue como su segundo matrimonio se arruinó. 

La SayonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora