CAPÍTULO 1 - Parte 1

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Aldric de Windmill, escudero asignado a las órdenes del capitán Claremont, permanecía en pie y en completo silencio en el despacho del rey Varen, con los hombros muy erguidos, a pocos pasos de su señor.

Su aspecto era impecable o, al menos, el mejor posible, dadas las circunstancias. Aunque tenía aire cansado, consecuencia de llevar demasiado tiempo sin dormir en condiciones, vestía bien para ser un escudero: pese a las pretensiones del Tribunal de Honor que había condenado de forma póstuma a Jeran de Windmill, el rey había insistido en que le permitiesen quedarse con lo poco que había poseído su padre. Un acto de magnanimidad que había provocado todavía más rencor en Aldric, de ser eso posible.

Pero, al menos, también le había dado la posibilidad de conservar recuerdos familiares, como el fino anillo de oro blanco con el granate de los De Windmill que portaba en esos momentos en el anular de la mano derecha, además de comprarse un equipo más decente del que le hubiese procurado el tacaño Claremont, incluido un pañuelo de hilo blanco del que se había encaprichado absurdamente. ¿Para qué había hecho semejante gasto? Ni se atrevía a sacarlo del bolsillo del pantalón, no fuera a mancharse y perder aquel tono impoluto.

El resto de las cosas sí que eran útiles, y podría usarlas mucho tiempo. Las botas altas de cuero blando sujetas por cintas eran nuevas, igual que el pantalón, la camisa, el chaquetón largo y la capa que esperaba en su pequeño dormitorio compartido con otros tres pajes.

Quizá había sido un error dejarla allí, porque a saber si seguía entera a su vuelta... Aldric suspiró. Parecía haber un acuerdo general entre los habitantes de Piedra de Reyes, un pacto por el que casi todos procuraban hacerle la existencia imposible desde el suceso en el que su padre perdió la vida y el buen nombre.

Los pajes con los que convivía, de hecho, eran unos zoquetes muy malintencionados a los que les importaba bien poco qué había ocurrido con Dereth. Simplemente aprovechaban aquella circunstancia para poder mostrarse crueles sin sentir culpa alguna. No dejaban de ensuciarle las mantas del jergón, le escondían las cosas, no le dejaban más que agua sucia para lavarse...

¡Vaya tres! Seguro que no tocaban su camisa vieja, la que había dejado también en su arcón, para usarla cuando no tuviese ninguna tarea importante, lo que le permitiría conservar en mejor condiciones la que acababa de estrenar. Sin embargo, la capa nueva... Esa podía terminar con agujeros, sucia por haber sido restregada con excrementos de rata o desaparecer sin dejar rastro, directamente.

Pero, claro, qué remedio: no hubiese sido acertado llevarla al despacho privado del rey. Algo así hubiera llamado la atención, como si pretendiese partir en cualquier momento a un largo viaje.

«Ojalá pudiera irme de verdad», pensó, con amargura. ¡Si pudiera! Porque, ¿qué le ataba ya a ese lugar, al margen de la pequeña esperanza de poder limpiar algún día la honra de su padre? Nada, absolutamente nada. Hubiese preferido evitar la cercanía del rey. No sabía cómo actuar ante aquel hombre.

Sus ojos se clavaron en Varen y tuvo suerte de que nadie le estuviese mirando justo en ese momento. Seguro que su expresión había sido de lo más reveladora.

Estaba furioso.

¿Cómo había podido, cómo había sido capaz...? Su padre había pasado años sirviéndole con toda lealtad y dedicación, prácticamente toda su vida. Y total, ¿para qué? El monarca al que tanto había adorado, había demostrado ser muy poco agradecido. Ni siquiera el dolor por la muerte de Dereth podía justificar su actitud, aquella condena pública que había hecho del caballero Jeran de Windmill, sin más prueba que la palabra de La Morgue.

Cuando Aldric intentó decirle que su padre y el príncipe estaban investigando algo juntos, que aquellas acusaciones solo podían tener una explicación, la culpabilidad del propio La Morgue, no quiso escucharle.

En el palacio de la Reina de las Hadas (Princesa de Doreldei #1 - Serie Eeryoon)Where stories live. Discover now