DERETH: EN LAS HABITACIONES DEL REY VAREN

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Esa tarde, el príncipe Dereth de Doreldei había acudido a las habitaciones de su padre para hablarle de sus sospechas sobre una intriga palaciega.

No quería comentarlo en público porque se trataba de un asunto relacionado con el duque de La Morgue, el Tesorero Real y una de las personalidades más importantes del reino. Había supuesto que su padre se sorprendería, que la conversación de ambos se centraría por completo en ese tema y en cómo resolverlo, pero nada sucedió como esperaba.

Fue su padre el que habló, y Dereth se encontró de bruces con un secreto.

-¿Me estáis diciendo que tengo otra hermana? -preguntó, atónito-. ¿Otra, además de Arlettha? ¿En serio?

Su padre, el rey Varen de Doreldei, se removió incómodo en el sillón en el que estaba sentado. Era su preferido, el lugar donde le gustaba leer y dormir sus cortas siestas, pero de pronto se sentía como si se encontrara otra vez en el frío trono de huesos de dragón y lapislázuli, bajo la mirada exigente de tantos cortesanos que querían tantas cosas de su rey.

Ahora, Dereth quería explicaciones. Y estaba en su derecho.

-Sí. Exactamente eso te estoy diciendo.

El muchacho titubeó, intentando asimilar la noticia.

-Pero... pero... De verdad, no lo entiendo, padre. ¿Por qué no lo dijisteis antes? ¿Quién es, de dónde ha salido? ¿Cuántos años tiene?

-Cumplió dieciocho en primavera.

-Entiendo. -Dereth bajó el tono de voz, mientras apretaba en una mano la Runa mágica que llevaba en un medallón. Aquel gesto siempre parecía darle cierto consuelo-. Madre murió hace veinte años.

El rey Varen asintió, incómodo.

El recuerdo de la reina Úrsulha volvió a provocarle la vieja sensación de culpa, por no haber logrado amarla. La quería, por supuesto, bien sabían los dioses que sí. Úrsulha había gobernado a su lado casi diez años y le había dado dos hermosos hijos: el príncipe heredero Dereth y la princesa real Arlettha. Fue una gran reina, todos lo decían, y una mujer elegante, sabia, buena, amable y generosa. Se lo merecía todo, empezando por su agradecimiento.

Pero, aunque la quiso, y mucho, nunca consiguió amarla, amarla de verdad, como no había amado nunca a ninguna otra mujer.

Esa falta de sentimientos fue, precisamente, lo que le había llevado a casarse muy tarde, y ahora el rey Varen lo lamentaba profundamente, porque tenía hijos que hubiesen debido ser sus nietos, por edad.

«Ay, Varen, Varen...», pensó, como tantas otras veces. Para ser alguien nacido y criado bajo las estrictas reglas de una familia real, con el destino bien marcado desde un principio, le había costado mucho conciliar las necesidades el hombre y las obligaciones del rey.

Amor. Qué sentimiento tan esquivo, y cómo lo había anhelado siempre... Demasiado tiempo esperando más, un poco más, a ver si la hoguera de su corazón se encendía al contemplar un nuevo rostro.

Pero, nunca ocurrió, nunca surgió ni una chispa y, al final, tuvo que concertarse un matrimonio rápido, por la simple necesidad de darle un heredero al reino.

Claro que, en eso, sí tuvo suerte. Los Consejeros de la Corona eligieron para él a Úrsulha, la hija pequeña de los Grandes Duques de Puerto Encantado. Úrsulha era joven, bella y absolutamente adorable, la mejor esposa con la que podía soñar un hombre de cualquier edad, más todavía alguien ya tan caduco como él. Intentó amarla, de verdad que lo hizo, con todas sus fuerzas, porque la muchacha se lo merecía...

Pero nadie, ni siquiera un rey, era dueño de su propio corazón.

-Lo sé -susurró, pensando en la noche en que le despertaron para decirle que la reina había caído por unas escaleras. Jamás olvidaría su imagen, cuando llegó al lugar; estaba hermosa incluso así, en el suelo, la sangre empapando su preciosa melena rubia... ¿Qué hacía a tales horas, vagando a solas por el castillo? Era una pregunta que todavía le atormentaba-. Fue una pérdida terrible.

En el palacio de la Reina de las Hadas (Princesa de Doreldei #1 - Serie Eeryoon)Where stories live. Discover now