XIV

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Burgos seguía sin aparecer, aun después de que su esposa perdió el bebé. Fue como si la tierra se lo hubiera tragado. Clara continuó hospitalizada, le habían realizado una cesárea de emergencia y se encontraba muy débil como para regresar a la mansión.

Las gemelas se deprimieron demasiado. Antes parecía que no les importaba el bebé, pero no fue así. Ellas estaban afectadas por la muerte, demasiado.

La extraña relación que comencé a tener con Diana se pausó, como si no hubiera pasado. Estábamos de luto, consumidos en una tristeza agobiante. La ausencia de algo que dimos por hecho nos vació el corazón. Todos en la mansión creímos que habría un bebé, que lloraría en la madrugada, que dejaría exhaustos a todos y, sobre todo, que sería una gran alegría. No obstante, las ilusiones hechas se hicieron amargas y pesadas. No era un momento adecuado para romances secretos.

Cuando regresé al colegio y volví a ver a Antoni, me sentía sumamente nervioso y confundido, no sabía qué decirle. Él me saludó con normalidad, con una alegre sonrisa plasmada en su delicado rostro. Le regresé el saludo y tomé asiento, estaba cansado y desanimado. Recordé lo que me dijo cuando me acompañó al oculista, cuando le pedí la explicación del beso: «Es un experimento, ya verás los resultados».

En el receso Antoni se juntó conmigo, como siempre lo hacía. Le platiqué la mala noticia y cómo la depresión habitó en el corazón de todos en la mansión. Clara había comprado muchas cosas para el bebé, hasta equipó y preparó de más un cuarto.

—Clara no es estable, puede que después de que salga del hospital recaiga en la bebida —le platiqué a Antoni.

—Debería ocupar su mente. La otra vez me comentaste sobre su antiguo trabajo. Tal vez si lo retoma... se ocupará y le hará bien —sugirió él.

—Buena idea.

—Ánimos, Samuel, creo que las cosas suceden por algo.

—Tal vez. —Subí la mirada y observé por un momento el follaje del árbol donde me encontraba recargado.

El sol se filtraba con debilidad entre los espacios del follaje, como si pertenecieran a una quimera y no al ambiente donde me encontraba. Sentí mi mente lejos de la realidad, como aquellos tiernos rayos de sol.

Hablar con Antoni me hizo sentir mejor, me dio paz. Ese era el poder que tenía en mí: sanar mi afligido corazón. Todo seguía marchando con naturalidad entre nosotros, tanto, que cuando me di cuenta, estábamos muy juntos tomados de la mano. Él acariciaba la mía con suavidad, por un momento se dedicó a mirarla. Mi corazón no se sentía desconsolado ni fatigado estando cerca de él.

Pero hubo un silencio incómodo.

Sentí la presión de contarle sobre lo que sucedió con Diana. No obstante, antes de que hablara, Antoni movió su cabeza y miró a todos lados, asegurándose de que no hubiera nadie cerca. Después de que analizó la zona, acercó su rostro al mío. Me miró fijamente con aquellas esmeraldas que tenía por ojos. Sentí una inexplicable necesidad de hablarle, pero no pude, únicamente conversamos entre miradas. Cuando menos lo esperaba, Antoni me robó un beso, uno que se alargó al ser correspondido y que me hizo perder la noción del tiempo y del espacio. Por algún motivo fuera de mi comprensión, deseaba besarlo, estaba desesperado por ello. Comparé su beso con los de Diana, era muy diferente.

Me sentía tan confundido, con el corazón estremecido. No supe qué decirle cuando se alejó de mis labios.

—Diana te va a hacer mucho daño, ella no sabe amar. Sam, no dejes que te dañe —reveló. Me pareció que la conocía mucho, más de lo que yo le contaba—. Ella me habló antes de entrar a clases, me pidió que te dejara de hablar. —Antoni fijó de nuevo su mirada en mí—. Me dijo que ya eras suyo. ¿Tú le crees? ¿Acaso ella no estaba enamorada del profesor y él se pensaba divorciar por ella? Diana es muy inestable y posesiva, mucho, te va a hacer daño si se lo permites —aseguró con mucha seriedad, una que no conocía en él.

Cómo los gatos hacen antes de morir |Disponible en papel|Where stories live. Discover now