Parte 1

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LA HABITACIÓN QUE NADIE LIMPIABA

Esta historia está dedicada a mi madre y mi amiga Mariella. Ellas sabrán por qué...

Tres años después de su jubilación, Emilio Ordóñez se dio cuenta de que ya no soportaba a su mujer y decidió matarla.

Era la salida fácil, sin duda. Así no tendría que pasar por los trámites de un divorcio o separación, ni la división de bienes, ni las molestas miradas de los vecinos. El asesinato era rápido y simple... siempre que no lo atraparan, por supuesto. Pero no lo harían, porque pensaba usar las manías de su esposa en contra de ella, de modo que nadie sospechara la verdad.

Emilio llevó a cabo su plan con la misma meticulosidad que había empleado toda su vida en el taller mecánico, al limpiar un motor o restaurar una carrocería abollada. Y no es que su plan fuera brillante, porque él no era un hombre brillante, pero funcionó.

Entonces, cuando Emilio empezaba a sentirse seguro en la impunidad de su crimen, sucedió algo totalmente inesperado...

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Pero dejen que comience por el principio, como corresponde. Antes que nada, deben saber que María Ordóñez era, en realidad, una esposa buena, trabajadora y devota. Muchos maridos se habrían sentido felices de tenerla a su lado, sobre todo aquellos que ven en la mujer otro accesorio de la casa, como el refrigerador o el horno microondas. Un accesorio bastante más útil, desde luego, por sus múltiples funciones. Durante muchos años fue así para Emilio, a quien María le servía de mucho: ella se levantaba más temprano que él para hacerle el desayuno, tenía listo su almuerzo cuando él volvía del taller, después del segundo turno le preparaba una deliciosa cena, y luego lo esperaba en la cama para una sesión de sexo rutinario o escucharlo roncar si él estaba muy cansado. María lavaba y planchaba su ropa, mantenía limpia la casa y lo despedía con un beso cuando él se marchaba, los fines de semana, a jugar a las cartas con sus colegas bajo una nube de humo de tabaco. Incluso aportaba algo de dinero a la cuenta familiar, porque en su ausencia tejía hermosas prendas de lana que luego vendía a sus conocidas en la playa, el parque o la iglesia.

Claro que a veces se ponía un poco pesada...

—Amorcito —solía decirle durante la comida—, ¿cuándo te tomarás unos días para que podamos ir de vacaciones?

—Ya te lo he dicho: cuando me retire. Mi trabajo es agotador, no estoy de humor para viajar a ninguna parte.

Él usaba ese tono suyo que no admitía discusión, y después seguía masticando como un cerdo.

—Oh... —decía ella con la desilusión pintada en sus facciones, y retiraba los platos vacíos sabiendo que de nada le valdría insistir. Entonces Emilio regresaba al taller, a punto de reventar por la buena comida que su esposa le había cocinado y que él nunca se molestaba en elogiar.

Vacaciones, vacaciones... ¡Menuda idea! ¿Acaso no entendía ella que él era un hombre ocupado, cuya responsabilidad sagrada de mantener el hogar no le permitía distraerse con semejantes estupideces? Lo mismo para las licencias, los paseos nocturnos o, ¡válgame Dios!, las idas al cine o al teatro en los días festivos. Sus fines de semana, por otro lado, eran intocables. María no podía pretender, ni en sueños, que él dejara a sus buenos amigos sin una cuarta persona para jugar. Hubiera sido muy desconsiderado de su parte...

¡Pobre María! Tras veinticinco años de intentar que su esposo la sacara a pasear se dio por vencida, y como ya era demasiado vieja para tener hijos, resolvió encontrar otra manera de llenar sus días.

Con lo que obtenía de sus tejidos contrató un servicio de televisión por cable.

Ya que su esposo raramente estaba en la casa, y cuando estaba no le apetecía conversar, ¿qué mejor que cuarenta canales para hacerle compañía? Mejor aún que un perro, porque los perros sólo ladran, comen y ensucian, y para eso ya tenía a Emilio.

De este modo pasó el tiempo. Una vida algo triste para María, aunque ella tampoco era una mujer de grandes ambiciones. En cuanto a Emilio, a él le gustaba la monotonía, porque le ahorraba el esfuerzo de pensar.

En mi modesta opinión, María era una santa y Emilio un paleto egoísta, pero dejaré que cada uno de ustedes saque sus propias conclusiones sobre estos dos personajes.

(Continuará...)

Gissel Escudero

http://elmundodegissel.blogspot.com/ (blog humorístico)

http://la-narradora.blogspot.com/ (blog literario)

La habitación que nadie limpiabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora