Prólogo

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Golpeó el suelo con su talón desnudo. Maldijo el día en que aquel moreno la había llevado a la locura, maldijo el día en el que empezó su infierno. Tenía veintiún años, cualquiera diría que no valía la pena… era una mujer, era solo una mujer. En aquellos años la cosa de no tener pene era un delito, la mujer era la sumisa, la que se rebajaba mientras su marido podía tener a las mujeres que quisiera, a la hora que quisiera, en el lugar que quisiera y enfrente de quien él quisiera, incluso enfrente de la mujer que había caído rendida delante de él ante aquellos labios carnosos. Oh malditos labios carnosos.

La cosa no va como todos la pintan. No te muerden y te comienzas a menear en la cama por la cosa vampírica recorriendo tu cuerpo. Te muerden y mueres.

Solo mueres.

La atraparon y la azotaron sin oportunidad de perdón, la atraparon y no les importó que ella no estuviera manchada de sangre. Era mujer, era todo lo que importaba. Era mujer y encontraron un cuerpo muerto justo entre sus rosales. Sus ojos no estaban tintados de rojo y sus colmillos eran los mas pequeños del mundo, su vida iba a terminar algún día y a pesar de ver los ojos de aquel hombre la tomaron a ella. ¿El? Mucho no hizo.

La azotaron y ella lo acepto. En el fondo sentía que protegía a aquel hombre.

Aquel hombre que vivía con ella, aquél hombre que había matado mujeres en el acto sexual. Aquel hombre que se había alimentado de ella.

Moribunda y desconsolada se dedicó a caminar, o arrastrarse, por las calles pensando en qué había hecho mal y todo terminaba en él.

Una sombra apareció justo detrás de ella. Una sombra de hombros anchos y de casi dos metros de altura.

“No quería que eso pasara.” Confesó la sombra. Tan frío, tan seco, tan dentro.

Ella solo se mantuvo callada, mover los músculos del rostro solo le traía más dolor.

“Te ayudaré…” Se apresuró él.

“Ni se te ocurra.” Levantó una mano con un gran sacrificio y susurró aquellas palabras adoloridas.

El solo se tiró por un lado de ella. Por supuesto que la amaba, era la razón por la que no había destruido todo aquel jodido pueblo que odiaba. La vio fría, la vio tibia. La vio de todas las maneras que él en realidad nunca la vio. Encajó sus colmillos en aquel cuello que conocía perfectamente e inyectó su suero inmortal.

Después de eso la historia es nula, la vida acabo, la inmortalidad empezó… el pueblo creyó que había muerto cuando en realidad se escondía entre las sombras mientras que su antiguo amado… él solo fue acecinado por una estúpida estaca en su corazón. Vaya manera de morir.

Por ahora, ella se dedicaba a las noches, a rondar, a buscar por placeres… los placeres de la muerte. 

El Placer de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora