s o l i t u d e

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Barro, y briznas de hierba salpicadas de tierra. Las suelas de sus botas se hunden, dejando cráteres por su travesía, modificando el recorrido a su paso, despistado. Camina siguiendo el ritmo de los susurros del viento, sin desviarse de su anhelada meta. El cansancio es una roca que sortear, el desaliento hojas venenosas en las que no reparar. Invierno lo acompaña, ciñéndole el manto a su cuello, relatando historias de copos de nieve que algún día se escaparon de su bolsillo.

-¿Cuál es tu destino, viajero?- una gaviota se detiene curiosa, ignorando su tarea.

-El faro- contesta sin revelar mucho al animal ávido de noticias que transmitir a sus polluelos.

-Hace meses que no me topo con un humano. Podríamos conversar. Estoy desinformada, ya nadie se acerca a la costa, sólo os bañáis en el lago de cemento.

-No puedo detenerme aunque lo deseara- dice apenado-. La premura me reprenderá si me enredo con todo aquello que encuentre. Es muy inquieta, ¿sabes? Como el océano en un día de tempestad. Temo su ira- se despide con un cabeceo, siendo correspondido por un aleteo-. Hasta otra.

-Si es que hay otra- alza el vuelo y se pierde entre las nubes que descienden para besar el peñasco y echarse sobre el musgo a dormitar.

Da la espalda el viandante al prado, preparado para encumbrar el acantilado y estrechar la sensación de complacencia al, peldaño a peldaño, admirar el mundo iluminado por el foco. Tuerce el cuello para observar a la estación que, sigilosa y majestuosa como un zorro polar, serpentea de sombra en sombra coloreando los tallos de escarcha. Le maravilla cómo acaricia las ramas y besa los arbustos, haciéndolos estremecerse y su fronda desprendiéndose. Cierra los ojos con fuerza, musitando que debe concentrarse, nunca desorientarse por pequeñeces. Echa a correr, tapándose los oídos ante las advertencias de las lagartijas, que le sisean lo peligroso que es acercarse al faro a aquella velocidad.

Forcejea para abrir la puerta, con la madera hinchada de los ataques de las tormentas en aquel alto. El chillido de las bisagras, con la reverberación entre las paredes, no logra perturba su determinación. Cuelga su abrigo del pomo, despreocupado porque se ensuciara con el polvo del abandonado lugar. Asciende por los escalones, Invierno se desliza por la baranda de hierro forjado, sin perderse un instante de la fuerza de voluntad que alimenta su espíritu.

Una vez arriba recorre la sala, permitiendo a sus dedos acostumbrarse al tacto de la estancia. La noche husmea y tiene la osadía de encender la linterna. Un crujido lo despierta de su ensoñación, levanta el pie y un reloj de bolsillo aparece bajo él, con el cristal dividido en pedazos punzantes y el metal deformado por su peso. Lo recoge como quien toma en sus manos el mayor de los tesoros, como quien encuentra el secreto mejor guardado; con miedo y codicia. Se aproxima al ventanal, apreciando las vistas del océano bravo, enfurecido.

Distingue una ola colosal que acecha con arremeter contra el faro. Mas sus piernas no responden, sus brazos no cesan el arrullo con el que calmaban al minutero del círculo plateado, sus ojos no se despegan del vigor del monstruo azulado que se cernía sobre él.

Y colisionan, sus sueños con su realidad.

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⏰ Last updated: Jul 21, 2018 ⏰

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m i s c e l á n e aWhere stories live. Discover now