El Bosque de Kronos

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EL BOSQUE DE KRONOS

IGOR CANO CANO

Título original: El bosque de Kronos © 2010 Igor Cano Cano © 2010 Bubok Publishing, S.L. Paseo de La Castellana 180, 28046 Madrid www.bubok.com Todos los derechos reservados. La reproducción, distribución o transformación de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea mecánico, electrónico o informático sin autorización de los autores del copyright podrían constituir un delito contra la propiedad intelectual. ISBN: 978-84-614-2343-9 Depósito Legal: AB-421-2010 Printed in Spain – Impreso en España 1ª edición agosto de 2010

Para mi hermana pequeña Marta

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Igor Cano Cano

-Arriba dormilón –dijo su madre mientras corría las cortinas-. Sólo te queda un día, a partir de mañana podrás dormir hasta más tarde. -Jooooo –gruño Tobías mientras escondía la cabeza entre las sábanas-. Déjame sólo diez minutos más, hoy iré en bicicleta. Pero su madre le tiró de las sabanas y él no tuvo donde esconderse del Sol, cuya luz acabo de desperezarlo. -Vamos, dúchate y ponte el traje que mientras voy preparando el desayuno. Tobías no dejó en ningún momento de mirar por la ventana, por ese motivo siempre se sentaba en el mismo lado de la mesa de la cocina, para poder ver que su vecina salía de casa antes que él. Comenzó a tomarse la leche con cereales mientras su madre lavaba los cacharros en el fregadero. -No me gustan estos cereales. ¿Por qué no compras Chocolocos? -La función comienza a las once ¿verdad? –Preguntó su madre ignorándolo- Procuraré llegar pronto para coger buen sitio. -¿Va a ir papa? -Lo siento cariño pero tu padre tiene que trabajar. –Respondió su madre mientras se acercaba al mueble alacena y sacaba la videocámara de su funda- Pero tranquilo, esta noche lo veremos todo los tres juntos –Le miró durante un instante de los pies a la cabeza-. Estás graciosísimo. -Buah –fue toda la contestación por parte de Tobías. Llevaba un disfraz de pirata de esos que venden en las tiendas de juguetes, con pantalones negros cortados por las rodillas, una

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camisa con flecos y un chaleco estrafalario. El pañuelo y el parche prefería no ponérselos hasta justo antes de la actuación. Le habría gustado que su padre le viese. Su frase era: “Probad de mi fuego bellacos” y tiraría de la cuerda del cañón, del que saldría una nube de confeti que dejaría en el suelo a varios de sus compañeros. Después le matarían a él también, pero no importaba, todos los niños de su clase habrían querido ser el que disparaba el cañón. No había acabado aún de desayunar cuando la vio cruzar por delante de la ventana: llevaba un precioso vestido azul cogido en la cintura por una cinta blanca y unas mangas que acababan mucho más anchas en las muñecas. Una bonita diadema de brillantes adornaba su pelo rubio, sujeto en una coleta. Parecía una princesa, de hecho lo era. Actuaba con el resto de su clase justo antes que Tobías, representado una historia de la corte. Se quedó tan embobado, que la cuchara de los cereales fue hacia su barbilla en lugar de a su boca, y parte le cayó al chaleco estrafalario. -Serás guarro –le riñó su madre mientras cogía un trapo e intentaba limpiarlo-. ¿A ver qué hacemos ahora? ¡Hay que ver que chico tan…! Pero Tobías no la escuchaba, sólo quería salir corriendo hacia el colegio para volver a cruzarse con ella antes de entrar en clase. Aún así, su madre no le dejó marcharse hasta que pudo más o menos disimular la mancha. -Mamá, ¿Qué más da? Los piratas siempre iban manchados, así será más auténtico. -¿Sabes lo que te digo? Que tienes razón –se resignó su madre-. ¡Ala! Vete conforme estés. Fue corriendo al garaje, sacó su bici y comenzó a pedalear hacia la escuela. Mientras avanzaba vio como otros niños también se

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dirigían al colegio, lo cual le alegró porque significaba que no llegaría tarde, pero lo que realmente quería era encontrarse con ella. Era un año más joven que él, muy rubia y guapa. Y antes, cuando aun iba a la escuela andando, solía esperar a que ella saliese primero y así poder ir por detrás y contemplar su precioso pelo casi blanco. De niños, a veces solían jugar juntos en el jardín, pero hacía un par de años que casi ni se hablaban. Lo cierto es que a él le gustaba desde hacía tiempo, y por eso mismo le daba mucha vergüenza hablar con ella. Se llamaba Silvia. Llegó a la calle del bosque. La llamaban así porque a un lado de ella comenzaba un enorme bosque en el que a los niños no les permitían adentrarse. Desde la calle sólo podía verse una colina grande llena de árboles de todos los tipos. Él y sus amigos muchas veces jugaban en esa parte de la colina, pero no se atrevían a ir más allá de donde la colina comenzaba a descender, porque sus padres siempre les advertían que podían encontrarse con algún lobo o algún jabalí. También recordaba cuando de pequeño, le decían que ahí vivían la bruja y el Tío Camuñas, que se comían a los niños. Tranquilamente, montado en su bici y pedaleando despacio iba observando el borde del bosque. De repente, notó como la bicicleta dio un fuerte giro y se cayó, golpeándose contra el suelo. Al levantarse observó que se había hecho daño en una pierna y que Fredo se reía de él desde su bicicleta. Fredo era el abusón del colegio, siempre se reía de todos y pegaba a los chicos más pequeños. Era mayor que Tobías y había repetido curso, pero además era gordo y grande, y nadie se había metido nunca con él. Era quien lo había tirado al suelo desequilibrando la bici al rozarle con la suya. -Tienes la bici más fea que he visto nunca –le dijo mientras la cogía del suelo. -¡Devuélvemela! -Si la quieres ven a por ella –dijo con fanfarronería.

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⏰ Última actualización: Aug 31, 2010 ⏰

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