Historia de un bosque

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El bosque estaba oscuro y silencioso a tan altas horas de la noche. La brisa fresca zarandeaba las delicadas y hermosas ramas en flor de los almendros y los cerezos.

Un hombre musculoso y con el ceño fruncido se paseaba entre los árboles observando, midiendo con la vista y apuntando en un cuadernillo todo lo que creía necesario. Al finalizar los apuntes, se encaminó hacia el límite del bosque, donde le engulló la oscuridad de la noche al entrar en un pueblo tenebroso y silencioso donde no había ya nadie despierto.

Mientras tanto, al otro lado del bosque, una niña que bien podía llegar a los trece años, caminaba sin rumbo fijo en la oscuridad de la noche entre los inmensos y hermosos árboles que reflejaban en sus densas copas la lúgubre luz de la creciente luna. No sabía cómo había llegado hasta allí, solo sabía que aún no estaba a salvo. Siguió caminando hasta toparse con una cabaña de una madera que parecía de roble, aunque no lo habría asegurado, pues poco se podía ver con la escasa luz de la luna. Ante la casa se podían apreciar trozos de madera dispuestos uno encima de otro formando pequeñas pirámides con la base cuadrada. Había, más a la izquierda, un tronco muy grueso y que parecía mas fuerte y resistente que el resto, donde supuso, cortarían el resto de troncos. A la derecha había un burro dormitando, atado a un tronco con una cuerda. Cuando la niña, atraída por la curiosidad, se aproximó al animal, pisó una rama, lo que provocó que el animal se despertara en el acto y comenzara a rebuznar a voz en grito. La niña, más sorprendida que asustada, dio un salto hacia atrás. Una luz se encendió en el interior de la casa y la chica, empezando ya a ponerse nerviosa, corrió a refugiarse en unos arbustos que tenía a dos metros tras de sí. Cuando se hubo acurrucado detrás del arbusto, oyó el chirriar de la puerta al abrirse. Al no oír pasos, echó un rápido vistazo a la casa dejando al descubierto su cabeza. Pero lo que vio no la tranquilizó demasiado. En la puerta había un hombre fornido de poca estatura y al que no acertaba a distinguir el aspecto. Aunque lo único en lo que podía fijarse ella en aquel momento era en lo que sostenía  el hombre en ambas manos, como si tuviese que defenderse de algo con aquel hacha, ante la cual se sentía vulnerable e indefensa. Entonces el hombre se dirigió con paso precavido y con el hacha en mano hacia donde ella estaba. La chica no se daba cuenta de que a medida que el hombre andaba sigilosamente mirando en derredor suyo, ella iba saliendo cada vez más de su escondite. Al fin acertó a ver el rostro que rondaría los cuarenta años aproximadamente, con unas cejas muy pobladas, los labios apretados y el ceño fruncido. Con las  manos asía fuertemente el mango del hacha. Entonces se giró hacia ella, a quien sorprendió aquella mirada tan sobrecogedora. Sin poder evitarlo gritó, haciendo que el hombre le prestase más atención que antes; y cuando quiso darse cuenta, ya estaba corriendo en dirección contraria a la de la casa. El corazón le latía a mil por hora bajo las costillas, que se estremecían con cada latido. No sabía ni dónde estaba ni hacia dónde se dirigía, simplemente huía a cualquier otro lugar, lejos de todo y de todos. Tras percatarse de que estaba corriendo en círculos, desistió y se dejó caer exhausta al lado de las raíces de un cerezo, sin energías para ponerse siquiera en pie. Rendida, se sumió en un profundo e inquietante sueño bajo la tenue luz de la luna que pronto sería sustituida por la brillante luz del amanecer.

Como cada mañana, el pueblo amaneció temprano con los primeros rayos de luz. En casa de los Parry, Jonathan, padre de Mike y marido de Margary, había salido a trabajar unas horas antes, pues trabajaba como guarda forestal y había recibido un encargo aquella noche. De tal encargo solo sabía que se trataba de una niña perdida en el bosque. El alcalde, Peter Olsen, le había mandado llamar a altas horas de la noche porque había recibido la visita de Alexander Pullman, el leñador del pueblo, que vivía en el Bosque Caoba, al oeste del pequeño pueblo cuyos habitantes conocían como El Pueblo Irisado. El leñador le había comunicado que una hora antes una joven de unos trece años había aparecido frente a su casa, pero que en cuanto este la hubo encontrado escondida tras unos arbustos, la chica huyó. Alexander había intentado seguirla, pero la joven muchacha corría como mil demonios, o al menos eso había asegurado él. Así pues, Jonathan emprendió su búsqueda muy temprano, tras haberse vestido y avisado a Margary sobre su salida. Cuando el guarda iba a emprender su camino, se percató de que no sabía qué aspecto tenía la joven, aunque sabía por descontado que no se trataba de ninguna del pueblo, ya que la única que tenía menos de veinte años era la pequeña Angélica Jonson, que un mes atrás había cumplido los dos años. Para cuando se internó en el denso follaje que era el bosque, seguía razonando sobre esa cuestión. Se había llevado un rifle que ahora tenía colgando del hombro derecho, simplemente porque con las alimañas nunca se sabe. Ahora caminaba precavido, atento a cualquier movimiento, por breve o ligero que fuera. Miraba en una dirección para luego fijar la vista en otra distinta. Y así anduvo, parando solo para beber un trago de agua de su cantimplora, hasta que al fin hubo alcanzado el extremo opuesto del bosque, poco después del amanecer. Regresó de nuevo camino del pueblo, esperando encontrarse con la joven en el recorrido a través del frondoso bosque de vuelta a casa.

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