Capítulo 1.- Los ángeles de luz

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Desde que recuerdo siempre me ha gustado la lluvia, la magia que parece evocar el sonido de sus gotas al tocar la tierra, su olor y frescor inigualables. Jugar entre los charcos, sentir el agua en mi piel me hacía sentir feliz.

—¡Alejandra, no se te vaya a ocurrir salirte del tejaban!, ¡está comenzando a llover! —ordenó mi madre.

Era cierto, estaba comenzando a llover y todo el bosque olía aún más a madera y tierra mojada, y me encantaba. Aunque la llovizna duraría muy poco lograba matizar el ambiente de aromas y colores extraordinarios. Aquella tarde de domingo en que salimos de día de campo mi abuelito, mis papás y mi perrito Barry, me sentía muy contenta.

—No, mamá... —dije mientras que con una expresión de maravilla, saqué mi mano pequeña para sentir las caricias del cielo en formas de perlas de agua, y fue entonces que me hice aquella pregunta por vez primera: ¿cuántas gotas se necesitarán para empapar mi mano? La mano de una pequeña de seis años. Cayó la primera en mi palma; fresca vibrante. Luego la segunda, la tercera... y sin esperar más, y con una sonrisa sincera, corrí para internarme entre los árboles y su frescura.

—¡Alejandra! —gritó mi mamá—, ¡vuelve acá!

—Déjala —sugirió papá—, no pasa nada. Dale chance de que se divierta un poco.

Mientras tanto, yo corría y lanzaba gritos de júbilo.

—¡Está lloviendo, está lloviendo! ¡Yaaaaaajjjú! ¡Barry, ven, corre conmigo!

Pero al pobre Barry, un perro french poodle de color miel, no corrió, sólo se limitaba a verme con sus ojos cansados.

—¡Ven , Barry! —insistí, pero sin obtener respuesta, así que regresé al tejaban—. Papá, ¿por qué Barry ya no quiere jugar conmigo? —pregunté con los ojitos llenos de tristeza.

—Sólo está cansado —respondió mi abuelito—. Seguramente pronto tendrá ganas de correr y te va a alcanzar.

Su respuesta fue suficiente para mí. Sin más volví a correr entre la llovizna y las hojas de verano. Corrí para todas partes, no había arbusto que detuviera mi mundo. Me abrazaba a un árbol y aspiraba su aroma a corteza, corría a otro y trataba de encaramarme en sus ramas, pero éstas quedaban muy altas y no lograba alcanzarlas.

—¡Algún día lo lograré! —me decía con entusiasmo sin que mi ánimo decayera.

Mucho rato estuve así, corriendo y jugando entre el lodo y las hojas caídas, entre los troncos de inmensos árboles que parecían hombres de madera cuyos brazos rozaban el cielo. La ligera lluvia había terminado y yo nunca me había sentido tan feliz.

La tarde poco a poco se asentaba en el horizonte, el mundo parecía bostezar preparándose para dormir sobre un mullido universo y cubrirse con una manta de estrellas y un cielo de profundo azul.

"Qué hermosas son las estrellas".

No hay en mis recuerdos otro momento tan encantador como ése, donde la lejanía de la ciudad me permitía observar las estrellas más brillantes que en otros cielos. Ellas parecían sonreír y temblar con un delicado brillo.

"¿Serán ángeles?" —pensé.

—¡Son ángeles de Dios que nos observan desde el cielo!

Contenta con mi descubrimiento quise ir a contarles a todos, mas de repente una luz tenue detuvo mi carrera.

Maravillada por ese tintineo me agaché para tratar de verlo mejor, pero de pronto aquella luz se apagó.

—¿Qué pasó? —me pregunté con un gran desconcierto—. ¿Serán angelitos también?

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⏰ Last updated: Jun 25, 2018 ⏰

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Jandy, una promesa al atardecerWhere stories live. Discover now