Nuestra historia no tiene título

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Capítulo I

Me llamo James, James Haner, tengo 16 años y esta es mi historia, o al menos parte de ella.

1 de Agosto del 2013:

Era una calurosa noche de verano en Sevilla, como todas en esta maldita ciudad, el cielo estaba completamente despejado, sin ninguna nube que impidiera la vista de las preciosas estrellas que iluminaban aquella noche, yo estaba en la casa de campo de mi mejor amigo, Miguel, un chico bajito que difícilmente superaba el metro sesenta de altura, era de complexión delgada, más de lo normal y tenía unos pequeños ojos azules que no pegaban para nada con su corto pelo rizado de color castaño.

Era su cumpleaños, y, por eso había decido invitarme a mi y a dos amigos más, Rafa e Iván a pasar unos días en aquella casa en medio del campo, donde ni siquiera llegaba cobertura al móvil, y adivinad qué, sin padres, lo cual nos daba la libertad de hacer lo que nos apeteciera cuando nos apeteciera, el único problema era la comida.

Rafa era un chico alto, tan alto como yo, aproximadamente 1'85 de altura, pelo corto y rubio, nariz respingona y algo fofo, era un chico gracioso que se reía por todo, incluso por la simple visión de una hez perruna. Iván era un chico de la misma altura que Rafa y yo, tenía el pelo color negro azabache con una textura difícil de definir, y también difícil de tocar, a mi por lo menos me daba repelús. Iván no destacaba por su belleza, más bien destacaba por tener toda la cara llena de miles de nada sexys pecas.

Como podréis imaginar la cocina no estaba entre las cualidades de ninguno de nosotros, así que un principio pensamos en alimentarnos a base de insectos, pero tras mucho investigar conseguimos aprender la difícil técnica de hacer una pizza en el microondas. La verdad es que estábamos pasando unos días geniales en aquella casa que antes perteneció a la bisabuela de Miguel, era una casa pequeña, pero había suficientes camas para todos, yo compartía cama de matrimonio con Iván. Si os digo la verdad la casa en si daba un poco de miedo, estaba decorada con muebles de madera que yo calculaba a ojo de buen cubero que tendrían unos 200 años, sin exagerar, para colmo, había fotos de santos en cada rincón de la casa, y, la gota que colmaba el vaso era que justo en la esquina de la cama de matrimonio que compartíamos Iván y yo había una silla del siglo XIX donde perfectamente podría sentarse un psicópata a observar como dormíamos el entrañable Iván y yo.

Esa noche a Rafa, que era una persona bastante loca se le ocurrió la brillante idea de jugar a la ouija, y digo brillante porque a) soy una persona que no es ni será recordada por su valentía y b) porque no teníamos ouija.

Ya veis, Rafa tiene una mente brillante, pero aun así todos se mostraron de acuerdo en jugar a ese diabólico juego, todos menos yo, a mi no me hacía nada de gracia el hecho de que un espíritu poseyera a alguno de nosotros, ni siquiera el hecho de hablar con un espíritu me hacía la mínima ilusión.

Así que como estábamos en el campo usamos una solución que cualquier persona de campo hubiera usado, jugamos a la ouija sin ouija.

Nos sentamos en la mesa del comedor, Miguel estaba a mi lado y en frente se sentaban Rafa e Iván, los cuatro estábamos completamente serios, haciéndonos los valientes, aunque en realidad yo estaba sintiendo un miedo que nunca había sentido en mi vida, sentía como mi piel se ponía de gallina, constantes escalofríos recorrían mi cuerpo desde la cabeza a los pies, y no podía evitar dar golpecitos con los pies en el suelo porque además de asustado estaba nervioso.

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⏰ Last updated: Jul 14, 2014 ⏰

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