Compagna Demone II

7.8K 511 58
                                    

Mis piernas temblaban haciendo que el cuerpo entero comience a retorcerse, las ramas que me escocían la carne de la planta de los pies no estaban ayudando mucho. Las piernas las tenía separadas, en una pose que, según Tony, era de combate. Mi brazo derecho se encontraba sobre mi cabeza, alzado y con la mano tiesa y plana. Mi antebrazo izquierdo estaba frente a mí, en un ángulo perfecto de noventa grados, ocultándome el rostro con la palma rígida.

Inhalo con la nariz y suelto el aire por la boca con rigidez monótona.

–Vas bien, Dreyri. –La voz de Tony era tranquila, sus ojos estaban achinados y agudizados para poder  observar detenidamente el cómo me mantenía rígida.

Hacía ya casi treinta minutos que estaba en la misma pose, y mis músculos comenzaban a fallarme cada vez que pensaba en ellos, debía tener la mente relajada y en blanco, lo que era casi imposible a causa del dolor, el cual me hacía recordar mis músculos y me hacía temblar, causándome un desequilibrio momentáneo que trataba de calmar suspirando. Era como un círculo vicioso.

– ¿Esto es necesario? –pude suspirar, lanzando las palabras de a poco.

–Absolutamente –sonrió mientras me miraba  a los ojos, los cuales estaban fijos en un árbol lejano para no perder la compostura.

–Creo… que me voy a caer –digo pausadamente, tratando de cuidar cada sílaba que sale de mi boca.

No soportaba más el dolor, eran como agujas clavándome en cada nervio y articulación de mi cuerpo, necesitaba pronto sentarme y morirme al menos unos segundos.

–Ya estás por terminar –contesta con una sonrisa inquieta.

–No aguanto más –sin poder terminar la frase caigo con fuerza, cediéndole a mis músculos un alivio que hacía rato me estaban pidiendo.

Golpeo mi cráneo contra el suelo frío y éste rebota dos veces entre la tierra. Aúllo de dolor pero nada me parece importar más que las puntadas en las piernas y en los brazos, que aún continúan, pero con menos fuerza.

–Bueno, al menos lo intentaste.

– ¿Cuánto tiempo estuve? –pregunto desmayada en el suelo, la tierra me estaba entrando por entre la vestimenta y empezaba a picarme en la piel blanquecina, ya nada me importaba. Necesitaba agua y algo para comer urgentemente, tenía un nudo en el estómago y éste comenzaba a comportarse como si tuviera vida propia. Pronto mi estómago terminaría comiéndose a mi páncreas.

–Cuarenta minutos exactos –responde dejando atrás el “asiento” en donde estaba apoyado él. Era un tronco grueso y viejo, el árbol al que había pertenecido parecía hacía ya mucho tiempo haber caído por vejez. Estaba en mitad de descomposición pero no interesaba, podía sostener el peso de… un alma. O eso creía que era Tony.

– ¿Y cuánto tenía que soportar? –pregunto con el cuerpo adherido en el suelo, levantando solamente la cabeza para poder mirarlo.

–Sólo veinte –sonríe ampliamente.

– ¿Qué? –el aire de los pulmones se me aísla del cuerpo por completo y comienzo a toser de forma estrepitosa. La tos parece quebrarme el cuerpo a la mitad por la fuerza que necesitaba hacer para que salga desde el fondo de mi cuerpo. Me doblo en dos y sigo tosiendo sin importar nada. Una flema viscosa asciende por mi garganta y la escupo a mi lado con asco cuando siento el sabor amargo en mi lengua y paladar. Dejo de toser y observo detenidamente lo que había salido de mi cuerpo: una masa gelatinosa de color negro. Podría asimilarse al petróleo, aunque jamás había visto algo así. Comienzo a preocuparme, ¿eso salió de mi cuerpo? Intento pararme cómo puedo, haciéndole caso omiso a las puntadas dentro de los músculos de mi cuerpo. Me enderezo y retrocedo hasta donde está Tony, el cual, como siempre, no apoya los pies en el suelo sino que camina un poco más por encima de este, como si flotara.

Secretos de Sangre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora