Félix

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Yo... Yo nunca he sido, ni seré como Aura. Yo estaba consumido por la triste realidad...Yo era uno más de esos chicos.

Las pinzas de este desalentador mundo pescaron mi alma, y se dieron un festín con ella. Fueron arrancando, granito a granito, toda esperanza que pudiese tener, y toda felicidad que en mí se pudiese hallar.

No, no era así.

Realmente me demostraron que toda esperanza era una ilusión. Rebajaron mi fe, a un simple engaño. Recién nacido, era un increíble individuo, capaz de sonreír en cualquier momento, incluso podía hacer a la gente feliz con movimientos aleatorios, que ni tan siquiera estudiaba.

Pero no... Poco a poco, esos dulces brotes de seguridad, de certeza de un futuro feliz, fueron siendo recogidos prematuramente, y desechados, pues al parecer, ni servían para abono, aunque ni siquiera hicieron el intento de buscarles y proporcionarles un nuevo uso...

Mi espíritu, mi esencia, de un blanco perfecto y luminoso, comenzó a ser profanada por otras muchas emociones. Envidia, tristeza, desconfianza, inutilidad, cobardía... Ninguna de estas emociones nacieron junto a mí, pero todas fueron infundidas, como si de conocimientos básicos se tratasen. Yo vine a este mundo feliz, y lo único que me dijeron al llegar, fue que tal realidad sólo existía dentro del vientre, y que tras él, el único sol que iluminaría mis días sería oscuro y triste.

Aún así... Yo... Ya no soy así.

Ni lo seré. Nunca más. Jamás.

Erika... Me demostró que nada es así. Me enseñó que en su hogar, aún queda color. Aún hay esperanza, aún hay ilusión, aún hay... humanidad.

Erika me recogió un día lluvioso, como casi todos en este lugar... Yo estaba llorando, derramando lágrimas azules cuyo color se evaporaba, como si el aire estuviese al rojo vivo. La gota, cuya única diferencia con el resto de gotas que caían del cielo, tenía su origen en mi ojo, pero cayó, y se mezcló con el resto de sus hermanas, en uno de los muchos charcos que se habían formado en el asfalto.

Si Erika no me hubiese acogido aquel día, seguramente yo ya habría dejado de ser quien soy, sin apenas punto de retorno. ¿Por qué lloraba? La verdad, no tengo ni idea. Pero sé que desde que mis ojos se abrían al levantarse el sol, hasta que luchaban por cerrarse al ponerse, eran escasos los momentos en los que no estuviesen húmedos...

Aquí, conocí a Aura. Esta vivienda era como un fuerte para los que aún creíamos, en un futuro brillante y alegre. Bueno, realmente no "era como", sino era, y sigue siendo, la última línea de defensa, para todos los que creemos que los términos "fantasía", y "realidad" no son antónimos.

"¿Y tú... En qué crees?"

Esas fueron las palabras que me dijo Erika aquel día, y con las que algún día, me gustaría ayudar a alguien, de la misma manera que lo hizo ella, conmigo...

Pero ese breve resumen de lo que pasó aquel día es insuficiente, ¿no?

Nací en el seno de una adinerada familia. Tanto mi padre como mi madre ganaban bastante más que cualquier otra persona en esta ciudad, y teníamos una casa amplia y luminosa. Por ello, mis padres decidieron otorgarme este nombre, Félix, "el se considera feliz y afortunado". Pues pensaron que ese sería mi destino...

Mis padres trabajaban de directores de empresa, por lo que no venían apenas a casa, a no ser que viniesen acompañados de archivadores repletos de impresos incomprensibles, que cada uno contenía avariciosos proyectos, de los que dependían el sueldo de muchos.

Pero mis padres tampoco iban a dejar solo a un crío de apenas unas semanas, y por ello, mi madre se pidió una baja temporal, para cuidarme, y colocó a una empresaria bastante prometedora en el cargo de directriz temporal. Ana llevaba bastante tiempo trabajando, y todo y cada una de sus ideas eran puras menas repletas de minerales preciosos, por lo que mi madre fue entablando una fuerte amistad con ella, y decidió confiar en ella para este alto cargo.

MagoudenWhere stories live. Discover now