Recién llegados

4 0 0
                                    


Sofía

No puedo ver nada.

Escucho sollozos ahogados de los chicos que están frente a mí. Sé que están ahí, puedo sentirlos. Tengo miedo. Mi espalda choca contra la puerta de hierro caliente por la que nos han empujado. No hay luz aquí adentro. A mis ojos les lleva tiempo acostumbrarse a la boca del lobo, nunca había estado en un lugar tan oscuro. Se escucha un golpe de hierro contra hierro como dos tubos golpeándose sobre nuestras cabezas. Nos estremecemos y comenzamos a lamentarnos de verdad.

Estoy llorando como todos. Esto no puede ser cierto. ¿Dónde nos han metido? ¿Qué se supone que va a pasar ahora? ¡Mamá, papá! ¿Dónde están?

A unos pasos de mi alguien se debate buscando a ciegas alrededor. Soy consciente de que me ha visto o mejor dijo a sentido como intento apretar la mandíbula y no llorar. Quien quiera que sea se va alejando.

Nos quedamos en silencio. O por lo menos dejamos de quejarnos.

Una brisa ligera pasa cerca de mi rostro y uno de nosotros cae de bruces al suelo. Respiro el aire caliente que nos rodea y caigo jadeando contra la puerta.

¿Qué ha pasado? Todos gritan tan fuerte que no logro entender si algo los está atacando o si han dado con el cuerpo inmóvil de quien quiera que aun esta en el suelo.

-¿Qué pasa?- grita una chica y se escuchan pasos en mi dirección.

Poco a poco distingo finas siluetas que apenas se mueven entre ellas. Son tan oscuras como la oscuridad misma. Se escucha la respiración agitada de todos y mas gritos ahogados.

-¡Me quiero ir, quiero irme a casa!- alguien comienza a golpear la puerta de la que estoy afirmada. El chico grita desesperado y araña buscando algo. Me levanto cuando da algo contra mi cara. De pie el aire es mucho más caliente, unos diez grados sobre la temperatura normal de cualquier sauna. Al chico a mi lado se le unen más y más. Todos llegan a golpear el metal y gritan a coro. El sonido es tan ensordecedor que me coloco a llorar tras ellos sin alejarme demasiado.

Dios.

Aun tengo viva la sensación de la mano estrangulando mi chaqueta, mis pies resbalando contra lo que parecía arena mientras siguen jalándome hacia adelante. Un día brillante convirtiéndose en una noche sin luna en dos segundos y mi cara contra el hombro de alguien.

-¡Hey, Hey!- golpes en el techo nos dejan a todos en silencio.

De la puerta se escucha un rugido de motor y todos los que están cerca caen al suelo. Se enciende una luz rojiza en alguna parte del techo y las paredes y por primera vez puedo ver mis manos frente a mí.

Somos casi diez. Todos de prácticamente mi edad, excepto un chico de unos catorce o trece años.

Paso mi mano por mi cabello. Esta húmedo y sucio, pero el de todos esta así. Hay un chico en el suelo, no mueve ni un solo musculo y sus ojos no están completamente cerrados. Grito. Parece estar muerto. Todos se estremecen frente a mí y una segunda envestida a la puerta nos hace reaccionar.

Mis piernas se estremecen. Tengo que correr. Corre.

¡Corre!

Un chico con una cortada en el rostro me pasa de un salto y corre a mi espalda. Trago saliva y otro le sigue. Uno tras otro van corriendo y pasado sobre mi hacia quien sabe dónde. Entonces me lo planteo mejor. Están huyendo de algo, me están dejando y abandonando al chico en el suelo. Tras de mí se abre lo que parece un túnel alumbrado con luces rojas. No es muy ancho, pero parece bastante largo, no puedo ver dónde termina. Miro al chico aun inconsciente o tal vez muerto y me maldigo cuando me pongo de pie y sin pensarlo dos veces ni mirar atrás me lanzó a correr tras el grupo. No sé que pasara con él ahora, pero me aterra quedarme a averiguarlo. No tengo mucho tiempo para pensarlo.

Corro hasta que puedo ver la espalda de los últimos chicos que salieron corriendo y me seco las lágrimas con la palma. He abandonado a un chico de mi edad que necesitaba ayuda. Lo han golpeado con algo y nadie se ha parado a ayudarlo. Ni siquiera se quedaron a comprobar si en realidad estaba con vida.

Se escucha un estruendo a mi espalda, el sonido de cadenas siendo arrastradas y una explosión. Apretamos el paso.

Doy un vistazo a mí alrededor. En las paredes hay cadenas colgando, tablones colocados uno sobre otro formando una equis perfecta, la figura de cajas de madera bajo postes del mismo material que llegan hasta el techo y desaparecen bajo una tubería. Cada tres equis de madera en la pared la luz roja se intensifica y luego se atenúa.

Me detengo. Alguien ha gritado. No logro distinguir si ha venido desde mi espalda o desde el frente. Tampoco sé si son gritos de alegría o de miedo. No entiendo que pasa. Hace dos horas estaba sentada viendo televisión en mi casa y ahora aquí huyendo de quien sabe que.

¿Qué hago? ¿Debo volver a la puerta? ¿Debo correr y alcanzar a todos? ¿Y si algo los ataco? ¿Y si el chico que dejamos atrás no estaba muerto? ¿Y si lo estaba? 

El BunkerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora