Capítulo I: La habitación

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Dulces Sueños {Alice}

Janina Ibeth Flores

«Solía vivir en una habitación llena de espejos, todo lo que veía era yo»

 - Jimi Hendrix

Capítulo I: La habitación 

Detestaba el color de aquella habitación, era de un blanco brillante que aturdía su vista y le causaba escalofríos. Estaba vacía con excepción de una silla, una mesa de metal -ubicadas en el centro- y un enorme espejo en el frente. Sentada en la silla, Alice llegó a la conclusión de que el color blanco era el peor color que podía existir. No había nada bueno en el. Era un color que expresaba un inquietante vacío. No obstante, si lo pensaba un poco, tampoco le gustaba el color rojo.

Algo desorientada, la muchacha levantó las piernas al asiento de la silla y escondió la cabeza ahí, respirando con dificultad. Iba a tener otro ataque de pánico, y los doctores le habían recomendado que para evitar uno, debía encontrar una posición con la cuál que se sintiera cómoda y segura. La posición fetal era su preferida, pero a falta de una cama, la silla podía ayudar. Tembló un poco, el metal bajo su piel la estremecía, así como la sensación de que la observaban.

Alice no era tonta, sabía que detrás del espejo, un grupo de hombres vigilaban cada uno de sus movimientos. Comprendía porque lo hacían, era lo más racional después todo lo que había ocurrido. Cerró los ojos, quería alejar todas las visiones sangrientas que aturdían su mente.

Fuera de sus pesadillas, una más confusa que la otra, no había nada más que pudiera confesar. Todos los cruentos detalles del homicidio, los policías y detectives los conocían a la perfección. Pese a ello, trataban de forzar un testimonio de su parte, pero Alice no podía contarles nada nuevo porque no recordaba absolutamente nada; ni el rostro del asesino ni lo que había sucedido en realidad aquel fatídico jueves, dos años atrás.

Aún le dolía la garganta. La cicatriz que iniciaba en el lado derecho de su cuello y que culminaba entre sus pequeños senos -a la mitad de su pecho-, era un recordatorio de un evento que su mente parecía negarse a recordar.

Todo lo que sabía del delito no eran más que  fotografías y mucho papeleo.

Había sobrevivido. Como si se tratará de un evento milagroso, muchos de los médicos que la atendía le habían realizado varios estudios y pruebas psicológicas. En realidad, ninguno de ellos esperaba que Alice estuviera despierta. Las estadísticas establecían que ella debía fallecer en algún momento.

Dos años en coma… dos años de su vida se habían esfumado en un abrir y cerrar de ojos, dejando en su lugar una serie de alucinaciones donde la realidad se volvía más y más borrosa a cada paso que daba. Pese a ello, Alice quería encontrar respuestas; el misterioso homicidio de su familia hasta el momento era un caso frío.

Sin pistas. Sin huellas. Sin sospechosos.

Incomoda, la joven de cabello castaño levantó los ojos y se encontró al otro lado del espejo en una habitación oscura que olía a tabaco. Lo extraño de todo era que ella aún permanecía sentada en la habitación blanca. Sentada, sin pronunciar palabra alguna, la otra Alice se movió de un lado a otro en la silla, evitando mirar a los dos hombres que la interrogaban.

—¡Alice! —un hombre mayor y canoso le gritó a su doble, colocando una carpeta gris en la mesa; los papeles se deslizaron por la superficie y foto tras foto de las pruebas obtenidas en el asesinato, se presentaron. Alice se molestó, golpeando el vidrio por el injusto acoso del policía. La persecución que sufría no tenía nombre. Ambos detectives exigían una enorme cantidad de detalles que la muchacha no podía responder.

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⏰ Última actualización: Oct 15, 2014 ⏰

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