El Cruce de Miradas - 7

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Anochece. Hace calor en Madrid. Han pasado ya varios meses.
Hace ya medio año de aquel encuentro entre Javier y Óliver, del cruce de miradas y de las fantasias sexuales que se creían olvidadas.
Javier y Laura encontraron por fin un piso de alquiler en el que dar sus primeros pasos en la vida en común, en la creación de proyectos, en el despertar todos los días al lado de esa persona a la que dicen amar. Nunca han pensado en el matrimonio, pero en el inconsciente colectivo lo han hecho, se han casado.

El lugar elegido fue un barrio más o menos céntrico de Madrid, lo suficientemente cerca de todo lo que un joven puede necesitar, pero lo suficientemente lejos de todo el ruido y ajetreo que puede provocar estar al lado de bares, restaurantes, pubs...

Felicidad, caricias en la cama, amaneceres llenos de besos y muchas madrugadas repletas de sensualidad. Javier se siente pleno. En estos momentos, asomado en la terraza y contemplando la minúscula calle a sus pies piensa en lo afortunado que es en esos momentos.
Pero... ¿Qué sucedió con Óliver? ¿Ha desaparecido de su mente?

Lo cierto es que no. Ese tipo de encuentros jamás se olvidan. No todos los días terminas en una cafetería con un tipo al que acabas de conocer metiéndote mano bajo la mesa.
"No, la vida no es así de extraordinaria", piensa Javier, dando una última calada al cigarro y arrojándolo a la calle. Es una zona bastante tranquila, y el poco movimiento que hay son los vecinos que regresan a sus hogares tras un duro día de trabajo.

Javier regresa al interior de su casa. Decorada de forma sencilla con muebles más que funcionales, se trata de un pequeño loft con cocina americana. La cama de matrimonio está situada de tal forma que frente a ella queda un sillón de tres plazas y, más allá, un televisor anclado en la pared. Así pueden ver la televisión y jugar a la videoconsola desde donde quisiesen.
A un lado de la vertical de ocio y descanso nos encontramos la cocina, con una pequeña barra de bar y cuatro taburetes, y al otro, la entrada de casa, un escritorio con un ordenador portátil, un armario y un mueble repleto de libros, carpetas, cómics y películas en dvd.
La puerta al baño se sitúa a un lado de la cocina, junto al frigorífico. A través de ella sale Laura, recién duchada y vestida con un albornoz corto.

-¿Qué vas a querer de cenar? -pregunta Laura acercándose a Javier. Se abrazan y se dan un pequeño beso en los labios.
-Lo que quieras. ¿Algo ligero?
-Tenemos un paquete de lechuga a punto de caducar, y... -dice pensativa, acercándose al lado de la cocina y abriendo el frigorífico-, unos tomates cherry que aún no tienen muy mala pinta.
-Pues eso es lo que cenaremos. ¿Quieres que lo haga yo?
-Ay, sí. Muchas gracias, así podré secarme el pelo -responde ella chistosa, encerrándose rápidamente en el cuarto de baño.

Aún son jóvenes para saberlo, pero en ese tipo de acciones están muy cerca de lo que llamaríamos "felicidad", esos instantes cotidianos en la vida de personas como yo, como tú, como todos nosotros, en los que de verdad podríamos decir "estoy aprovechando al completo mi vida en este preciso instante".
¿Qué es lo que vale más en la vida? ¿Una caricia, un 'te quiero'? ¿Dedicar la vida al completo a una carrera bien remunerada pero que no nos atraiga? ¿Abandonar nuestra acomodada existencia en busca de nuestro propio proyecto, la verdadera felicidad?
Muchas veces tenemos la solución a todos nuestros problemas al alcance de las manos, pero siempre deseamos más, deseamos convertirnos en estrellas de todo, deseamos sentirnos importantes en nuestros círculos y convertirnos en protagonistas del universo aunque sea por cuestión de segundos.
No somos tan importantes para el universo. Somos importantes para nosotros mismos...

Pero regresemos a Javier y Laura. Él, en pijama de verano y sentado mientras abre una cerveza bien fría, y ella, con el pelo ya seco, y también en pijama de verano, se sienta y aliña la ensalada.
No se dan cuenta, pero están creando su propio ritual. Todos nosotros adoptamos costumbres vistas en la casa de nuestros padres, de nuestros seres queridos, pero una vez salimos de allí, debemos inventar nuestro presente, nuestro día a día.
Si nuestro cuerpo, alma o persona nos pide seguir un rumbo diferente, ser nosotros mismos en actos tan cotidianos sobre cómo guardar la vajilla, las horas para ver la televisión, o dormir en el sillón las veces que nos de la gana... ¡tendremos que hacerlo!
Por eso, sin decirlo ni pensarlo, Javier y Laura actúan de esa forma "rebelde", de esa forma moderna que a más de uno alarmaría.
El padre de Javier jamás hizo una ensalada en su vida, ni mucho menos puso la mesa como si fuera la "ama de casa", pero ahí está él, Javier, para romper esa maldición familiar, modernizar los tiempos y hacer todo mucho más normal.
¿Y qué decir de la familia de Laura? Están viviendo juntos sin haberse casado... ¡ni siquiera se han comprometido! Sus padres no lo entienden muy bien, pero nadie puede luchar contra el amor, ni mucho menos contra una chica que sí o sí se va de casa con el chico al que ama.

Javier y Laura cenan tranquilamente, rompiendo los esquemas de su árbol genealógico a cada lechuga mordida, a cada sorbo de agua.
Y lo pueden hacer con calma, ya que al día siguiente descansan. Aún así, quieren ir a ver cosas por el centro de Madrid, por lo que, nada más desayunar saldrán a pasear.

Y ya nos encontramos en el dia siguiente. Javier y Laura han dormidos abrazados tras un rápido intercambio de pasión y lujuria, y, tras haber desayunado rápidamente, han salido de casa para coger el primer autobús rumbo a la Gran Vía madrileña.
Está repleto de gente, un ambiente heterogéneo en el que ancianos, niños, jóvenes, maduros, blancos, negros, chinos, religiosos... mil formas de vida danzando al ritmo del sonido de los semáforos.
Rápidamente entran en una tienda de ropa. Laura quiere buscar un cinturón que pegue con los pantalones que se compró hace unos días en otra tienda de nombre impronunciable, pero semejante estilo. Javier sabe que es mentira, que para nada buscará únicamente el cinturón, pero le da igual. Ambos saben que Javier tarda incluso más tiempo en encontrar algo que le interese en una tienda de cómics... siempre que haya algo que le interese.

-Mira cari -dice Laura tomando a su novio del brazo-, ¿cómo crees que me que quedaría esta camiseta?
-¿No habíamos venido a por un cinturón? -pregunta riéndose, sabiendo de sobra la respuesta.
-Jo... Bueno, da igual. Me la pillo también y me lo pruebo todo a ver que tal, ¿de acuerdo? -Javier asiente-. Espérame aquí y ahora te aviso para que veas cómo me queda.

Javier se queda quieto, mirando como desaparece tras la cortina para salir como una mujer nueva, como si se tratase de un programa de televisión de moda en el que salen humo y luces para convertir a la gente en lo que no son.
Algo así es lo que tiene Javier en mente, cuando, de repente, una mano le sujeta del brazo. Instintivamente se gira, creyendo que alguien intentaba robarle.
Pero al observar de quién se trata, tan sólo puede artícular una palabra:

-O... Oliver...
-¿Cómo estás? Me alegra que te acuerdes de mi...

[Continuará...]

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