Las palabras aparecen de vez en cuando; surgen en mí sin consulta previa. Es un poco fastidioso. Escucho melodías en historias, siento aromas en armonías, el contrapunto entretejido me sabe al deleitoso terciopelo azul.
Siento la rítmica de las frases, la cual invoca visiones: el atardecer más grisáceo que he contemplado, las nubes negras —reflejando mi postergado sentir— dejan pasar los haces de blancas luces solares, que en la monocromía del cuadro riñen al basto océano... perdiendo cada vez más su aliento.
El gracioso y agradable cuarzo rosa me hace sentir la más dulce de las caricias; pero en el mar me ahogo, intentando en la tersa seda encontrar consuelo. La paso por mi rostro, percibo su aroma. Me estoy ahogando, cada vez veo menos la luz blanca que ilumina este triste y plomizo.
Esa razón —¡la tragedia!— está allí, aguardando, en lo fondo del océano, en una muy ornamentada caja. Allí aguardan los sentidos de mi existencia, el placer de existir. Sin aquélla el triste canto de las sirenas nunca podrá significar un color.
Pero entre la muerte y la redención hay tan sólo un cambio de perspectiva.
Pero entre este infeliz mundo gris y mi sombra... ¿he de yo salir de aquí? Dime, dime, dime, dime, dime, dime.
Tengo miedo del sentido; temo al sinsentido, pero más temo a la verdad. Temo a mí, y en lo que me he convertido.
—¿A quién llamas? —Musité.
—A ti. —Musité nuevamente.
(Sólo temo de ti, sólo necesito de ti).
Tomé un viejo anillo cobrizo, ornamentado como todos los rosales de este triste mundo, lo coloqué en mi dedo intentando darle algún valor. (Como todas aquellas cosas que amabas en el mundo de las gentes). Pero, ¿qué sentido tiene?
Dame color, dame aquellas notas, dame el calor. La tragedia llamó ante mí, el drama suspiró y mi corazón, impálpito, nunca lloró.
Las renegridas nubes, que bien lóbregas podían ser pero no es sino gracias a su misericordia que luz tengo. Cantar hacia ellas debería, sin embargo, ¿qué sentido tiene?
Vagando, mirando entre las rocas el oleaje del mar. Me estoy ahogando; estoy embriagado de ceniza. La sensación es similar a comer algo muy sintético (¿una pintura muy gris?), pesa en el estómago; te da saciedad, pero una extrema, un hambre del no-vacío pero en su sentido contrario. Dios, ¿dónde estás?
¿Deseo salir? La hermosura de este laberinto que he construido me extasía... ¿pero soy yo el único habitante de este mundo?
—Así es.
Hundido en mis miserias yo... ¿deseo un mar de plata? ¿Cuál es la diferencia entre un océano de plata y uno de plomo en este atardecer tan cenizo?
(Do sostenido).
Allí, en aquella caja, existen todas las respuestas. ¿Cómo he de hilar el camino hacia allá? Sé como; ¿la voluntad?
Temo; el reflejo me extinguió en su haber. No podría vivir en otro lugar que no sea este, ¿será que siempre necesité un lugar al que llamar hogar? ¿Seres a los que amar? ¿Será que los espinos, las nubes oscuras, el mar plomizo y los puntiagudos peñascos son mi hogar? ¿Será que yo soy el ser al que amo? ¿Será que las rosas que florecen en los más oscuros y dañinos espinos son mi verdadera familia?
—Pero cada vez que los toco mis brazos sangran.
(Sangre).
Aquella es la única capaz de dar color a este mundo; lamentablemente entre el gris y el rojo soy incapaz de pintar este mundo. E incluso si pudiese, no tengo suficiente.
La fatiga extingue mi alma: debo resignarme a vagar por este mundo. Observar cada tarde el (eterno) atardecer gris. Abrazar los peñascos con la sangre de mi pecho. Quién sabe si besar dulcemente a los espinos. Caminar descalzo por los monotonales campos de dientes de león color ceniza, color vacío, color indeterminación.
Sacadme, sacadme de aquí, sacadme, sacadme, sacadme, sacadme.
—Pero Dios, incapaz de oírme, no respondió. —Musité, narrando a los dientes de león.
—Incapaz de existir [alguien más].
He de seguir vagando, contemplando y amando cada creación de mi alma
y tal vez algún día...
Allí, al fondo del mar, donde yace ella, la benevolente tragedia, los colores, las notas y la armonía, donde el canto de las sirenas vive en conjunto con la vida; donde los sentimientos pueblan las lágrimas tal como las acuarelas se funden en pequeñas gotas de agua.
Perdona, sé que estás ahí, tan sola como yo. Pero, no puedo manumitir. No puedo renunciar a todo lo que soy, amada redención.
(Los giros; giramos —giraríamos—, acariciando tu suave rostro, arrullando tu cabello. Explotando en todos los colores, sintiendo cada progresión armónica. Fusionando nuestras siluetas en todos los colores posibles, dándole un sentido profundo al mismo gris. Rozando mi nariz con tu rostro, dando una cálida caricia en el cabello «todo estará bien», dando un entrañable suspiro similar al sonido del alma dejando el corpus.