Puedo vivir sin escribir?

Ansiedad o sosiego, felicidad o tristeza. Cualquiera que sea el sentimiento, lo veo reflejado en las palabras de un libro. De cualquiera.

Pero no me basta con verlas, debo saber que tanto pesan al escribirlas. Sentir su forma en mis manos, su sonido en mis oídos o, su poder en todo mi cuerpo. Y, si lo siento así, sé que otros también lo sentirán. Pero, cuando pienso en que no puedo dejar de escribir, advierto una maldición sobre mí.

Invisible, pero presente. Me toma por rehén y me obliga a seguir haciéndolo, ya no por placer o dolor, sino por necesidad. La llevo a cuesta todos los días de la semana y, cuando intento omitirlo, de mis entrañas brota una urgencia como la de comer, y ya, sencillamente, no puedo postergarlo.

Lo he hecho desde mi adolescencia. Desde el momento en que deje de escuchar los cuentos de mi abuela, para escribirlos y atesorarlos. Tome un respiro mientras fui humillado por compañeros del colegio, pero regreso más adelante y con gran ímpetu. Desde entonces, no he dejado de luchar contra esta bestia. Pero a decir verdad, no me siento abatido por ella.

Ahora, es más que una perversa compañera. Es también mi amiga. Su voz se escucha en mi cuarto en todo momento y, llena el vacío que me deja el mundo. Sencillamente para mí, escribir es mi salvación.