Capítulo 2.

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Feliz navidad amigos, espero que la pasen bien junto con sus familiares y amigos, tal y como prometí, aquí les dejo mi regalo. Un beso.

Richard Allen detuvo su andar en frente de  su antigua casa y dudó un momento antes de llamar a la puerta; no porque el lugar le trajera malos recuerdos, o porque fuera a enfrentarse a una situación difícil allá dentro, sino porque sabía que había un demonio que esperaba una respuesta de su parte, y si esta no era favorable, su desgracias estarían aseguradas.

No obstante, ya que nunca se consideró un cobarde, llamó y esperó a que le abrieran. Saludó a Gibbs, el fiel mayordomo, y atravesó el vestíbulo con el mayor sigilo del que fue capaz, sus ojos color avellana repasaron cada lugar decidiendo que había altas posibilidades de atravesarlo y llegar al estudio de su hermano sin ser descubierto; sabía que este no estaba, pero podía esconderse ahí mientras llegaba. Sin embargo, a pesar de tener un buen manejo de las estadísticas, debió saber que nada era completamente seguro, sobre todo si de Clarice Allen se trataba.

La joven, con sus pocos trece años, parecía estar esperándolo desde algún lugar secreto y se interpuso en su camino, cruzó los brazos y arqueó una ceja esperando la respuesta a la pregunta que se sabía muy bien.

Richard suspiró con resignación. Sabía que su próxima respuesta posiblemente le ganaría en un futuro un buen sermón de su hermano, pero prefería un regaño por haber contribuido a la destrucción de Londres, que soportar la ira de Clarice Allen cada vez que entrara en esa casa. Él no era cobarde, para nada, pero vamos, hasta el mismo rey, o mejor dicho, la guardia de este, debían de tenerle miedo a Clarice. Era un pequeño demonio con rostro de ángel.

Se preguntó porqué no pudo haber sido dotado con hermanas normales, de esas dulces jóvenes que solo sueñan con el príncipe azul y eran afables y sumisas; en lugar de unas con pensamientos raros y afán en aprender deportes masculinos. Pero ya que no valía la pena lamentarse por lo que nunca tendría, decidió dejar de indagar en sus desgracias y decir la respuesta.

—Sí, te voy a enseña a boxear, pero no se lo menciones a nadie ¿Entendido?

Clarice emitió un chillido de triunfo y en un impulso lo abrazó.

—Por eso eres mi hermano favorito.

—¿Y Edwin?

—Por eso eres mi segundo hermano favorito.

Richard blanqueó los ojos y siguió caminando mientras Clarice se dejaba caer en uno de los sillones satisfecha de haber conseguido su objetivo. Debió haberlo supuesto, jamás podría competir en el lugar de hermano favorito contra Edwin, el mellizo de Clarice, quién no era más que otro demonio al que no tardarían en expulsar de Eton, y quién secundaba y apoyaba a Clarice en cuanta locura se le ocurriese para poner escandalizar a Inglaterra.

Estaba a punto de desaparecer por los pasillos cuando alguien tocó el timbre. En otra ocasión se hubiera seguido de largo, pero algo, llámenlo curiosidad momentánea, o simple deseo de saber quien se atrevía a llegar a esa casa de locos, esperó.

Gibbs abrió la puerta y la figura de mujer se visualizó ante sí. Esta estaba vestida de la forma mas recatada posible con un horrendo y anticuado vestido gris. Su cabello negro estaba recogido en un feo moño con cofia y su espalda tan recta y tensa como una vara, hacían temer por la resistencia de su columna. Tendría todo el severo aspecto de una institutriz sino fuera porque su rostro parecía demasiado joven para ese cargo, y sus ojos, que desde aquí podía ver eran de un gris intenso, demostraban una calidez y bondad carente en este tipo de trabajadoras, normalmente hastiadas de la vida y sin ánimos de seguir.

Fue solo un segundo lo que tardó en reconocerla, y aún así le pareció demasiado, pues era alguien a quién se le hacía difícil olvidar. Era ella. Como no reconocerla. Solo su silueta, solo su mirada delataban su identidad aún desconocida, pues recordaba, nunca le dijo su nombre. Pero estaba a punto de conocerlo.

Un problema encantador (Familia Allen #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora