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El copista 

En los límites orientales de Chancery Lane, esdecir, más concretamente en Cook's Court, CursitorStreet, el señor Snagsby, Papelero de losTribunales, se consagra a su legalísima ocupación.A la sombra de Cook's Court, que casisiempre es un lugar sombrío, el señor Snagsbyvende todo género de formularios de papel delEstado: piel y rollos de pergamino; papel debarba, satinado, a rayas, marrón, blanco, hueso ysecante; sellos; plumas para oficina, plumas corrientes,tinta, gomas, arenilla, alfileres, lacres ysellos; cinta roja y cinta verde; agendas, almanaques,diarios y listas legales; rollos de cuerda,reglas, tinteros —de plomo y de vidrio—, navajas,tijeras, cortaplumas y otros artículos de oficina;en resumen, objetos demasiado numerosospara mencionarlos todos, y allí está desde quecumplió su aprendizaje y se hizo socio de Peffer.En aquella ocasión Cook's Court pasó en ciertosentido por una revolución al aparecer una inscripciónnueva y recién pintada, PEFFER YSNAGSBY, que desplazó a la leyenda tradicionaly no fácilmente legible de PEFFER,únicamente. Pues el humo, que es la hiedra deLondres, se había retorcido tanto en torno alnombre de Peffer, y de tal manera se aferraba asu residencia, que el afectuoso parásito habíadominado totalmente al árbol padre.Hoy día ya no se ve nunca a Peffer en Cook'sCourt. Y tampoco lo espera nadie allí, pues llevayaciendo desde hace un cuarto de siglo en elcementerio de la iglesia de San Andrés, Holborn,y en su derredor pasan rugientes las carretasy los coches, todo el día y la mitad de lanoche, como un gran dragón. Si alguna vez seausenta cuando descansa el dragón, para ir atomar el aire en Cook's Court, hasta que le advierteque regrese el canto bienhumorado delgallo de la bodega de la pequeña lechería deCursitor Street, cuyas ideas acerca de lo que esla luz del sol resultaría curioso averiguar, puespor observación personal no puede conocernada al respecto, si alguna vez, decimos, Peffervuelve a visitar las pálidas luces de Cook'sCourt, lo que no puede negar positivamenteningún honesto papelero de la especialidad,viene en forma invisible, y no afecta a nadie, ninadie se entera.Cuando todavía vivía, e incluso durante elperíodo del aprendizaje de Snagsby, que durósiete largos años, vivía con Peffer en los mismoslocales de la papelería de los tribunalesuna sobrina: una sobrina bajita y astuta comprimidade forma un tanto violenta en la cintura,con una nariz afilada como una tarde fría deotoño, inclinada a helarse en la extremidad.Entre los residentes de Cook's Court corría elrumor de que la madre de la sobrina, cuandoésta era una niña, llevada de una celosa solicitudde que la figura de aquélla llegara a la perfección,le ataba los cordones del corset apo-yando el pie materno en la pata de la cama conobjeto de hacer más presión, y además que absorbíapor vía interna dosis de vinagre y jugode limón, ácidos que según aquellos murmuradoreshabían subido a la nariz y el humor de lapaciente. Fuera cual fuese una de las múltipleslenguas del Rumor en la que se originó aquellasabrosa leyenda, nunca llegó a los oídos deljoven Snagsby, o no influyó en ellos, puesSnagsby, tras cortejar y conquistar a su hermosoobjeto cuando cumplió la mayoría de edad,concertó dos contratos al mismo tiempo. Asíque ahora, en Cook's Court, Cursitor Street, elseñor Snagsby y la sobrina son sólo uno, y lasobrina sigue cuidando de su figura, la cual,por mucho que los gustos difieran, sigue siendopreciosa, en el sentido de que es sumamenteescasa.El señor y la señora Snagsby no sólo son unasola sangre y una sola carne, sino que, a juiciode sus vecinos, son también una sola voz. Esavoz, que parece proceder únicamente de la se-ñora Snagsby, se oye con mucha frecuencia enCook's Court. Al señor Snagsby, salvo en lamedida en que halla expresión por conducto deesos melodiosos acentos, se lo oye raras veces.Es un hombre tranquilo, calvo, tímido, con elcráneo reluciente y un mechón de pelo negroque le brota en la nuca. Tiende a la mansedumbrey a la obesidad. Cuando se lo ve a supuerta en Cook's Court, con su bata gris detrabajo y sus manguitos de percal negro, mirandoa las nubes, o cuando está tras su escritorioen su tienda oscura, con una pesada reglaplana, recortando y arreglando un pergamino,en compañía de sus dos aprendices, no cabeduda de que es un hombre tranquilo y sin pretensiones.De debajo de sus pies surgen a menudoen esas ocasiones, como un fantasma inquietoy vociferante en su tumba, quejas y lamentacionesen la voz ya mencionada, y felizmente,en esas ocasiones, cuando las voces alcanzanun tono más agudo de lo habitual, elseñor Snagsby les dice a sus aprendices: «Creoque mi mujercita le está riñendo a Guster»29.Ese nombre propio, utilizado así por el señorSnagsby, ha llevado ya a los ingenios más agudosde Cook's Court a señalar que así deberíallamarse la señora Snagsby, dado que cabríacon toda perfección y sentimiento llamarlaGuster, como reflejo de su personalidad tormentosa.Sin embargo, es la posesión, y la únicaposesión, salvo 50 chelines al año y una cajitallena de ropa no muy buena, de una muchachaflaca procedente de un asilo (a la que, segúnalgunos, bautizaron Augusta), que, pese ahaber sido alquilada o contratada cuando estabacreciendo por un amable benefactor de laespecie residente en Tooting30, y a que no pue-29 «Guster» es la forma en que los cockneyslondinenses pronuncian el diminutivo de «Augusta»,y al mismo tiempo la palabra «guster» en sí significa«ráfaga, racha, ventarrón, galerna30 Dickens alude al tristemente célebre orfanatode Tooting, que se dedicaba a ceder o venderde haber dejado de criarse en las circunstanciasmás favorables, tiene «ataques» que la parroquiano puede explicar.Guster, que en realidad tiene veintitrés oveinticuatro años, pero aparenta diez más, salebarata debido a ese inexplicable problema delos ataques, y tiene tal terror de que la devuelvana su santo patrón que, salvo cuando se laencuentra con la cabeza metida en el cubo, o enel fregadero, o en la olla, o en la comida, o en loque tenga más a mano el momento del ataque,siempre está trabajando. Los padres y tutoresde los aprendices la encuentran satisfactoria,pues consideran que no existe peligro de queniños, y en el que en 1843 o 1849 (las fuentes difierenen cuanto a la fecha, pero no a los hechos) estallóuna epidemia de cólera que causó la muerte demás de ciento cincuenta niños debilitados por la desnutrición.A su propietario, un tal Drouet, se le procesópor homicidio, pero fue absuelto, y Dickens escribiócuatro artículos sobre el tema en el Examiner enenero-abril de 1849inspire tiernas emociones en el pecho de losjóvenes; la señora Snagsby la encuentra satisfactoria,pues siempre puede encontrar algoque criticarle; el señor Snagsby la encuentrasatisfactoria, pues cree que es un acto de caridadmantenerla. A ojos de Guster, el establecimientodel papelero es un Templo de abundanciay esplendor. Cree que el saloncito dearriba, siempre mantenido, cabría decir, conlos rizadores y el delantal puestos, es el apartamentomás elegante de la cristiandad. Lavista que tiene de Cook's Court por un lado(por no mencionar un poquito de CursitorStreet) y del patio trasero de Coavinses, el alguacildel sheriff del otro, es a su entender unpanorama de una belleza inigualable. Los retratosal óleo —y en abundancia— del señorSnagsby mirando a la señora Snagsby, y de laseñora Snagsby mirando al señor Snagsby, sona sus ojos dignos de Rafael o de Tiziano. Susmúltiples privaciones no dejan de tener algunacompensación.El señor Snagsby remite a la señora Snagsbytodo lo que no se refiere a los misteriosprácticos del negocio. Ella es quien administrael dinero, quien se pelea con los recaudadoresde contribuciones, designa el lugar y la horade las devociones dominicales, autoriza lasdiversiones del señor Snagsby y no admiteresponsabilidades en cuanto a lo que consideraadecuado servir de comida; tanto que se haconvertido en el ejemplo más alto de comparaciónentre las mujeres del vecindario, a todo lolargo de ambos lados de Chancery Lane, eincluso en Holborn, las cuales mujeres, en muchasdisputas conyugales, suelen exhortar asus maridos a que vean la diferencia que existeentre su posición (la de las mujeres) y la de laseñora Snagsby, y su comportamiento (el delos maridos) y el del señor Snagsby. Los rumores,que siempre andan volando, como murcié-lagos, en torno a Cook's Court, y que entran ysalen por las ventanas de todos. dicen que laseñora Snagsby es celosa e inquisitiva y que elseñor Snagsby se siente a veces tan hostigadoque ha de irse de su casa, y que si fuera máshombre no lo aguantaría. Incluso se observaque las mujeres que lo mencionan a sus egoístasmaridos como ejemplo y modelo, en realidadlo desprecian, y nadie con mayor desdénque una señora concreta de cuyo marido sesospecha y más que se sospecha que le midelas costillas con un paraguas. Pero es posibleque esos vagos murmullos se deban a que elseñor Snagsby es, a su aire, un hombre bastantemeditabundo y poético, al que le gusta pasearsepor Staple Inn en verano para ver eltoque rural que le dan las golondrinas y losárboles, y recorrer Rolls Yard los domingospor la tarde y observar (si está de buen humor)que en el pasado ocurrieron muchas cosas, yque está seguro de que si se pusiera uno a cavarahí mismo se encontraría más de un ataúdde piedra bajo aquella capilla. También solazala imaginación imaginándose cuantos Cancilleresy Vicecancilleres y Maestres de Listashan muerto ya, y se siente tan hombre decampo cuando les cuenta a los dos aprendicesque ha oído decir que antiguamente corría porel medio de Holborn un riachuelo «claro comoel cristal», cuando Turnstile31 era verdaderamenteun torno, que daba directamente a losprados; se siente tan hombre de campo, decimos,que nunca quiere ir al campo de verdad.Está terminando el día y se ha encendido elgas, pero todavía no se aprecia del todo, porqueno es noche cerrada. El señor Snagsby,asomado a la puerta de su tienda y contemplandolas nubes, ve que un cuervo, que hasalido tarde, recorre hacia el oeste el pedazode cielo que pertenece a Cook's Court. El cuervopasa directamente por encima de Chancery31 «Turnstile» significa literalmente «torno depaso», y efectivamente era una calleja para pasarpor la cual había que pagar un peaje, y que era infranqueablepara los rebaños que pacían en los alrededoresLane, por Lincoln's Inn Garden y va hacia Lincoln'sInn Fields.Allí, en una casa grande, que antes era unacasa noble, vive el señor Tulkinghorn. Hoy díase alquila por pisos, y en esos fragmentos reducidosde su anterior grandeza están hacinadoslos abogados, igual que gusanos en lascáscaras de nuez. Pero quedan las ampliasescalinatas, los anchos pasillos y las grandesantecámaras, e incluso los techos pintados,donde una Alegoría, con casco romano y unlienzo celestial, se desparrama entre balaustradasy pilastras, flores, nubes y efebos depiernas carnosas y provoca un dolor de cabeza,como parece ser siempre el objetivo de todaAlegoría, más o menos. Aquí, en medio desus múltiples cajas etiquetadas con nombrestrascendentales, vive el señor Tulkinghorn,cuando no se halla presente y en silencio encasas de campo en las que se mueren de aburrimientolos grandes de la tierra. Aquí estáhoy, sentado en silencio a su mesa. Una Ostrade la vieja escuela, que nadie puede abrir.Igual que aparece él a la vista aparece suapartamento en la oscuridad de esta tarde. Mohoso,anticuado, sin ganas de llamar la atención,dotado de los medios para conseguirlo. Lorodean sillas grandes de ancho respaldo decaoba vieja y de crin de caballo, que no seríafácil levantar, mesas antiguas de patas torneadasy tableros de fieltro polvoriento, litografíasregaladas por grandes títulos de la última generación,o de la anteúltima. Una alfombra turcagruesa y sucia tapa el suelo en la parte en queestá sentado él, junto a dos velas metidas encandelabros anticuados de plata, que dan unaluz muy insuficiente a su gran aposento. Lostítulos de los lomos de sus libros se han confundidocon la encuadernación; todo lo que essusceptible de tener cerradura la tiene; no se veni una llave. Hay muy pocos papeles a la vista.Tiene a su lado un manuscrito, pero no lo consulta.Con la tapa redonda de su tintero y condos pedazos rotos de lacre está resolviendosilenciosa y lentamente alguna indecisión. Ahoraestaba en el medio la tapa del tintero; después,el trozo de lacre negro, y después el trozorojo. No es eso. El señor Tulkinghorn tiene quevolver a recogerlos y a empezar.Aquí, bajo el techo pintado con una Alegoríareducida por el ángulo de visión, que contemplasu intrusión como si quisiera lanzarse sobreél, y él no le hiciera ni caso, tiene el señor Tulkinghornal mismo tiempo casa y oficina. Notiene sirvientes, salvo un hombre de medianaedad, generalmente un poco desaliñado, que sesienta en un alto reclinatorio en el vestíbulo yque raras veces está muy ocupado. El señorTulkinghorn no es un cualquiera. No necesitapasantes. Es un gran depositario de confidencias,al que no hay acceso. Sus clientes lo quie-ren a él; es él quien importa. Cuando hay quepreparar un escrito se lo preparan abogadosespecializados del Temple conforme a instruccionesmisteriosas; cuando necesita copias enlimpio las encarga a la papelería, sin reparar engastos. El hombre de mediana edad del reclinatorioapenas si sabe más de los asuntos de laNobleza que un barrendero de Holborn.El lacre rojo, el lacre negro, la tapa del tintero,la tapa del otro tintero, el estuche de la arenilla.¡Eso es! Tú al medio, tú a la derecha, tú ala izquierda. Es evidente que esta serie de indecisionesha de resolverse ahora o nunca... ¡Ahora!El señor Tulkinghorn se pone en pie, se ajustalas gafas, se pone el sombrero, se mete elmanuscrito en el bolsillo, sale y le dice al hombredesaliñado de mediana edad: «Vuelvo enseguida.» Raras veces le dice nada más explícito.El señor Tulkinghorn hace el camino quehizo el cuervo —no tan recto, pero casi— aCook's Court, Cursitor Street. A la tienda deSnagsby, Papelería de los Tribunales, se copianescrituras, letra cancilleresca en todas sus formas,etc.Son las cinco o las seis de la tarde, y sobreCook's Court se cierne una fragancia aromáticade té caliente. Se cierne en torno a la puerta decasa Snagsby. El horario de ésta es tempranero:la comida a la una y media y la cena a las nuevey media. El señor Snagsby estaba a punto dedescender a las regiones subterráneas para tomarel té, cuando miró frente a su puerta y vioal cuervo que había salido tarde.—¿Está el amo?Guster está al cuidado de la tienda, pues losaprendices toman el té en la cocina, con el señory la señora Snagsby; por eso las dos hijas de lacosturera, que se peinan los rizos ante los cristalesde las dos ventanas del segundo piso de lacasa de enfrente, no están acaparando toda laatención de los dos aprendices, como les gustaa ellas suponer, sino que se limitan a provocarla admiración inútil de Guster, a la que no lecrece el pelo, ni, según están seguros todos losdemás, le va a crecer jamás.—¿Está el amo en casa? —pregunta el señorTulkinghorn.El amo está en casa, y Guster va a buscarlo.Guster desaparece, feliz de salir de la tienda,que considera con una mezcla de temor y veneracióncomo un almacén de instrumentos terriblesde las grandes torturas de la ley: un lugaren el que no entrar cuando se apaga la luz degas.Aparece el señor Snagsby: grasiento, caliente,herbal y masticando. Traga un pedazo depan con mantequilla. Dice:—¡Bendito sea Dios! ¡El señor Tulkinghorn!—Quiero decirle algo, Snagsby.—¡Desde luego, señor! Pero, señor mío, ¿porqué no ha enviado a su empleado a buscarme?Por favor, señor, pase a la trastienda. —Snagsby se ha puesto radiante en un momento.La trastienda, que huele a grasa de pergamino,es al mismo tiempo almacén, oficina de con-tabilidad y sala de copias. El señor Tulkinghornse sienta frente a la puerta, en un taburete delescritorio.—Jarndyce y Jarndyce, Snagsby.—¡Sí, señor! —El señor Snagsby abre la espitadel gas y tose llevándose una mano a la boca,con modestas expectativas de lucro. Como elseñor Snagsby es tímido, está acostumbrado atoser con diversas expresiones, con lo cual ahorrapalabras.—Hace poco me copió usted algunas declaracionesjuradas de esa causa.—Sí, señor; así es.—Había una de ellas —dice el señor Tulkinghornmetiendo la mano como distraídamente(¡Ostra cerrada imposible de abrir de lavieja escuela!) en el bolsillo equivocado de lalevita— con una escritura desusada y que megusta bastante. Como pasaba por aquí y creíque la llevaba encima, he entrado a preguntarlea usted..., pero no la tengo. No importa, daigual otra vez. ¡Ah, aquí está! Quería preguntarlequién hizo esta copia.—¿Que quién hizo esta copia, señor? —exclama el señor Snagsby tomándola en la manoy separando todas las hojas de un golpe, conun giro de la mano derecha característico de lospapeleros—. Ésta la mandamos afuera, señor.En aquellas fechas estábamos dando muchotrabajo afuera. En un momento se lo digo, encuanto consulte mi Libro.El señor Snagsby saca su Libro de la cajafuerte, traga otra vez el pedazo de pan conmantequilla, que parece haberse quedado amedio camino, y recorre con el índice derechouna página del Libro: «Jewby... Packer... Jarndyce... »—¡Jarndyce! Aquí lo tiene, señor mío —diceel señor Snagsby—. ¡Claro! Tendría que haberlorecordado. Esto se le dio a un Copista que vivejusto al otro lado de la calleja.El señor Tulkinghorn ha visto la entrada, laha encontrado antes que el papelero, la ha leídoantes de que el dedo terminara de recorrer lalista.—¿Cómo se llama? ¿Nemo? —pregunta elseñor Tulkinghorn.—Sí, señor; Nemo. Aquí lo tiene. Cuarenta ydos folios de a 90 palabras. Entregado el miércolespor la noche, a las ocho; devuelto el juevespor la mañana, a las nueve y media.—¡Nemo! —exclama el señor Tulkinghorn—. Nemo significa Nadie en latín.—Debe de significar alguien en inglés, señor,según creo —aventura el señor Snagsby conuna tosecilla —de deferencia—. Es el nombrede alguien. ¡Mire aquí, señor! 42 folios. Entregadoel miércoles noche a las ocho; devuelto eljueves mañana, a las nueve y media.El rabillo del ojo del señor Snagsby percibela cabeza de la señora Snagsby que se aventurapor la puerta de la tienda a ver qué significa elque él haya renunciado al té. El señor Snagsbydirige una tosecilla explicativa a la señoraSnagsby, como para decirle: «Un cliente, queridamía! ».—A las nueve y media, señor —repite el se-ñor Snagsby—. Nuestros copistas, que vivendel trabajo a destajo, son gente rara; es posibleque éste no se llame así, pero es el nombre queutiliza. Ahora recuerdo, señor mío, que es elque utiliza en un anuncio escrito que pone en laOficina de Normas y en la Oficina de los Magistradosde la Corona y en las Cámaras de losMagistrados, etc. Ya sabe usted el documentoque digo, señor... pidiendo trabajo.El señor Tulkinghorn echa un vistazo por laventanita a la trasera de Coavinses, el alguacildel sheriff, donde brillan luces en las ventanasde Coavinses. La sala de café de Coavinses estáen la trasera, y en las persianas se perciben vagamentelas sombras de varios individuos. Elseñor Snagsby aprovecha la oportunidad paragirar algo la cabeza, mirar por encima del hombroa su mujercita y hacer gestos de excusa conla boca, que significan: «Tulking-horn-ri-co-influ-yen-te.»—¿Le ha dado trabajo antes a ese hombre?—pregunta el señor Tulkinghorn.—¡Sí, señor, sí! Trabajo de usted.—Estaba pensando en cosas más importantesy he olvidado dónde dijo usted que vivía.—Al otro lado de la calle, señor. De hecho sealoja en una... —El señor Snagsby traga otravez, como si no pudiera pasar el pan con mantequilla—,... en una trapería y tienda de cosasde segunda mano.—¿Me puede usted enseñar dónde está, enel camino de vuelta a mi casa?—¡Con sumo gusto, señor!El señor Snagsby se quita los manguitos y labata gris, se pone su levita negra y toma elsombrero del perchero.—¡Ah! ¡Aquí está mi mujercita! —dice envoz alta—. Querida mía, ¿tendrás la bondad dedecir a uno de los chicos que se encargue de latienda mientras yo voy enfrente con el señorTulkinghorn? Le presento a la señora Snagsby,caballero. ¡No tardo ni un minuto, amor mío!La señora Snagsby se inclina ante el abogado,se retira tras el mostrador, los mira por lapersiana, vuelve en silencio a la trastienda, consultalas entradas del libro que sigue abierto.Evidentemente, siente curiosidad.—Ya verá usted que es un sitio vulgar, señor—dice el señor Snagsby, que por deferenciaanda por la calzada y deja la estrecha acera alabogado—, y que esta persona es muy vulgar.Pero es que en general por aquí son todos muyordinarios, señor. La ventaja de este tipo concretamentees que nunca duerme. Si se le pide,puede trabajar sin interrupción todo el tiempoque se quiera.Ya es de noche, y los faroles de gas hacenbien su trabajo. El abogado y el papelero, enmedio de una corriente de pasantes que van aechar las cartas del día, y de procuradores yabogados que se van a cenar a casa, y de demandantesy demandados, y de pleiteantes detodo tipo, y de la multitud en general, a la cualla sabiduría jurídica de siglos ha opuesto unmillón de obstáculos para la transacción de losasuntos más vulgares de la vida —pues han deluchar contra el derecho y la equidad, y esemisterio afín que es el barro callejero, que estáhecho nadie sabe con qué ni dónde, pues sólosabemos en general que cuando lo hay en excesohay que quitarlo con pala—, llegan a unatrapería y emporio general de gran cantidad demercancías de desecho, que yace a la sombra dela muralla de Lincoln's Inn, y que pertenece,como se anuncia en pintura a todos los interesados,a un tal Krook.—Aquí vive, señor mío —dice el papelero.—¿Así que vive aquí? —dice el abogado entono indiferente—. Muchas gracias.—¿No va usted a entrar, caballero?—No, gracias, no; ahora voy a los Fields.Buenas noches. ¡Gracias!El señor Snagsby se quita el sombrero yvuelve con su mujercita y su té.Pero ahora el señor Tulkinghorn no va a losFields. Hace un poco de camino, se da la vuelta,regresa a la tienda del señor Krook y entra directamente.Está bastante oscura, con algunaque otra vela parpadeante en las ventanas, yhay un anciano en la trastienda sentado junto auna gata, al lado de una chimenea. El ancianose levanta y se adelanta, con otra vela parpadeanteen la mano.—Dígame, ¿está su huésped?—¿El hombre o la mujer, señor? —preguntael señor Krook.—El hombre. La persona que hace las copias.El señor Krook ha mirado atentamente a estehombre. Lo conoce de vista. Tiene una vagaimpresión de su fama de aristócrata.—¿Desea usted verle, señor?—Sí.—Yo le veo muy poco —dice Krook con unasonrisa—. ¿Quiere que le llame? Pero no esmuy probable que baje, señor.—Entonces subiré yo a verlo —dice el señorTulkinghorn.—Segundo piso, señor. Tome la vela. ¡Ahíarriba! —El señor Krook, con su gato al lado, sequeda al pie de la escalera, mirando al señorTulkinghorn, y dice: «Je, je!» cuando el señorTulkinghorn casi ha desaparecido. El abogadomira hacia abajo por el hueco de la escalera. Lagata abre la boca cruel y le gruñe.—¡Orden, Lady Jane! ¡Hay que comportarsecon los visitantes, señora mía! ¿Sabe usted loque dicen de mi huésped? —susurra Krook,subiendo uno o dos escalones.—¿Qué dicen de él?—Dicen que se ha vendido al Enemigo Malo,pero usted y yo sabemos que no... Ése nocompra. Pero le voy a decir una cosa: mi huéspedes tan malhumorado y tan triste que creoque igual le daría hacer ese tipo de negocio queotro cualquiera. No le ponga nervioso, señor.¡No se lo aconsejo!El señor Tulkinghorn sigue su camino conun gesto de la cabeza. Llega a la puerta oscuradel segundo piso. Golpea, no recibe respuesta,la abre, y sin darse cuenta al hacerlo apaga suvela.El aire de la habitación está casi lo bastanteviciado para tener el mismo efecto, aunque nola hubiera apagado él. Es una habitación pequeña,casi negra de hollín, grasa y polvo. Enuna esquelética parrilla, encogida en el medio,como si le hubiera dado un pellizco la Pobreza,arden unas brasas de carbón. En el rincón juntoa la chimenea hay una mesita y un escritorioroto, un páramo inundado por una lluvia detinta. En otro rincón un portamantas viejopuesto encima de una de las dos sillas hace dearmario o guardarropa, y no hace falta nadamás grande, pues está tan vacío como la bocade un hambriento. El piso está desnudo, salvouna estera vieja y reducida a una serie de tirasdeshilachadas que yace moribunda ante elhogar. No hay ninguna cortina que vele la os-curidad de la noche, pero las contraventanasdescoloridas están cerradas, y por dos agujeritostaladrados en ellas podría estar mirando elhambre, o el espíritu fantasmal que ha perseguidoel hombre que yace en la cama.Pues en un camastro frente al fuego, en mediode una confusión de remiendos sucios, enun somier esquelético cubierto de arpilleras, elabogado que mira titubeante desde el umbralve a un hombre. Está echado ahí, vestido conuna camisa y unos pantalones, con los pies descalzos.Tiene aspecto amarillento a la luz espectralde una vela que está agonizando, hasta elpunto de que toda la mecha (todavía ardiente)se ha dado la vuelta y tiene por encima de síuna torre de cera. Tiene el pelo despeinado,enredado con las patillas y la barba, tambiéndespeinados y largos, efecto del descuido, comola suciedad y la niebla que lo rodean. Pese alo sucio y maloliente que es el cuarto, a lo sucioy maloliente que está el aire, no resulta fácilpercibir cuáles son los vapores que más opri-men los sentidos allí, pero en medio del malolor y la peste generales, y del olor a tabacorancio, llega a la boca del abogado el aromaacre y dulzón del opio.—¡Hola, amigo mío! —exclama el abogado,y golpea en la puerta con su palmatoria de hierro.Cree haber despertado a su amigo. Éste yaceun poco vuelto de lado, pero no cabe duda deque tiene los ojos abiertos.—¡Eh, amigo mío! —vuelve a exclamar—.¡Oiga! ¡Oiga!Mientras golpea en la puerta, la vela que llevabatanto tiempo agonizando se apaga y lodeja en la oscuridad, con los  ojos vacíos de lascontraventanas contemplando la cama.

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⏰ Huling update: Dec 08, 2017 ⏰

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Casa desolada VOL 1Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon