04

469K 14.9K 4K
                                    

 Lloré desconsoladamente toda la noche. La piel de mi rostro ardía y mi garganta estaba seca, con un espantoso sabor amargo. Había pasado una parte de la noche con mi cabeza en el borde del retrete.

Nenna vino como todas las mañanas y dejó una bandeja con el desayuno, pero yo estaba tan nerviosa y asqueada que ni lo toqué. Me aconsejó que tomara un baño y que me quedara en la cama un rato más. Quiso hacerme un té, pero lo rechacé con cordialidad; lo vomitaría.

Después de darme un baño refrescante, me puse un pantalón de algodón largo y holgado con mi camiseta con la estampa de I love New York, y me acosté en mi cama sobre el edredón. Intenté llamar a Candace, pero no tuve suerte. La extrañaba y sabía que ella a mí, y entendía que tenía otras cosas que hacer que estar pendiente de su celular.

Si bien necesitaba que ella estuviera conmigo en ese momento, sabía que no era posible. Tal vez había olvidado su celular en algún lugar y por eso no contestaba. Quería a alguien cercano a mí, conmigo. Y no justamente Seleste, que me mintió desde que pisé el aeropuerto de Francia.

Tenía que descansar y no sabía si sería capaz. El día anterior, luego de que Evan me propusiera matrimonio, la reina Lucinda sacó a las cámaras de su escondite y nos hizo hablar frente a ellas. Yo, por supuesto, estaba llorando como nunca, pero conseguí sonreír entre lágrimas y declarar mi amor hacia él. Nadie dudó de mis palabras. Para concluir, dijo que hoy en la noche se llevaría a cabo la fiesta de nuestro compromiso. Me parecía inútil y estúpido, pero ahora el salón estaba siendo arreglado para mitad de la gente de Goldenwood, alias todos los adinerados con privilegios.

Entré a la página de noticias de Goldenwood. Como era de esperarse, Evan y yo estábamos en la primera página. También había un video y una larga descripción con comentarios debajo, pero no pensaba leerlo.

Alguien tocó la puerta, haciéndome sobresaltar. Evan me salvó de levantarme a abrir, pues la abrió y se asomó.

—¿Puedo pasar? —preguntó en un murmullo.

Me incorporé y apoyé mi espalda contra los almohadones y el respaldo. Asentí y él entró sin dudarlo. Sin pedir permiso, se subió a la cama e imitó mi posición. No me incomodaba, esta habitación no era exactamente mía y, bueno, él era el hombre con quien pasaría el resto de mi vida. Si bien era algo con lo que aún no estaba acostumbrada a pensar y no era lo que más quería, debía aceptarlo y era una suerte que él era un buen hombre y no un príncipe caprichoso y petulante.

—Su nombre era Isabelle.

Giré a verlo con confusión, pero él tenía la mirada perdida.

—¿Quién?

—La chica que amo. ¿Recuerdas que lo mencioné ayer? Bueno, ella.

El hecho de que había dicho era y no es no había pasado desapercibido. Se notaba la tristeza en su rostro y en su voz, era como si aún no hubiera pasado el duelo de haberla perdido.

—¿Quieres hablar sobre ello? —pregunté con suavidad.

—¿Estás segura de que quieres escucharlo? —Giró para verme a los ojos. Asentí, no solo porque lo hacía, sino porque era obvio que él lo necesitaba. Volvió su vista el frente y cerró sus ojos—. La conocí en París. Ella estaba observando la Torre Eiffel como si estuviera hipnotizada, como si fuera la primera vez que la veía. No pude evitarlo y empecé una conversación con ella. Luego de conversar por un rato, la invité a tomar algo en una cafetería que conocía y ella me dijo que no tenía dinero para poder pagar nada, ya que, en efecto, era nueva en París y aún no tenía trabajo. La invité de todas maneras, ella era tan buena y hermosa que yo no me pude resistir.

Mitades perfectas [publicado por Nova Casa]Where stories live. Discover now