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Cuando era pequeño, amaba los trenes y jugaba a mirar por la ventana e imaginarme que el tren iba marcha atrás. Me recargaba en el cristal y si ponía la suficiente atención, me daba la sensación que las ruedas se movían en sentido contrario, llevándonos de vuelta al lugar de donde habíamos salido.

Suspiré y abrí las cortinas. La nieve volaba horizontal contra la ventana mientras el sol alumbraba escondido en las nubes, un mundo gris, un mundo que ya no me interesaba. Pero, algo en mí se agitó de miedo y me hizo recargar la cabeza contra el cristal para jugar una vez más.

Me concentré en el movimiento del tren y el suave rumor de sus ruedas en las vías. Pero no podía evitar pensar en la carta que había dejado junto a su cama y que seguro había visto ya. ¿Habría salido de casa? ¿Habría intentado buscarme? No puse mi destino en el papel porque ni siquiera yo lo conocía. Solo sabía que estaba huyendo, que eso le dolería a ella y que yo no quería que esto hubiera terminado así.

«Soy un cobarde», pensé mirando el paisaje volar por la ventana. Intentando que se moviera hacia atrás, intentando que todo caminara de espaldas.

Me dolía el pecho por la culpa y las piernas me temblaban por la incertidumbre. «O puede que solo sea el movimiento del tren.»

Parpadeé un par de veces y entonces, justo cuando comenzaba a quedarme dormido sobre la ventana, el tren dio súbitamente marcha atrás.

Las ruedas cambiaron su dirección, la nieve ahora barría hacia el lado opuesto y el paisaje lo seguía, ahora de derecha a izquierda.

Sin embargo, eso no era todo. El paisaje se volvió poco a poco más conocido, el sol comenzó a ponerse por el este, la nieve volvía al cielo y las aves aleteaban de regreso al lugar de donde había huido.

El clima se volvió más frío, regresándome a la madrugada en la que huí. Todo el tren se movía hacia atrás, todo se movía hacia esa irremediable dirección a la que no quería regresar pero de la que tampoco deseaba haberme ido.

La gente bajó del tren de espaldas, mis piernas se arrastraron hacia atrás por el camino resbaloso de nieve en la noche previa al amanecer. El sobre que había dejado junto a su cama se despegó, las palabras que había escrito volvieron al lápiz, me volví a desnudar, me metí entre las sábanas y la tenía de nuevo entre mis brazos, cálida y tranquila, a mitad de la madrugada.

La Soledad y las HorasWhere stories live. Discover now