La mejor marca que el Karate me haya dejado

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Los fuertes rayos del sol pegaban en la frente de un joven chico que se abstenía a entrar al Dojo de Karate. En su mente se planteaban miles de incógnitas al ver los nuevos compañeros. No solía tener muchos amigos que lo acompañen o por lo menos que conversen con él. Su vida siempre era cerrada, nunca había conocido a alguien que compartirá sus gustos. Pasaban los minutos y solo se escuchaba al profesor hablando a sus estudiantes sobre cómo serán los días que dure el curso. Su maleta cargaba un envase que parecía transpirar por el agua congelada que llevaba a un costado de su mochila. En la puerta del Dojo se encontraba él y una multitud de padres que deambulaban en espera de sus hijos; el rostro del joven se tornaba triste, pues, sus padres solo podían llevarlo y recogerlo, sus trabajos los tenían atados. De pronto, una chica corría hacia a él, su forma de caminar demostraba que estaba llegando tarde a clases.

—¡Permiso! —exclamó la apurada chica—. ¡Déjame pasar!

De un empujón el chico cayó junto a su maleta. La puerta fue abierta de par en par revelando al joven nervioso y a la chica apurada. Miradas de los admirados estudiantes cayeron sobre ambos, pero, del frente del Dojo, un potente grito recuperó las miradas curiosas que se desviaban.

—¡Hey! —exclamó el profesor conforme se acercaba a los jóvenes en la puerta de entrada— Miren la hora, ya es tarde para que llegues así.

—Lo siento profesor, no volverá a pasar— susurró la chica frente a un hombre vestido con una ropa blanca y cinturón negro—.

—Está bien pequeña, entra—dijo el hombre al ver la avergonzaba cara de la joven—.

—Y tú ¿quién eres? — preguntó el profesor al joven que reposaba en el suelo— pues...yo soy...yo soy —tartamudeaba frente a la pregunta—

—No estés nervioso, adelante— el profesor extendió la mano al chico para que logrará ponerse de pie — ahora, dime tu nombre y edad.

—Me llamo Jorge— respondió con su mirada dirigida al piso—Tengo 12 años.

—Pues, bienvenido al Dojo de Karate del estadio Nueve de Mayo. —dijo mientras dirigía al chico a otra puerta—.

—¿Qué es esto? —preguntó— Estos son los vestidores—contesto el tutor frente a la tonta pregunta—Acaso ¿no conoces lo que es esto?

—Sí—respondió— solo qué estoy nervioso. No lo estés— dijo al chico—. Ve a dentro cambiante de ropa y sácate los zapatos, no los necesitas aquí.

Ya dentro del vestíbulo, la respiración de Jorge parecía estar acelerada, no podía creer lo que sucedió en un instante que se descuidó. Su maleta contenía una ropa más cómoda para ejercitarse: Un pantalón y una camisa azul sin mangas. El lugar guardaba a más de espejos para los estudiantes, unos implementos desgastados por el tiempo que siempre otorgaba el estado a todas las disciplinas del estadio. La luz que entraba por la puerta permitía la visibilidad, pues, hasta el único foco del lugar estaba quemado.

Saliendo del vestíbulo, los estudiantes corrían sobre los tatamis sucios que suavizan las pisadas de los jóvenes.

—¡Corran, corran! — gritaba el profesor desde una esquina del Dojo. —No paren.

El chico desorientado solo se unió a la fila. Empezaron corriendo despacio hasta que el tutor exclamó que intensificaran el paso. El tiempo pasaba y las gotas de sudor caían sobre el tatami ensuciándolo aún más. Algunos jóvenes se detenían, pues comenzaban a cansarse; otros solo se sentaban, mientras que unos no paraban de correr. La mirada de halcón del maestro caía sobre aquellos que se atrevían a sentarse a descansar. Él joven Jorge, se percató de esto y empezaba a ir más lento para ahorrar energía, así para cuando el profesor se dignara a decir que descansen, él no estaría tan cansando, pues, sabía que el ejercicio recién estaba empezando.

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⏰ Last updated: Sep 12, 2017 ⏰

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