Cómo poner a un duque a tus pies: La Comitiva del Cortejo I

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Prólogo, primer capítulo y segundo capítulo de prueba.

Prólogo, primer capítulo y segundo capítulo de prueba

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Prólogo

Londres, 1879

Viviana no era una mujer paciente, pero sabía que merecería la pena esperar a que Saint-John probase el mejunje que se había encargado personalmente de preparar. Le había costado lo indecible sobornar a la doncella que lo serviría —por no hablar del pleito que tuvo con la cocinera—, pero al final había conseguido salirse con la suya.

Como siempre.

Apretó los labios para contener una sonrisa de regocijo, sin quitarle el ojo de encima al duque. Tal y como era de esperar dado que pertenecía a la más noble estirpe de pares británicos, los anfitriones le habían agenciado el asiento que presidía la mesa. Eso le permitía a Viviana observarlo con mayor detalle desde su lugar, uno tan perdido y alejado de los comensales verdaderamente interesantes que no hacía nada salvo reiterar su papel en los acontecimientos sociales.

Estaba allí, en casa de los Abbot, porque el dinero y el buen nombre de su abuela abría muchas puertas. Y estaba allí exactamente, justo en ese asiento poco favorecido, por ser un atentado contra el buen gusto en tantos aspectos que no merecía la pena ni señalarlos.

Pensar en la cruz de su día a día podría haberle hecho perder el apetito o la emoción de la travesura, pero hacía tiempo que Viviana había reemplazado la tristeza del rechazo por una afición divertidísima. Una que estaba lejos de intentar agradar a los ingleses estirados con los que debía codearse por ley. Y una que haría que su abuela se llevara las manos a la cabeza.

Viviana dio un sorbo a la sopa y esperó a que Saint-John hiciera lo mismo. Él no era consciente de su presencia —y si lo era, fingía estupendamente lo contrario—: conversaba tranquilamente con el invitado del asiento colindante, un hombre de mejillas sonrojadas y risa estridente que Viviana no terminaba de reconocer. Lo único que sabía, basándose en su expresión tan solo alterada por la inclinación de una de sus cejas de bronce, era que a Saint-John le desagradaba.

Aunque, ¿quién no le desagradaba a Saint-John? Probablemente la reina, un par de miembros de la Cámara y, por supuesto, su excelencia. Para Saint-John, el hombre más respetable y digno de todo el Reino Unido era el mismo Saint-John. Tal era su sublimidad que a su lado, hasta la utópica idea de perfección era un defecto.

Viviana se cuidó de no rodar los ojos. Si existía algo en todo el orbe capaz de inspirarle tanto desprecio y repugnancia como la comida inglesa, ese era lord Marcus Radcliff. Su insoportable pedantería, su obsesión con el pedigrí familiar y su deleznable tendencia a dejarla por los suelos siempre que podía eran unos de los muchos defectos por los que se levantaría, rodearía la mesa y le metería la cabeza en la olla de estofado. Pero como no podía, se había limitado a envenenarle la cena para que pasara una noche un tanto agitada.

Cómo poner a un duque a tus pies [YA A LA VENTA]Where stories live. Discover now