LA LUNA EN LA VENTANA

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La Luna en la ventana

Jaume Vicent

Recorre la habitación a grandes zancadas. Es como una bestia encerrada. Da vueltas sin parar, sus pies descalzos apenas suenan más que el roce de las alas de una polilla. El largo camisón revolotea a su alrededor, marca la suave curva de su pecho, y cae como una cascada de tela flotando alrededor de sus piernas, como el aleteo de un murciélago escapando del Infierno. La noche en ese cuchitril siempre está llena de gritos, ella puede oírlos desde su celda, gritando, siempre gritando. Algunos lloran, otras ríen, la mayoría se conforma con gritar

Ella no quiere gritar. Ella no quiere que nadie la oiga. Sabe que hay muchos como ella en ese lugar, otros que también recorrerán sus celdas mugrientas en silencio. El camisón es una bandera ondeando a cada paso, es su bandera, el único detalle personal que le han permitido guardar. Ya casi no puede recordar cómoera estar fuera. Antes había largos paseos nocturnos, por unas calles silenciosas y oscuras, en las que todos parecían estar enamorados y amarse con las manos y los ojos. Ahora las noches son tristes y solitarias. Sus paseos se han reducido a dar vueltas en círculos por esa celda mugrienta y húmeda, como una pantera en cautividad.

Antes soñaba que paseaba en libertad. Al principio soñaba que volvía a dar largos paseos por la playa, con la luna de plata bañando el mar y su rostro, con la brisa marina como consejera y compañera, con las olas negras besando sus pies. Otras veces soñaba que paseaba por el bosquecillo detrás de su casa, corriendo entre los árboles, las sombras, alargadas por la oscuridad, pasan a toda velocidad a su alrededor, mientras ella corre como una ninfa de los bosques, entre la espesura milenaria, siguiendo siempre el reflejo de la luna a través de la cúpula de hojas y ramas. Corría con el corazón acelerado y la luna susurrándole secretos al oído, con el vestido volando tras ella, liviano, fresco, como las alas de una mariposa. Ella era libre, una bestia del bosque, una ninfa, el espíritu de la felicidad que corre en las cañadas misteriosas de la noche.

Eso fue antes. Al principio. Ni eso le habían dejado. Dejó de soñar meses atrás. Está segura de que es la medicación que le dan. Sólo le queda dar vueltas y más vueltas, encerrada, apartada, olvidada.

Tampoco recuerda cómo es soñar. Estar encerrada es todo cuanto recuerda. Eso y el embrujo de la luna. Su llamada, su voz dulce y plateada. La voz de una madre, la voz del que vigila, el ojo blanco que todo lo ve. Es esa la voz que escucha en ese momento, mientras da más y más vueltas en su diminuta celda, con las manos crispadas y la cabeza ladeada, escuchando, escrutando la noche a través de los gritos de los demás internos. Quiere escapar, quiere escuchar lo que madre tiene que decir.

Las rejas de su habitación están frías, y tras ellas el grueso cristal sucio deja entrar la luz entre polvo y manchas. La luna acuchilla la oscuridad de la noche con su luz metálica, mientras ella, con los dedos alrededor de los barrotes la observa, los ojos abiertos como platos, la mandíbula se tensa, los dientes apretados, y las aletas de la nariz se abren y se cierran en una especie de danza enloquecida. Selene emite sus ondas de radio a una frecuencia que solo unos pocos pueden captar. Ella capta esas ondas, esos mensajes ocultos que son capaces de traspasar los muros y los gruesos cristales. Aprieta tanto los dientes tratando de escuchar que sus encías sangran, siente el sabor cobrizo de su propia sangre en su boca, pero no le importa.

Cuando la luna se halla llena y domina el cielo, nada importa. ¿Y qué es la sangre? Nada. Ella sangra con cada luna. Lo lleva haciendo desde que tiene doce años...¿Qué importa si le sangran las encías?

Si al menos no hubiesen tantos gritos podría escucharla. Si eso que ha matado sus sueños, fuera un poco más silencioso, podría escucharla. Pero esa medicación, eso que le están dando, hace un ruido tremendo dentro de su cabeza. Eso que le están dando para mantenerla tranquila, hace que los gritos de los otros internos parezcan susurros en una iglesia. Antes absorbía los mensajes de la Luna como una esponja, pero ahora, hay demasiado ruido, fuera y dentro de su cabeza.

Se deja caer. Suelta lentamente los barrotes y se desliza hacia el suelo. Allí, la luz plateada de la luna forma un charco bajo sus pies. Se deja caer de rodillas sobre el sucio suelo de su celda, tocando la luz con sus dedos, tratando de atrapar un poco de ese misterioso mensaje que ya no es capaz de escuchar. Sus uñas rascan el suelo de linóleo, y dejan feas marcas sobre la suciedad que se ha ido acumulando.

Quiere llorar, pero tampoco recuerda cómo. De rodillas en el suelo, con el camisón a su alrededor, como una rosa blanca en flor, bajo la luz de la luna, levanta la cabeza y mira.

La ve en el cielo, redonda, perfecta, lejana y ausente, pero tan cercana... rodeada por un halo misterioso de luz, de calma, de soledad. La ve a través del sucio cristal, a través de los barrotes, y piensa en su serena soledad, allá lejos, colgada siempre de un cielo vacío y oscuro. Las lágrimas,bajan rodando por sus mejillas y son estrellas líquidas que se derrumban. Recuerda cuando la luna hablaba con ella, recuerda cómo era el mundo, cuando no se sentía sola ni abandonada.

Su madre solía hablar con ella a solas después de esas noches, cuando ella no dejaba de preguntarse por qué, por qué le pasaba eso a ella, por qué la luna sólo hablaba con ella. Su madre decía que era una niña especial, tocada por la luna.

Pero ella sabía muy bien, lo que pasaba. Lo sabía, porque lo había leído, era una lunática. Estaba loca, y eso era todo lo que la hacía especial.

Nadie quiere estar chiflado. Y ella no quería escuchar a la luna. Mucho menos quiso hacer todo aquello. Pero la luna...era tan convincente. Hablaba y hablaba, no la dejaba dormir. La despertaba, y le hablaba, le hablaba y le hablaba, hasta que ya no aguantaba más, y terminaba haciendo siempre lo que ella quería.

Con la mirada levantada hacia la ventana, observa en silencio. Y entre el murmullo incesante de su cabeza, distingue una voz conocida. Una voz cálida, casi un susurro entre la hierba alta de verano. Reconoce esa voz, tan parecida a la suya, y al mismo tiempo tan distinta. Se quita el camisón y deja que su cuerpo reciba la caricia de los rayos metálicos de su luna.

El roce muerto de la fría brisa nocturna, eriza el vello de su cuerpo. Ella, de rodillas en el suelo y desnuda, se abraza. Sabe que los celadores vigilan las habitaciones, sabe lo que pasará si la encuentran así. En el mejor de los casos, le pegarán un poco, le dejarán un par de feas marcas en las costillas, luego la vestirán de nuevo, la acostarán y le pondrán las correas. Eso en el mejor de las casos. En el peor, se aprovecharán de su desnudez, ya ha pasado otras veces. Pero no le importa. A nadie le importa que violen a una loca. En un lugar como ese, nada importa.

Desnuda, escucha la llamada. Por fin, entre los gritos y los llantos, es capaz de distinguir esa voz familiar. Escucha la llamada, y es una bendición entre toda la locura que la rodea. Es una promesa silenciosa, es la ventana sin barrotes. Escucha las tiernas palabras, siente la cálida caricia de la luz que se cuela por la ventana, que se derrama sobre su piel desnuda. Ella ladea la cabeza, se abraza para calentar su cuerpo, que comienza a temblar, y sonríe tímidamente.

Sí, la luna tiene razón. Volar es ser libre.

El techo de su celda es plano, ni una bombilla cuelga de él, los tubos fluorescentes están empotrados, protegidos por un cristal grueso, imposible de romper. Pero su luna, le muestra el camino. El rayo de plata líquida que se cuela por la ventana, cae en diagonal sobre ella, desde la ventana hasta el suelo. Y ese es el camino. Deja que te acaricie un poco más, parece decirle. Y entonces, como si algo estallase dentro de su cabeza, entiende.

Coge el camisón del suelo y lo ata a los barrotes. Da un par de fuertes tirones, el nudo aguantará y la tela no se romperá. Se anuda la tela del camisón alrededor del cuello, aprieta la espalda contra la pared tanto como puede y respira hondo.

La luna sigue susurrando que será libre, ella le ha dicho cómo hacerlo, le ha dicho que debe volar. Abre los brazos bajo la tenue luz que se cuela entre los barrotes, sonríe y se deja caer hacia delante.

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⏰ Última actualización: Feb 24, 2014 ⏰

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