5

237 51 4
                                    


La soledad me ayuda a hilvanar mis pensamientos, pero por otro lado la casa se siente sola ahora que mi novia se marchó. Es comprensible: la prensa la acusaba de mi pobre actuación en la cancha y el hostigamiento pudo más que sus ganas de estar conmigo. Todos dicen que estaba conmigo nada más que por plata, que si yo no tuviese plata no me habría hecho caso jamás. Pero ese es el punto, ¿no? Yo tengo plata, porque soy yo. Si no fuera yo, no tendría plata. Como esos idiotas que joden veinticuatro siete por el maldito gol que fallé.

Necesito despejar la mente. Relajarme. Llamo a Alex y le digo que venga y que traiga hierba. Nos sentamos en el jardín de mi casa a fumar en silencio hasta que me suelta que ya no me va a dar más droga.

—¿De pronto te interesas por mi salud? —le pregunto entre risas. No es tan gracioso, pero me río mucho cuando fumo.

—No es eso —replica—. Me enteré que te sacaron del club. Estás desempleado.

—¿Y? Juego bien y no estoy tan viejo. Ya me llamarán.

Él tira el pucho consumido a mi jardín sin consultarme.

—Está fea la huevada. No te van a contratar por ahora, y no puedo esperar un año a que me pagues las deudas. En este negocio hay que cobrar rápido, nunca se sabe cuándo vas a tener que desaparecerte. ¿Has pensado siquiera en cómo vas a costear esta casa?

La respuesta es evidente. Fumamos en silencio unos minutos más.

—Pensé que eras mi amigo. —Es mentira, sé que nunca fui más que un cliente adinerado para él, pero quiero oír qué argumenta.

No me da ese placer. Se marcha sin más.

EuforiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora