En mis sueños

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Astrid se sentía somnolienta, adolorida, escuchaba la irreconocible voz de Hipo a distancia, hablar en aquel extraño idioma, gritar y gruñir. Se sentía ligera como una pluma y cansada.

No podía abrir los ojos era la orden de Hipo, sin importar que escuchaba, y vaya que escuchaba cosas extrañas; algo le zumbaba en su oído constantemente, susurrando en aquella lengua extraña, a veces podía entenderle y a veces no, como si de tanto escucharlo hubiera iniciado a reconocerlo.

Sintió dar vueltas a su estómago estrujarse, retorcerse y luego inicio a doler, Astrid dio un fuerte grito al tiempo que escuchaba Hipo gritaba en aquel idioma, sentía sus huesos quebrar y su cuerpo arder, sin duda algo malo ocurría en ella.

Su corazón dolía, como si fuera apuñalado, sus muñecas iniciaron arder, su cabeza reproducía un constante grito insaciable que parecía matarla.

Volvió a sentirse pesada e inició a caer, su corazón latía velozmente, había abierto los ojos, caía en un agujero negro donde escuchaba susurros que se burlaban de ella, lo único que podía ver era un pequeño destello rubio que suponía era su cabello, unió a ver rostros, cientos y miles de rostros diferentes, caras demacradas y con miradas burlonas, manos tratando de tomarlo que solo arañaban su vestido blanco.

—. ¡Hipo!—. Grito hasta casi desgarrar si garganta.

—. Él no está aquí, no puede oírte— Escucho en su oído—. Le diste todo y el te abandono—. Dijo otra—. Te convirtió en su concubina—. Dijeron muchas a la vez, riendo, burlándose de ella—. Y morirás por tu enfermo y efímero amor—. Se burlaron, Astrid seguía cayendo, mientras ponía sus manos en su vientre.

¿Y su bebé?

—. Ese bastardo morirá contigo—. Escucho aquella voz empalagosa—. Tu lo mataste.

—. No—. Dijo, pero la culpa había recaído en ella.

Su bebé iba a morir por ella.

Cerró los ojos, no los volvería a abrir nunca, las voces seguían, sentía manos rasgar su vestido y arañar su rostro. Pero como enviado por los dioses la voz de Hipo volvió a escucharse, lejana y monótona, pero sin duda grave y demandante.

Entonces, todo se detuvo una luz resplandeciente traspasaba sus párpados, no escuchaba las voces ni a Hipo, tampoco sentía aquellas manos. Apretó lo que quedaba de su vestido.

—. Astrid—. Escucho lejos—. Sigue el sonido de mi voz—. Le pidió—. Mueve tu dedo si puedes escucharme—. Astrid no sabía a qué se refería, pero hizo lo que el le indicó—. Bien, sabía que soportarías esto—. Lo escucho decir—. Astrid no abras los ojos.

—. No lo escuches Astrid—. Aquella voz, tan peculiar para ella—. Lo hiciste bien hija, solo abre los ojos—, Astrid giro su rostro, en busca de donde provenía la voz.

—. Mamá—. Susurro, estirando el brazo—. ¿Donde estás?

—. Astrid, no abras los ojos, morirás—. Soltó Hipo.

—. No lo escuches hija.

—. Estás en la puertas del Valhalla Astrid, si abres los ojos puedes morir. Nuestro bebé puede hacerlo, los bebés no van al Valhalla y este no entrará al Fölkvangar.

—. ¿Es eso cierto mamá?—. Pregunto aún con los ojos cerrados.

—. Sí, pero una guerra se aproxima mi niña, solo quiero salvarte de que participes en ella.

—. Mi bebé va a morir, ¿los bebés no van al Fölkvangar? Mi bebé

—. Este no Astrid—. Dijo la voz de Hipo—. Hazlo por nuestro hijo, sigue mi voz—. Astrid se retorció, volvió a sentir esa horrible sensación.

Nosotros Where stories live. Discover now