La isla de los repudiados

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A lo lejos empiezo a ver la isla. Otra vez se impone ante mis ojos, maldita como siempre, necesaria para mi familia y la humanidad. Trabajo como barquero desde hace un par de años, y pese al tiempo que me quita, éste es el único trabajo que he podido encontrar. Pensaréis que digo esto tal vez por que vivamos en época de crisis, o en un lugar alejado de la humanidad. Nada de eso es cierto. Escribo desde otra época, otro tiempo y lugar. No puedo explicar cómo es que estáis leyendo mis palabras. Sólo pido mente abierta.

Como iba diciendo, éste era el único trabajo decente que encontré. Mi familia vive lejos de aquí, en la única  población humana en varias millas. Hace tiempo una gran guerra sucedió, un combate entre naciones por lo único que ha sabido mover a las personas en estos último tres milenios de historia: el dinero, el poder, el mandato sobre los semejantes.

¿Cuántos fueron los que perecieron? Los medios de comunicación sufrieron una censura extrema, y aunque no la hubieran sufrido, no habría dado tiempo a contar los muertos. Las armas de destrucción masiva que todos dimos por perdidas aparecieron, pero en el lugar que menos esperábamos: en nuestros propios gobiernos, los mismos que habían asegurado haberse deshecho de todo armamento nuclear.

Mentira. Todo era un conjunto de falsedades para ganarse el cariño del pueblo. Jugaron con nuestras creencias, confianza y felicidad.

Pero no me voy a preocupar mucho en describir cómo llegamos a esa situación. Dado que estoy escribiendo desde el futuro, pronto lo descubriréis. Veréis las primeras señales y entonces diréis: “Todo lo que ponía en aquel texto era verdad”. Pero será demasiado tarde. El futuro de la humanidad está escrito, y nada podéis hacer por evitarlo.

Bajo la barca puedo sentir la marea meciéndome de un lado a otro. Mientras tanto, la forma de la isla se ha vuelto más nítida que nunca. Ya puedo ver el puerto en el que cada día me esperan para recibir el material. Pocos sabemos lo que de verdad sucede en la isla, de ahí viene la gran cantidad de sueldo que recibo. Compran mi tiempo y mi silencio. Sólo mi mujer conoce mi secreto.

Por fin he llegado al puerto. Salen ha recibirme:

- Por fin has llegado, pensábamos que nunca lo harías -comenta una chica de unos veinte años-. Mi padre sigue enfermo, y mi madre pregunta si conseguiste las medicinas.

- Hacemos lo que podemos, así que esto es lo que hay -digo bajándome de la barca. En el puerto hay otras personas. Me suenan sus caras, pero no sé ni cómo se llaman. No importa. Queremos el mínimo trato con ellos... Entre todos me ayudan a descargar las cajas que llevaba en la barca-. Aquí está todo lo necesario para tratar la enfermedad de tu padre. Para cualquier cosa sobre salud ya sabéis, hablad con el médico y el me lo dirá en la próxima visita.

- Mi padre está enfermo también -dice un chico joven. Tampoco recuerdo su nombre pero sé que es hijo del médico-. No puede ejercer como tal, así que si tenemos algún problema nuevo, ¿qué haremos entonces?

Miro al chico sin saber qué decir. Aunque es de noche y casi no hay iluminación, puedo sentir la ira e impotencia en sus ojos a partes iguales. Ellos no tienen la culpa de que sus padres fueran repudiados, pero así se decidió el día del último juicio, y como en todas las disputas, hay ganadores y perdedores. Aunque últimamente dudo que alguien ganó aquel día.

- Lo hablaré en el poblado y veré que puedo hacer, aunque ya sabéis cómo está todo últimamente -comento.

- Claro que lo sabemos. ¿Cómo no íbamos a hacerlo? -responde el chico, con aire enfadado. Sus ojos están a punto de soltar lágrimas. Está enfadado, seguramente con ganas de tirarme la caja que tiene entre manos. Pero yo llevo una pistola encima, y eso lo saben. Por eso no me hacen nada. Nosotros tenemos el poder.

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