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Está despierta. Está sentada. Está dormida. Está despierta. Esto no es un sueño. Blonda Dolores Stál está viva.

Siente frío. Tiene hambre. La invaden las náuseas y es por el olor antiséptico que impregna el aire. Intenta no respirar pero su cuerpo se niega a obedecer. Se siente pesada fuera del estanque. Tiene la boca seca y con su lengua detecta que le faltan algunos dientes y molares. Intenta liberar su garganta de una comezón persistente pero no emite ni un solo quejido.

—No intentes hablar —dice un hombre delante de ella—. Acabamos de quitar el tubo. Tomará algunos días para que te recuperes.

Blonda abre lentamente su ojo bueno y reconoce el rostro del hombre de bata blanca que tiene sentado ante ella. Es el médico del cartel que prometía «vas a estar bien». Parece menor que su padre Jon, tiene el cabello corto cobrizo y ojos de azul intenso. En su mano derecha trae una carpeta verde con el nombre Blonda Stál escrito a mano en una esquina.

Blonda gira la cabeza para mirar a su alrededor con precaución. Se detiene cada vez que la sombra del dolor asoma su garra afilada. Están en un largo comedor de mesas plateadas y sin nadie a la vista. En un salón tan largo que se puede percibir la curvatura del edificio a izquierda y derecha. Con amplios ventanales que abarcan todo el muro interior desde el piso al techo y les obsequian con una vista fabulosa del Domo y la biósfera sobre el núcleo de Ciudad Modelo. Desde esta posición Blonda puede ver las aves volando entre las copas de los árboles. Es temprano y la cúpula se mantendrá transparente hasta que la radiación solar la obligue a polarizar.

—Mi nombre es Paol —dice el médico—. Y como jefe del área de cuidados intensivos y médico a cargo de tu recuperación, es mi obligación informarte de lo que te ha sucedido. ¿Entiendes mis palabras? Sólo tienes que asentir.

Blonda asiente y al hacerlo su rostro recibe un estallido de dolor. Cierra su ojo con fuerza y se activa la musculatura de su párpado izquierdo, desatando una nueva oleada de hierros oxidados y navajas aserradas.

—Bien —continúa Paol sin mirar realmente a Blonda, sumergido en la lectura de la carpeta verde—. ¿Necesitas que repita algo de lo que ya dije?

Blonda preferiría no tener que mover su cabeza nunca más, pero se obliga a negar. Esta vez el dolor resultante no es tan intenso.

—Perfecto —el médico abre la carpeta y realiza algunas anotaciones sin mirar a Blonda—. En el día 12 de la tercera lunación del presente año 1.037, Blonda Stál fue ingresada al Hospital a las 7 y 45 de la mañana con graves heridas y fracturas expuestas. Me saltaré los detalles grotescos... El comité de cirujanos coincidió sin objeciones que el antebrazo izquierdo, cercenado en... veamos... y el pie y parte de la pantorrilla izquierda, no podían ser restituidos al cuerpo... El ojo izquierdo no fue encontrado... dentadura... clones dentales para recuperar las piezas perdidas... nanoreceptores en el nervio óptico, blablablá...

Blonda lo escucha hablar y las palabras danzan inertes entre sus oídos. Amputaron su pierna izquierda por debajo de la rodilla. Y su brazo izquierdo por encima del codo. Perdió un ojo y varios dientes. Ahora tiene abierto su ojo restante. Pero se niega a mirar hacia abajo o a otra parte que no sea la coronilla de Paol.

Detrás del doctor, del otro lado de las ventanas, una bandada de pájaros se eleva desde las copas de los árboles en el Domo. Dibujan círculos y figuras aleatorias sobre el bosque, en la libertad de la cúpula protegida de los elementos y la radiación solar. Al poco rato el cristal del Domo se torna opaco, previo a la llegada de los primeros rayos de sol. La ventana se transforma en otra placa de muro y Blonda intenta reprimir sin éxito el nudo en la garganta.

—...Tus padres —dice el Doctor y Blonda regresa de golpe a sus dolores y pesadillas—. Fallecieron durante el colapso de los últimos siete niveles en la zona oriente del anillo exterior. Es una terrible tragedia, inexplicable... Estamos muy tristes por tu pérdida...

Blonda StálDonde viven las historias. Descúbrelo ahora