Prólogo

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Una gota de chocolate caliente se escurre por su labios, ella la atrapa con su lengua y humedece sus labios con una sonrisa traviesa. Mira la ventana frente a ella, observa la lluvia caer, el día gris y nublado que la hace sonreír con nostalgia mientras se acurruca en ese viejo sofá café canela.

Los árboles se mecen a merced del viento y no hay gente afuera. Ella suspira y cierra los ojos por un momento evocando viejos y perdidos recuerdos. Un beso bajo la lluvia, dos secretos y medio. Tal vez era por eso que se sentía tan feliz y nostálgica al mismo tiempo.

Un fuerte trueno le hace abrir los ojos, volviendo a la realidad. Y suspira de nuevo. Repentinamente, deja su taza en la mesa de a lado, encima de su clásico favorito: Orgullo y Prejuicio. Entonces se levanta, y con otro suspiro se deja caer en el suelo, alfombrado.

–Que desperdicio, el día es perfecto –dice mientras enreda sus dedos en la suave alfombra color de las ovejas.

Le hace un gesto al chico, para que sentara enfrente de ella.

–Y bueno, supongo que querrás una explicación.

Él asintió y se sentó a una distancia segura.

–Ariadna –susurró él.

La sonrisa confiada y segura de ella al ver su reacción le arrancó un brinco a su corazón, uno de esos que te deja sin aliento y sin saber por que pasó.

–Dime Ari, no es como su las cosas hubieran cambiado demasiado. –su sonrisa confiada había desaparecido dejando una mueca fría en su lugar.

–Ari, desapareciste un año entero. ¡Un año! Sin explicaciones, un adiós y ninguna carta… ¿Cómo esperas que me sienta? ¿Esperas que llegue, te sonría y te trate como si todo fuera igual? ¿Esperas que piense que fue ayer cuando me dijiste que si y no sino horas antes de tu desaparición? –él parecía destrozado, la poca calma que parecía tener la había perdido al sacar todos sus sentimientos.

–Lo sé. Y lo siento. Pero no sabía que hacer, estaba desesperada, perdida –dijo con tristeza.

Sus dedos había dejado de jugar, ahora estaban quietos, a la espera de cualquier movimiento por parte de él.

–Podrías haber escrito, una carta o una postal. Cualquier señal de que estabas viva. ¿Sabes lo que es sentir que te falta algo durante días? ¿Sabes lo que es ese temor de haberte perdido, de que estuvieses muerta o peor…? –la voz se le quebró al final.

–Oh, Alen –una lágrima escapó por el ojo de ella– Lamento tanto que hubieras tenido que pasar por todo eso.

Y se acercó a él. Lentamente, como solía hacerlo. Tomó su mano y con la otra acarició su mejilla. Él quitó su mano pero no le soltó la otra.

–Es demasiado tarde para eso. ¿Qué pensabas hacer? ¿Destrozarme más de lo que ya estaba?

–Yo… solo quería huir, aclarar mi mente... pero entonces… –su voz se quebró en este punto y una lágrima escapó de su ojo.

Ella se apresuró a limpiarla con brusquedad con la maga de su delgado suéter y con un suspiro dejo caer sus brazos al suelo.

–¿Entonces que? –inquirió él.

–Entonces lo conocí, en la estación. Alto, de cabello castaño dorado que brillaba bajo el sol y sus ojos verdes profundos dándome esperanza… –soltó otro suspiro y un mechón de cabello se escapó de su despeinado chongo– inmediatamente supe que él tenía algo escondido, algo para mi y me acerqué.

Alen no habló, sino que acomodó con delicadeza el mechón rebelde.

–Y bueno, no esperaba nada, él simplemente llegó a mi. Con un plan improvisado, con un amigo y una amiga suyos que eran pareja. Con un viaje de ensueño a América y con sueños de convertirse en artista y viajar por el mundo, no pude más que dejarme seducir por sus ideas y por su amable sonrisa. Ellos fueron mi señal.

Alen seguía escuchando con atención, mientras que para Ari el mundo se desvanecía para volver a esos recuerdos del año en el que estuvo desaparecida. 

La locura no entiende de amor y razonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora