Dulces Adicciones (EDITADO)

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Estaba lloviendo y yo tenía todo planeado, mi padre como siempre estaba trabajando, tenia la casa para mi sola y ya no tenía razones para estar allí, puse música de rock a todo volumen, tome mi pintalabios rojo furioso y escribí en el espejo principal de mi habitación “Son demasiadas las personas por las que hay que sufrir” un fragmento en español de mi canción favorita de los últimos tiempos, yo era dramática, mi suicidio debía ser como yo. Todos hablarían de él. Quizás muerta me prestaran atención. Abrí el botiquín del baño y tomé las pastillas que me había recetado meses atrás nuestro doctor de cabecera al decirle que "últimamente no podía dormir". Fui a mi habitación donde tenía una botella de vodka y las metía en grandes cantidades a mi boca e ingería largos tragos de vodka hasta que se acabaron, no notaba el efecto aún, me senté en la cama mirando hacia el espejo, en efecto... muchas personas por las cuales sufrir, ahora me encontraría con mi madre, la única persona que me entendia de verdad; la vista se me empezó a poner borrosa, mis sentidos se debilitaron y empecé a delirar, hasta que me sentí cansada fui recostándome en la cama y cerré los ojos.

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¿Qué pasó? ¿Estaba muerta? En ese caso ¿Por qué sentía tanto dolor en el cuerpo? ¿Acaso cuando uno muere no es todo color de rosas? Abrí los ojos lentamente… Blanco, era lo único que podía describir, todo a mi alrededor era blanco, había una puerta y yo estaba en una cama que no era la mía, definitivamente ese no era el cielo ¿el purgatorio quizás? Yo no podía estar en el infierno, nunca había echo nada malo y no creía que suicidarse era un pecado. Miré mis brazos, tenía una aguja metida en la vena, seguí por la mirada el trayecto y vi tubos, no me había dado cuenta que tenia delgados tubos que salían de mi nariz, Oh no… por favor no…

-Despertaste – Entró sonriente una enfermera – Diste un gran susto a todos tus conocidos Francine.

-¿Que hago en este lugar? ¿Es que no puedo ni matarme en paz? – Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos ¿Por qué no morí? ¿Por qué siempre todo me salía mal?

-Oh Dios – La mujer tomó una jeringa y empezó a acercarse.

-No, estoy bien, no necesito un tranquilizante, solo quiero ver a mi padre. - Supliqué aún con lagrimas en los ojos.

-No creo que estés en condiciones niña, te dormiré un rato y luego hablaras con tu padre.

-Por favor, quiero verlo – Secaba las lágrimas de mis ojos pero no dejaban de caer, la escena conmovió a la enfermera, que terminó cediendo a mi pedido.

-Está bien… espera.

¿Cómo podía pasarme esto? Me aseguré y re-aseguré que la cantidad era suficientemente letal y de que mi padre no llegaría horas después de que mi corazón haya dejado de latir. ¿Qué haría ahora? ¿Me encerrarían? No. No iba a permitirlo, ni yo ni mi padre. Henry, que aunque nunca estaba en casa por su trabajo era un hombre tan bueno como el calcio para los huesos y aunque casi no lo veía  y aunque no lo admita él era único motivo por el cual había estado posponiendo mi suicidio.

-Oh Francine – Corrió hacia mi, con los ojos llenos de lágrimas a abrazarme  – ¿Por qué lo hiciste? ¿Querías matarme a mí de tristeza también?

-No papá, ¿Cómo se te ocurre decir eso?... y no quiero hablar del tema, por favor.

-Si no hubieran suspendido la junta, si no hubiera llegado a casa… - la voz de mi padre se quebró – No, no quiero ni pensarlo hija.

-Perdón papá, de verdad lo siento.

-Oh pequeña, ¿enserio eres tan infeliz?

Bajé la mirada, no podía contestarle eso, es que nadie entendería la mente de una joven suicida. Las lágrimas saladas otra vez.

-Quiero ir a casa papi.

-No por ahora cariño, debes quedarte aquí un tiempo mas para evaluarte y si consideran que estas apta podrás volver a casa conmigo, pero por un tiempo tu ritmo de vida cambiara ¿lo sabes no? Esto cambia todo.

-Yo... si, lo comprendo, intento hacerlo.

Luego de un rato de estar conmigo, mi padre se fue a trabajar, sorpresa, sorpresa, ni esto lo mantenía a mi lado por mucho tiempo. Me pasé la tarde con psicólogos y psiquiatras hurgándome la mente, pero yo era cerrada, siempre lo fui y además me caían mal los psicoanalistas ¿Quién diablos se creen que son? Como si fuera que hablar con un extraño solucionaría algo.

A las diez de la noche se fue el ultimo loquero, y me dieron la cena, una vez acabada una enfermera vino a apagarme la luz ya no tenia nada que hacer por lo que cerré los ojos e intenté dormir cuando de repente oigo que la puerta se abre.

-¿Tu quien diablos eres? – Le dije al chico que acababa de entrar en mi habitación, tenía pelo negro como la noche y tez blanca como un vampiro, aparentaba unos 18 años y era muy alto.

-Thomas – Dijo el chico tranquilamente sin prestarme la mínima atención y espiando la puerta para que nadie entre.

-¿Qué quieres en mi habitación? – Me estaba enfadando y asustando a la vez

-¿Eh? – Me miró un momento y luego siguió mirando la puerta – Pues, no sabía que esta era tu habitación, no te conozco, solo estoy tratando de escapar. – Me hablaba sin siquiera mirarme.

-¿De que?

-¿Cómo que de que? Del hospital.

-¿Y por qué estás aquí?

-¿Sobredosis y tú? - Dijo prestándome atenció por primera vez y me miró como si estuviera examinándome, como si me evaluara.

-Algo así, intenté suicidarme con pastillas. 

-Vaya, no tienes ese aspecto. - Contestó risueño

-¿Y tu que sabes? - Ladré, ¿quien se creía este extraño?

-Que genio tiene la señorita suicida. - Luego de observarme nuevamente en silencio me dijo - Muy bien, me ayudaras a escapar.

-¿Por qué querría hacer eso? – Le pregunté confundida.

-No lo se… ¿por tener una aventura quizás? – Se acercó a mi cama y pude mirarlo a los ojos detenidamente y se me electrificó el cuerpo, tenía los ojos más hermosos que jamás haya visto, azules, pero no de cualquier azul, un azul intenso como mar y brillante como las estrellas, lo podía notar a pesar de que solo una tenue luz que se filtraba por una pequeña ventana casi tocando el techo iluminaba la habitación.

-Yo… no… no lo se, ni siquiera te conozco ¿Y si eres un pervertido? ¿O un demente?

-¡Dios! No soy un pervertido, algo demente quizás, pero tu también por algo estas aquí.

-No lo se.

-Anda vamos, serás mi copiloto, nos divertiremos y si quieres volver a tu casa, yo te llevaré – Sonrió.

-¿Juras no ser un pervertido, un asesino necrófilo, ni nada que se le parezca? - Le dije desconfiada. 

-Lo juro, mi nombre es Thomas Benjamín Ivanovik, tengo 19 años, y nunca he matado ni a una mosca.

-Francine Grignani, 17 años, solo quise matarme a mi misma y eso no cuenta.

-Perfecto ahora que nos conocemos, ¿vamos? tengo un plan brillante

Estaba dudando, no quería preocupar aún más a mi padre, pero Thomas… sus ojos… una aventura. ¿Cuántas veces se presentan estas oportunidades en la vida? Una en un millón. El muchacho me tendió la mano y yo la tomé dudativa, por primera vez iba a tener una aventura.

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