Contando bochitos

18 2 0
                                    

--Uno, dos...tres...cuatro...cinco...¡seis! --exclamé--. Ahora hay menos bochitos por aquí, ¿no?
--Sí, y fíjate que ayer yo pasé por aquí y había todavía menos...se van extinguiendo poco a poco. ¿Qué vamos a hacer cuando ya todo sea reemplazado por drones y autos eléctricos voladores? --dijo mi papá.
--Ay papá --respondí después de reírme-- pero eso no pasará, porque van a inventar bochitos voladores.
Nos reímos. Estas eran las cosas simples que hacían la vida más feliz, sin preocupaciones. Mi papá y yo teníamos una "dinámica" (por así decirle) de cada vez que salíamos a la calle, contar los bochitos. Como el que sale en la película de "Herbie". Esos carros como boludos y viejos que se usaban antes y que ahora se hacen, pero más nuevos y equipados, con la intención de que parezca viejo pero que al mismo tiempo quien lo vea sepa que es nuevo. Suena complicado pero si ves uno lo reconocerás. En fin, sé que lo de contar bochitos no es algo único que yo hago, pero la manera en que me siento cuando lo hago con mi papá mientras manejamos, ese sí es un sentimiento único.

--¿Cuánto tiempo falta? --pregunté mientras que mi papá se estacionaba en un OXXO.
--20 minutos, Julia --respondió.
Mi papá se bajó del carro para comprar botana para el camino.

Íbamos a Mazatlán. Cuando yo estaba muy pequeña, siempre les pedía a mis papás que hiciéramos un viaje en carro a la playa, pero nunca tuvimos el dinero suficiente. Lo estamos haciendo ahora. ¿Por qué? Notarán que no he mencionado a mi mamá realmente; se fue. Ella no pudo soportar lo que mi presencia implicaba; me tuvo cuando tenía 18 años. Nos abandonó a mí y a mi papá cuando cumplí tres años y no dejó más que su anillo de casada en el buró al lado de su cama. No le importé lo suficiente, y mi papá tampoco fue suficiente para ella. Por mí temprana edad, mi padre me decía que era sólo temporal, que ella regresaría y me cuidaría, porque era mi madre y me amaba mucho. Mentiras. Crecí lo suficiente para darme cuenta que mi mamá se fue para siempre. No hablamos sobre el asunto, pero a veces mi papá trata de convencerme de que no debería odiarla, y que soy muy dura con ella porque estaba en una situación difícil; que fue una decisión repentina. Pues ha tenido muchos años para regresar y disculparse, pero no lo ha hecho, no hemos oído de ella.
El punto es que, mi deseo era lo que ya había comentado: viajar a una playa mexicana en carro, no necesariamente Mazatlán. Mi papá ahorro dinero suficiente durante estos 16 años de mi vida para cumplirme mi deseo. Estoy muy agradecida por todo lo que mi papá ha hecho por mí, lo amo con toda el alma. Tenemos un lazo irrompible, y es el único aspecto en que estoy feliz de que mi mamá nos abandonará: nos unió a mí y a mi papá. A veces me pongo a pensar en lo hubiera pasado si mi mamá no se hubiera embarazado a esa edad: ¿Mis papás seguirían juntos? ¿Hubiera existido yo? ¿Habría ido a Mazatlán? Son preguntas sin respuesta, obviamente, pero no las puedo sacar de mi cabeza por más que intento. Surgen principalmente cuando yazgo en mi cama a las 3:00 de la mañana sin poder dormir, la oscuridad abrazando mi cuerpo indefenso.

Un sonido en la ventana de mi lado derecho me saco de mi laberinto de pensamientos. Volteé, asustada, pero me di cuenta que era mi papá. Subí los seguros del carro para que pudiera entrar por el lado del conductor.

--Te traje m&m's, ¿está bien?
Sonreí. Eran mis chocolates favoritos.
--Sí, papá está muy bien.
Mi padre me dio un beso en la frente e inmediatamente arrancó el carro y siguió manejando hacía Mazatlán. El camino estuvo entretenido. Al principio sí contamos bochitos, pero al entrar a la carretera, se volvieron más escasos, siendo remplazados por trailers con cargas pesadas. Yo vivía en Saltillo, Coahuila, entonces eran aproximadamente 7 horas de camino. No antes de cruzar la frontera entre Coahuila y Durango, empecé a sentir el carro un poco bajo de mi lado.
--Papá, creo que, tal vez, puede ser que la llanta derecha de adelante se haya ponchado.. --dije, estremeciéndome mientras volteaba a ver a mi papá para ver su reacción. Me volteó a ver momentáneamente e hizo una expresión de preocupación combinado con algo más que no pude comprender.
--Julia, claro que no, eso no puede pasar --respondió--, además, yo chequé ayer las llantas, y estaban en perfecta condición.
--Si tú lo dices --le contesté. Estaba casi 99% segura de que algo estaba mal, pero mi papá no me quería preocupar. Pasaron unos cinco minutos, y me percaté que mi papá manejaba en el carril derecho y en una velocidad que se podría comparar con la de una tortuga.
--¿Seguro que todo está bien, papá?
Él levantó una mano del volante para pasarla sobre su cara en símbolo de frustración.
--Julia, --empezó a decir, pero lo interrumpí. --No es tu culpa papá, oríllate, hay que pedir ayuda.
Mi papá se orilló antes de apagar el carro. Pasaron unos segundos de silencio. Vi a mi papá; se veía desilusionado. Probablemente se odiaba por no poder prevenir esta situación, pero la verdad yo no lo culpaba, ni estaba enojada con él, pues era algo inesperado que le pudo haber pasado a cualquiera.
--No es tu culpa.
--Bueno, hay que salir de este aparato cucho para pedir ayuda--dijo mi papá, en un tono más relajado y juguetón. Salimos del carro y caminamos a uno de los tres puestecitos que se encontraban ahí vendiendo cosas artesanales.
--Disculpe Señor, ¿sabrá si cerca de aquí se encuentra una vulcanizadora? --preguntó mi papá al señor que cuidaba de su puesto. El señor nos miró con un aire de desconfianza, pero finalmente respondió.
--A unos 4 kilómetros norte de aquí hay un señor que es mecánico. Tal vez él los puede ayudar. Esta no es mi chamba, ya no me pregunten cosas si no van a comprar.
Le agradecimos al señor y nos encaminamos hacia el supuesto señor mecánico.
Después de media hora, mucho cansancio, y posiblemente dos ampollas en los pies, llegamos a lo que parecía ser una casa. Alrededor se veía un carro y había una que otra herramienta tirada en el suelo; era la casa del mecánico. Mi papá tocó la puerta de la cual voló polvo al encontrarse su mano con la vieja y sucia madera. Segundos después se abrió la puerta para revelar a una señora que estaba en sus treinta y tantos años. Sus facciones eran finas, pero se veía cansada. Se parecía a mí. Me tomó un minuto para abrir mi boca en sorpresa y dilatar las pupilas de mis ojos. Me quedé sin palabras.
--¿Julia, Pedro? –dijo la señora, también sorprendida indudablemente.
--¿María? –dijo un hombre que llegó por detrás de mi madre-- ¿quiénes son estas personas?
--Es mi hija.

Contando bochitosOnde as histórias ganham vida. Descobre agora