Nada más por ver

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I.

El minibús avanzaba despacio por una calle sucia y desierta, esquivando containers caídos y algún coche abandonado. El ronroneo de su motor y el crujido de las ruedas sobre el asfalto eran los únicos sonidos que se podían escuchar, aparte del silbido de un viento helado. A su alrededor todo parecía muerto; y en cierto modo lo estaba. La calle, la ciudad, el mundo... en poco menos de veinticuatro horas todo había cambiado para siempre, y lo peor todavía estaba por llegar. Nadie lo decía en voz alta; nadie, en sus oscuros escondrijos, pronunciaba las palabras; pero todos sabían lo que ocurría.

Era el fin del mundo.

Doña Conchita, sentada junto a la ventanilla, contemplaba los últimos estertores de la civilización; a su lado, la señora Cabrera dormitaba con un ojo medio abierto. De vez en cuando hablaba en sueños, como solía hacer siempre; la gente tendía a creer que hablaba con su difunto marido, pero doña Conchita, que la conocía desde hacía más de cincuenta años —cuando la señora Cabrera era menos estirada y todavía se hacía llamar la Mari— sabía que, con quien hablaba en realidad, era con Anisete, un gatito amarillo que había tenido de pequeña. El gato, muerto largo tiempo atrás, había sido su más preciado amigo, y todavía hoy lo veía en sueños. «Creo que tengo ganas de morirme —le había dicho, en alguna ocasión—, solo para verlo de nuevo», y doña Conchita había asentido, comprensiva. Sin despertarse, la señora Cabrera abrazó con ternura el fardo que llevaba con ella. Doña Conchita sonrió.

Félix, alto y calvo como una bombilla, iba al volante; era un hombre robusto y triste a quien la vida había golpeado con extrema rudeza en varias ocasiones, y aun así tenía siempre una sonrisa para todo el mundo. A doña Conchita le caía especialmente bien; en cierto modo, el joven conductor se había convertido en el hijo que nunca pudo tener. A su alrededor, en los demás asientos del minibús, amigos y compañeros hacían aquel viaje con ellas. A un lado, don Ramón y el señor Miralles discutían; detrás, Cecilia y Montse parloteaban. También estaban don Xavier, el loco señor Monzón... no todos habían querido venir, por supuesto, pero eran los suficientes.

El autobús pegó unos cuantos bandazos, esquivando basura y otros obstáculos. El asfalto cada vez estaba en peores condiciones. A través de las ventanillas se veían pasar los edificios ciegos y grises; tras los portales abiertos y las ventanas rotas solo había oscuridad, una oscuridad acechante y viscosa. Por la acera ya no paseaba nadie, aunque de vez en cuando veían siniestras manchas oscuras en el suelo.

—Pues con Franco el mundo no se acababa —decía don Ramón, en voz alta, mientras se ajustaba las gruesas gafas de pasta negra—. No tenía güevos de acabarse.

El cielo era un espeso manto de nubes oscuras, casi negras. De vez en cuando, Cecilia decía que había visto algo allí arriba, moviéndose. Todos sabían que era muy poco probable; allí arriba no había nada y Cecilia, desde que la operaron por última vez, veía menos que un topo. Aun así, doña Conchita miraba hacia arriba de vez en cuando y contemplaba las nubes; eran un muro infranqueable, y el sol apenas lograba traspasarlas. El cielo estaba así desde que todo había comenzado, aunque no había llovido ni una sola vez. De tanto en tanto ella también creía ver algo que se movía; que se asomaba entre aquellas nubes negras y terribles; pero solo podía ser producto de su imaginación.

—¿Qué coño hacen esos de ahí? —exclamó Félix, de pronto.

—Te voy a lavar esa lengua con jabón, jovencito —le riñó Cecilia.

De las grietas del asfalto comenzaba a salir un poco de humo.

II.

Todo había comenzado dos días antes, cuando surgieron los primeros rumores: en las zonas costeras, algunos testigos afirmaban haber visto una extraño humo negro, una niebla grasienta y persistente que surgía del agua o brotaba directamente del suelo, y se comportaba de un modo extraño. En aquel momento nadie se lo tomó demasiado en serio: se hicieron muchas bromas referentes a una reciente serie de televisión de éxito, y el tema se convirtió en Trending Topic en Twitter, generándose así multitud de chistes y bromas recurrentes. Pero, al finalizar aquel primer día, los noticiarios comenzaron a darle importancia al tema. Se decía que la niebla se adhería a la piel, y que podía afectar a la gente de un modo inimaginable. Alguien habló de muertos, pero nadie daba más información al respecto. Y entonces las bromas de las redes fueron substituidas por miles de teorías, cada cual más descabellada.

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⏰ Last updated: Jul 08, 2016 ⏰

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