4. Mal bicho

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 –¿FOBOS? –preguntó Casandra con un susurro mientras la sombra la arrastraba sin que pudiera oponer resistencia.

–Exacto.

–¿Y... dónde estás?

–Soy la sombra.

Casandra miró la oscuridad que tiraba de ella y que serpenteaba por las paredes. "Lo nunca visto", se dijo encogiéndose de hombros.

–¿Me dejas andar por mí misma?

–¿Me prometes que no saldrás corriendo?

–¿Me prometes que no eres un secuestrador?

–Por favor, soy FOBOS. Eso no puedo prometerlo –respondió con sor­na. Aún así, la compacta sombra la liberó y se concentró como un remolino a su lado.

La oscuridad moldeó a un joven alto, muy alto, y flaco, pero de ancha espalda. No podía verle las facciones, pero sí que tenía el pelo alborotado y la chaqueta hasta medio muslo.

–Venga, rápido –la cogió de la mano y a ella le sorprendió que fuera un cuerpo sólido y cálido–. Antes de que tus amigos te encuentren.

–¿Por qué huyes de ellos? –inquirió suspicaz.

–Veamos, ¿te vale porque soy un Doberman que te está secuestrando para obligarte a realizar una misión prohibida?

–Así dicho suena mal... –Casandra trató de parecer despreocupada aun­que más bien estuviera asustada.

–Es verdad, lo que pretendo es ilegal –afirmó Iskio.

–Empieza a explicarte... Por favor.

–Los FOBOS sólo podemos cumplir las órdenes que nos dan, está pro­hibido que impartamos justicia por nuestra mano.

–Ah...

Los ojos nerviosos de Casandra observaron cómo las calles estrechas daban paso a avenidas anchas flanqueadas por mansiones señoriales, al otro lado de grandes setos.

–Pero sí que podemos proteger a nuestros colaboradores y protegidos.

Casandra se volvió hacia él, ya veía por dónde iba el plan.

–Desde hace un tiempo desaparece gente en Ritara, nadie se da cuenta porque son extranjeros que están de paso, generalmente transfronterizos. Yo sé que el culpable está por aquí, pero no puedo echarle el guante.

–¿Quieres que haga de cebo? –preguntó directamente.

–El azucarero tiene razón, eres lista –celebró Iskio con un susurro–. ¿Qué te parece?

–Aunque me parezca mal, vas a obligarme, ¿no? –asumió Casandra y se encogió de hombros, resignada.

–Apocalipsis también también tiene razón, eres bastante temeraria para ser tan chiquitita.

"¿Chiquitita? Bueno, comparada con esta farola y el armario..."

–Iskio... no tengo magia –optó por apuntar.

–Sí, ya lo sé, un hecho curioso. ¿No has hecho que te miren a ver si tienes supresores o algo así? Otro día te secuestraré más tiempo para llevar­te a la Central –Iskio le sonrió ampliamente desde su altura de rascacielos de casi dos metros, la luz de un farol le permitió verle durante un segundo la blanca dentadura y que se pintaba la raya del ojo.

–Sí, vale, pero... –Casandra quiso tragar saliva, pero se encontró la boca seca– ¿vas a hacer que un perturbado me ataque?

–No, voy a dejar que un perturbado muestre su intención de atacarte, pero no te hará daño, lo prometo.

Lirio de Sangre - 1 - Odisea (6 capítulos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora