SOLDADO DE FORTUNA: Las aventuras de Konrad Stark de Alexis Brito

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I

UNA DAMA EN APUROS

 

 

 

Barcelona, 2 de octubre de 1804

A aquellas horas de la noche, el escándalo que provenía de la taberna hubiera podido rivalizar con los cañonazos de cualquier campo de batalla; cosa que traía a los vecinos por el camino de la amargura. El edificio de dos pisos construido con planchas de roble, con las ventanas rotas y la puerta principal medio desencajada, exudaba un olor a cerveza que se percibía a dos manzanas de distancia. En el interior, bajo la luz parpadeante de las linternas, una cuarentena de hombres y mujeres de toda índole bebían y cantaban a grandes voces. Irónico, Stark se acarició los largos mostachos y terminó la jarra de brandy que acababa de pedir; disfrutaba con la algarabía y el caos que lo circundaba. A su derecha, sobre la barra del establecimiento, dos mujeres bailaban al ritmo desenfrenado de un violín, mostrando una generosa porción de los muslos cada vez que levantaban una pierna. Al lado contrario, una pareja de forzudos españoles que tenían aspecto de estibadores, luchaban por averiguar quién era capaz de beber más vasos de ron. En rededor, repartidos en una docena de mesas que apenas se mantenían en pie, individuos de duro aspecto: contrabandistas, soldados, tahúres, usureros, mercenarios, marinos y borrachos jugaban a las cartas o empinaban el codo, sin perder de vista en ningún momento el contenido de sus bolsillos.

—Un lugar maravilloso —murmuró el sajón—. Ideal para los curas y la soldadesca de Bonaparte.

En las escaleras que conducían al nivel superior, varias furcias aburridas esperaban que alguno de los hombres que atestaba el local se dignara a realizar una visita a las habitaciones de la planta alta. Stark estudió las medias y los corsés que dejaban poco a la imaginación; mercancía de segunda clase averiada por la mala vida y el exceso de alcohol. La más joven del grupo, debía tener, como mínimo, cincuenta primaveras. Un viejo bajó los escalones tambaleándose, totalmente ebrio, agarrando la barandilla con una mano temblorosa. Sin desearlo, tropezó con sus propios pies y se derrumbó escaleras abajo, formando una batahola con su caída. Acto seguido, se levantó de un salto y elevó la botella que llevaba en la diestra: la suerte de los borrachos lo acompañaba; cualquier otro se hubiera roto el cuello.

—¡No he derramado ni una sola gota! —exclamó entusiasmado.

Una de las fulanas replicó con voz agria:

—Uno que perdió su virilidad el día que Moisés separó las aguas.

Un coro de carcajadas maliciosas escapó de las mujeres; al parecer no había hecho gran cosa con la chica que había contratado escasos minutos antes.

—Ve a dormir la mona, Antonio —rio otra de ellas mientras se retocaba el maquillaje—. Tu mujer debe estar esperándote en casa empuñando una sartén por el mango.

Stark ignoró la escena y recorrió la taberna de un lado a otro con ojos mordaces, buscando a una buena moza que pudiera calentarle la cama. Por desgracia, parecía que tendría que probar suerte en otra parte; la carne fresca escaseaba en aquel antro situado frente a los muelles de Barcelona. En aquel instante, una pareja entró por la puerta y echó un vistazo inquisitivo al local; parecía que no era lo que estaban buscando. Stark estiró la cabeza como un gato en celo: si aquellas mujeres no pertenecían a una noble alcurnia, que el Diablo se llevara su alma. Por el aspecto limpio y adinerado de las túnicas, que les cubrían las cabezas impidiéndole vislumbrar sus facciones, dudaba que pertenecieran a la clase de señoras con las que solía alternar. Una de ellas se adelantó, decidida, ignorando las protestas de la otra, con un contoneo que no pudo resultarle menos que seductor. Al llegar a la barra, apartó a un hombre desvanecido y ordenó con firmeza:

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⏰ Última actualización: Jul 08, 2013 ⏰

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