Nashville

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Por desgracia, la soledad no le sentaba nada bien. En lugar de ver las cosas con mejor perspectiva, había terminado todavía más deprimido. La aventura con Castora había sido una gran distracción que, para su desdicha, había llegado a su fin.

Cuando se dirigía hacia el coche, llegaron hasta él los estridentes chillidos de una violenta discusión entre mujeres. Un segundo después, se abrió la puerta mosquitera de golpe y salió volando una maleta. Aterrizó en mitad del césped, abriéndose y derramando todo el contenido: vaqueros, camisetas, un sujetador morado y algunas bragas naranja. Después apareció una bolsa azul marino. Y luego Castora.

-¡Aprovechada! -gritó la propietaria de la casa de huéspedes antes de dar un portazo.

Castora tuvo que sujetarse a un pilar para no caerse del porche. En cuanto recuperó el equilibrio, pareció perdida, así que se sentó en el último escalón y se sujetó la cabeza entre las patas.

Ella le había dicho que su coche no funcionaba, lo que le daba una excusa para posponer su aburrido viaje en solitario.

-¿Quieres que te lleve? -gritó.

Cuando ella levantó la cabeza, pareció sorprendida de que él todavía estuviera allí. El que una mujer hubiera olvidado su existencia era algo tan inusual que despertó su interés. Ella vaciló, luego se puso de pie con torpeza.

-Vale.

La ayudó a recoger sus ropas, en concreto las prendas más delicadas que requerían mayor destreza manual. Como las bragas. Que, como verdadero experto en el tema, consideraba más de un WallMart que de una marca de ropa interior cara como Agent Provocateur, pero, a pesar de ello, tenía un bonito surtido de sujetadores de llamativos colores y provocativos estampados. Nada de lazos. Y, lo más desconcertante aún, nada de encajes. Algo extraño, ya que esa delicada cara angulosa de Castora -a pesar del sudor y el pelaje que la acompañaban- tenía cierto parecido a un personaje de los libros de Mamá Ganso, la pequeña pastorcilla Bo Peep vestida de lazos y encajes.

-A juzgar por la actitud de tu casera -le dijo mientras metía la maleta y la bolsa en el maletero del Vanquish-, supongo que no le has pagado los ochenta y dos dólares.

-Peor todavía. Me han robado doscientos dólares de la habitación.

-Al parecer tienes mala suerte.

-Ya estoy acostumbrada. Pero no ha sido mala suerte. Ha sido más un caso de estupidez. -Dirigió una mirada a la casa-. Sabía que Monty regresaría en cuanto encontré el CD de Dylan bajo la cama. Pero en vez de esconder el dinero en el coche, lo metí entre las páginas de un ejemplar de People. Monty odia People. Dice que sólo lo leen los retrasados mentales, así que supuse que el dinero estaría seguro.

Justin no solía leer People, pero le tenía cierto cariño. Había posado en una sesión de fotos para esa revista y el personal había sido muy amable con él.

-Supongo que querrás ir a la tienda de bricolaje El Gran Castor de Ben -dijo después de ayudarla a subir-. A menos claro está, que estés intentando imponer una moda.

-¿Puedes dejarme allí antes de ir a... -Castora parecía sentir una fuerte aversión por él, lo que era bastante desconcertante, puesto que era una mujer y él era..., bueno, era Justin Bieber. Ella bajó la mirada al navegador GPS- Tennessee?

-Voy de vacaciones cerca de Nashville. -La semana anterior le había gustado como sonaba. Ahora no estaba seguro. Aunque vivía en Chicago era un californiano de pura cepa, ¿para qué diablos se había comprado una granja en Tennessee?

-¿Eres cantante de country?

Él consideró la idea.

-No. Acertaste a la primera. Soy una estrella de cine.

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Juego de seduccionWhere stories live. Discover now