Capítulo 1

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Octubre de 2015

Un mes más había llegado para Cristina, con la triste certeza que la perseguía cada veintiocho días durante los últimos tres años: no estaba embarazada.

Sin poder evitarlo, las lágrimas inundaron los bonitos ojos verdes mientras que su pecho se agitaba nuevamente con los sollozos. Corrió hacia su cama y se lanzó boca abajo para dejar salir toda su frustración y su dolor.

No estaba embarazada.

Nuevamente, no había bebé.

Hacía casi seis años que estaba casada con Matt. Habían sido los mejores años de su vida. Él la amaba tanto como ella lo amaba a él. La vida se pintaba como un magnífico paraíso en el que el amor que había logrado vencer todos los obstáculos los alimentaba día a día y crecía en sus corazones con la certeza de que jamás terminaría aquel sentimiento.

Recordó que su maravillosa relación había comenzado justo en la Navidad de 2009. Su historia de amor era bastante particular. Se habían conocido en la adolescencia, cuando la madre de Matt se había casado con el padre de Cristina. Las cosas no habían sido fáciles en aquella época, y después de muchos ires y venires, los jóvenes se habían reencontrado para por fin aceptar que entre ellos existía un inmenso amor, tan profundo que ni las circunstancias ni el tiempo habían podido destruir.

Todo había sido absolutamente hermoso y perfecto durante los primeros tres años de matrimonio. Cuando sintieron que estaban preparados para ser padres, intentaron procrear, pero pasaron varios meses sin lograrlo.

Al comienzo, Cristina había pensado que la píldora, método que había utilizado, tenía algún tipo de efecto secundario que le impedía quedar embarazada. Pensó que en algunos meses la secuela pasaría y por fin concebiría.

No obstante, no había sido así.

Empezó a ver, un mes tras otro, que su vientre no albergaba al fruto de su amor con Matt. Entonces, la joven había comenzado a ponerse nerviosa y a albergar sospechas de infertilidad.

Matt siempre trataba de animarla, diciéndole que si ese mes no lo habían logrado, estaría encantado de volver a intentarlo para el próximo. Él nunca se había mostrado demasiado preocupado por el asunto, siempre decía que quizá el destino los haría esperar un poco más.

Pero Cristina sí que estaba preocupada.

Su estado de congoja se convirtió en una tristeza constante, que se veía afectada cada vez que tenía ante sí la confirmación de que no había bebé.

De la tristeza pasaba a la desesperación y de allí al miedo. ¿Y si nunca podía darle un hijo a su esposo?

Temblaba de solo pensarlo.

Matt era un hombre maravilloso, y seguramente como padre también lo sería. Había imaginado muchas veces a un pequeño niño con el cabello y los ojos oscuros, divirtiéndose en el suelo con sus juguetes, y a su padre mirándolo orgulloso. Pero cada día que pasaba, aquella imagen se tornaba más borrosa y una voz en su interior le decía que nunca podría verla hecha realidad.

Cristina enterró su rostro sobre las almohadas y emitió un grito que mostraba la mezcolanza de los conflictivos sentimientos que atravesaban su alma.

—Cristina, hija, ¿qué pasa? —preguntó Maura, su madrastra y a la vez madre de Matt, entrando a la habitación alarmada por el grito de la joven.

—Lo de siempre, Maura... lo de siempre —respondió Cristina entre gemidos.

Maura no tenía que preguntar a qué se refería. Desde hacía casi tres años vivía la misma angustia y el mismo dolor de la muchacha al ver que no había concebido.

—Hija, por favor, no te aflijas —dijo la mujer sentándose junto a ella sobre la cama y acariciando el cabello de la chica, tratando de darle consuelo—. Verás que algún día llegará.

—No va a llegar nunca —confesó la joven sin ocultar su angustia en medio de las lágrimas —. Cada día me convenzo más de eso. Jamás podré darle un hijo a Matt, mi padre y tú nunca serán abuelos.

Maura sintió que el corazón se le partía ante la aflicción de Cristina.

—No digas eso, ten fe.

—No... no... y yo sé... en el fondo de mi alma sé que es mi culpa. Por lo que le hice a Matt...

—No digas eso —la interrumpió Maura para acallar a la joven—. Todo aquello pasó hace muchos años. Matt y tú ya aclararon ese asunto, el amor que ustedes sienten es tan fuerte que superó todas las dificultades. No tiene caso pensar en algo que ya es pasado.

—No... yo sé... que la vida me está castigando por lo que le hice a Matt... Por lo que te hice a ti...

—No, hija, no —Maura se acercó más a la joven y la abrazó, mientras la muchacha seguía sollozando—. No quiero que te preocupes, ni que te mortifiques más a partir de ideas infundadas. Lo que tienes que hacer es tranquilizarte, el médico dijo que tanto Matt como tú están en perfectas condiciones físicas.

Hacía poco más de año y medio, tanto ella como su esposo se habían sometido a diversos estudios para tratar de determinar si había alguna deficiencia que les impidiera la concepción. Cristina confió en que, si detectaban la causa, podrían encontrar una solución.

Sin embargo, tanto los análisis que le habían practicado a Matt como los de ella habían arrojado el mismo resultado: no había nada que impidiera la procreación, los dos estaban en perfectas condiciones físicas para ser padres.

El médico les había dicho que quizá había algo de estrés y ansiedad en la pareja, y que el bebé llegaría naturalmente cuando lograran relajarse. Todo era cosa de esperar.

Pero habían pasado muchos meses y nada sucedía.

—Por eso precisamente creo que es un castigo de la vida —dijo la joven acallando un poco su llanto—. Si no hay nada malo en mi cuerpo, no comprendo por qué no puedo quedar embarazada.

—Hija, dale tiempo al tiempo.

—Se me está pasando la vida, Maura. Y algún día Matt se va a cansar.

—Eso no es cierto, Matt te adora, con hijos o sin ellos, él te ama con toda su alma, te ha amado siempre, luchó por ti y en estos seis años han sido muy felices.

—Pero no puedo darle un hijo... y él tiene derecho a ser padre...

—No te atormentes más. Verás que el día menos pensado, llega el bebé... —Maura pasó sus manos por las mejillas de la joven en un intento por secarle las lágrimas—. Ahora, no llores más y ve a arreglarte, esta noche vas a la cena en la empresa de tu esposo. Venía a avisarte que llamó hace unos instantes y me pidió que te dijera que, por favor, llegaras temprano para ayudarlo en los últimos detalles.

Lo que Cristina menos quería era salir. Le habría gustado acostarse en su cama a llorar su pena, pero sabía que no podía defraudar a su marido. Esa noche era la tradicional cena en la que celebraban un año más de la compañía. Matt, como presidente, debía presidir el acto y Cristina, como su esposa, debía estar junto a él.

—Sí, es verdad. Será mejor que me prepare —dijo Cristina antes de hacer acopio de toda su energía para poder continuar con su vida.

—Así me gusta —dijo Maura—. Recomponte, anímate. Matt te ama y tú a él.

Su madrastra salió de la habitación después de darle un fuerte abrazo.

Sin embargo, el dolor del corazón de Cristina no desaparecía. Como una autómata, se vistió, se peinó y se maquilló para la cena, mientras se decía a sí misma que no podría soportar un mes más en aquel martirio.

Se dijo que tenía que hacer algo. Porque de continuar así, terminaría por enloquecer.

Volverás a Amarme en NavidadWhere stories live. Discover now