No me rendiré

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Pasaron cinco años de aquél día en que se fueron derrumbando uno a uno mis sueños. Aún recuerdo la adrenalina en mi cuerpo dentro de ese teatro, y la desesperación al caer por las escaleras el día de la gran final, dejando atrás mi deseado sueño. Recibir el premio por mejor bailarina. Mis manos quedaron vacías, como mis ilusiones.

He dejado vencer mi esperanza y mi deseo, aumentando mis miedos y mis fracasos.

Aun así, no dejaba de visitar ese lugar, el cual había cambiado mi vida para siempre. Observando de lejos, al lado de la última fila precisamente, miraba cómo las demás niñas adornaban el salón, llenando el espacio con sus estilizadas piernas, danzando como gotas de rocío, al ritmo de mi corazón.

Apartada, sin nadie que me reconociera, me perdía en la música del violín y en cada uno de los sonidos que envolvían mi atrofiado cuerpo. Como por arte de magia, mi mente, me transportaba al punto exacto del escenario, donde nunca debí salir. Esas tablas de madera eran para mí, el motor de mi vida.

Ahora, sin embargo, ahí, en ese preciso lugar, estaba ella, Eugenia, quien nunca había soportado mi suerte por ser la elegida. Era única en expresar y transmitir con mi cuerpo cada nota musical. Mis poros absorbían la melodía, y se reflejaba con cada movimiento dado. Cerraba mis ojos y me perdía en la suave brisa que desprendían los instrumentos de viento. Mis manos se prolongaban como queriéndose esfumar en el ambiente acariciando sutilmente el humo que adornaba el escenario.

La música me había traído los recuerdos a mi mente, pero algo me desconcentró. Y al cruzar las miradas, sin pensarlo, Eugenia estaba frente a mí, con esa sonrisa placentera por verme postrada, en mi silla, la que era desde hacía tiempo, mi fiel compañera.

No bajé mi mirada, al contrario, soporté sus hirientes palabras. Tal como me imaginaba, disfrutaba por verme en este estado y gracias a eso, ocupar ella mi lugar.

En ese momento, la sangre hervía en mis venas, sentía hasta el último rincón de mi cuerpo con una impotencia inimaginable. No derramé ni una sola lágrima, las contuve gota a gota, mis ojos se clavaron en su mirada como lanzas. Sentí un deseo ferviente por poder demostrar lo que soy, lo que valgo y lo que puedo dar, a pesar de mi realidad.

Cerré mis ojos, con la misma fuerza también mis puños, apreté mis dientes tan fuerte, tan fuerte, que mi semblante transmitía una expresión dura de rabia y dolor. Me pregunté, quién sería capaz de cederme un deseo, tan solo un minuto por cada año de sufrimiento, me conformaba con cinco minutos para volver a ser yo. Lo deseaba con toda mi alma.

No sé cómo explicarlo, aparecieron varias imágenes en mi mente, hasta creí ver a Dios, pero de la nada apareció una lámpara dorada, brillante como el sol, iba saliendo la figura de un genio envuelto de una espesa neblina, con perlas multicolores a su alrededor. ¿Qué veían mis ojos? ¿Era mi imaginación? Juro que lo vi, solo recuerdo lo que me respondió. "Tu deseo será cumplido".

Abrí grandes mis ojos húmedos y asustadizos. Me apoyé con fuerza y firmeza en mi silla de ruedas. Eugenia miraba sorprendida junto al resto, dibujando una sonrisa burlesca y des-animadora hacia mí.

Relajé cada músculo de mi ser, con mi sonrisa más hermosa comencé a deslizarme por esas tablas entrañables, las acariciaba en punta de pie, y acobijada por el sonido del silencio, dancé como la primera vez.

                                                   Karina Delprato.

Con este relato participé en "Teseo" . Tema: "El genio de la lámpara".

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