Capítulo 1

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CAPÍTULO 1

Cansada de mirar su propio rostro en el espejo, Anna cerró los ojos y esperó a que su criada personal terminara de acicalarla. Ludovika llevaba más de una hora aplicada a dicha tarea, y aunque no debía faltarle mucho, tampoco era probable que fuese a dejarla marchar en los siguientes quince minutos. Acostumbrada desde muy pequeña a tolerar sin quejas aquellos períodos de inmovilidad, tiempo muerto dedicado solamente a acentuar su belleza, la joven ni siquiera se molestó en soltar un suspiro de resignación. Al fin y al cabo, si lo pensaba bien, raras veces tenía algo mejor que hacer.

Respirando en forma pausada, sintiendo el aroma del perfume que su criada le había puesto hacía un rato, Anna se concentró en los sonidos a su alrededor y dejó que su mente pensara por sí sola. El roce del cepillo era tranquilizador: un largo susurro por cada mechón de pelo negro, que Ludovika trenzaba después y sujetaba al peinado con unos broches de plata y amatista. El cabello de Anna le llegaba a la cintura, espeso, brillante y ondulado; seguramente no era tan magnífico como el de la emperatriz Elisabeth, pero muchas jóvenes lo envidiaban. A ella, sin embargo, le daba lo mismo. Lucía bien en su cabeza, desde luego, pero Anna solía pensar que se lo cortaría de puro fastidio si tuviera que peinarlo ella misma. Y puestos en ello, ¿cuánto más podría dejarlo crecer? Era verdad que no tenía ningún pasatiempo, pero tampoco le apetecía que buena parte de su vida transcurriera de esa forma, ni siquiera con un libro en las manos a fin de disipar el tedio. Se lo mencionaría a Ludovika en algún momento. No más cabello. Ella sólo era la hija de un caballero, no una princesa de cuento de hadas ni tampoco la excéntrica emperatriz de Austria.

De alguna otra parte llegaban más ruidos: voces de otros sirvientes mientras llevaban a cabo los últimos preparativos para la fiesta. Cada tanto destacaban las órdenes de su padre, insistiendo en que se dieran prisa. La amenaza no estaba en sus palabras sino en el tono, a pesar de que el hombre raras veces perdía la compostura. Friedrich von Weichsner seguía siendo un general, incluso en su retiro, y sabía mantener la calma, mucho más en circunstancias tan domésticas como un simple baile de cumpleaños. Aquélla, no obstante, era una ocasión especial que tal vez justificara algo de nerviosismo por su parte, pues sólo tenía una hija y estaba a punto de ofrecer su mano en matrimonio a un nuevo candidato.

Curiosamente, Anna se sentía relajada, y, cosa rara en ella, la escasa información que había oído sobre el pretendiente en cuestión había despertado su curiosidad. Decían que Stefan von Haller era demasiado huraño y reservado para sus treinta años de edad. Añadían, no obstante, que administraba sus tierras y negocios con gran inteligencia, lo cual le había permitido acrecentar aún más la fortuna heredada de su tío. El padre de Anna le había dicho que era “fuerte y de buena apariencia”, aunque ella tendría que confirmarlo desde su punto de vista femenino. Sí podía dar por seguro lo siguiente: el apellido y el título del hombre ya no tenían tanto valor en la actualidad, pero él nadaba en dinero y su hogar estaba cerca de las montañas, junto a unos bosques vírgenes.

Anna jamás había visto bosques y montañas de verdad. Había viajado a Francia, a España, a Italia y a Grecia, de palacio en palacio y de jardín en jardín, todo muy bonito y domesticado, nada que agitara en su espíritu una emoción verdadera. Después de un tiempo, incluso las obras de arte más bellas terminaban por confundirse unas con otras, así como las flores cultivadas, las esculturas y las grandiosas bóvedas pintadas por los maestros de antaño. Las personas también se mezclaban, salvo por unas diferencias irrelevantes en el idioma o la vestimenta. ¿Cómo sería un bosque salvaje, con árboles añosos capaces de soportar el viento y las nevadas? ¿Qué aspecto tendrían las altas masas de roca al amanecer? De pronto podía imaginarse a ella misma viendo todo eso a través de su ventana.

La dama y el loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora