03:00 A.M.

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Todo comenzó una mañana cualquiera, de un día cualquiera. Eran las seis y el despertador sonó con una lenta melodía a base de piano y violín, elegida a conciencia para despertar de manera apacible, sin sobresaltos. Para que engañaros, por muy suave que fuera la canción, eran las seis de la mañana y además lunes... Aun así, aquella mañana había comenzado lluviosa, ayudándome a despertar tranquilo gracias al sonido de las gotas que llegaban a mis oídos, cayendo por el patio interior.

Aquella noche estuve particularmente inquieto y cómo no, para variar, me desperté a las dos y cincuenta y cinco de la madrugada... ¿Por qué tenía que ser siempre a aquella hora? ¿Por qué ninguna maldita noche podía dormir de seguido? Una vez más, preguntas sin respuestas... ¿Qué más da? Tan solo rondaban por mi cabeza, como mucho, los diez primeros minutos antes de darme una ducha para despejarme y afrontar un nuevo día de trabajo.

Tengo la vieja costumbre de no ponerme el calzado hasta que no voy a salir por la puerta. Me gusta sentir el contacto del suelo durante los primeros minutos del día. Cuando di el primer paso en el salón noté algo granuloso bajo mi pie; al tercer paso, ya podía sentir por toda la planta aquella extraña sensación. Encendí la luz aprovechando que mi pareja se encontraba de viaje, ya que normalmente suelo ir a oscuras para no despertarla. Para mi sorpresa, todo el suelo de la habitación estaba cubierto de tierra. Jodidos gatos, ya han vuelto a escarvar en las plantas de la terraza. Pero... la puerta que da a ella estaba cerrada. Y ni siquiera la abrí durante la tarde-noche anterior. Y anoche cuando fui a dormir, por supuesto que no había tierra alguna... ¡¿De dónde leches había salido aquella tierra?! Desconcertado, cogí la escoba y el recogedor y limpié todo el estropicio. Aun intentando encontrarle la lógica al asunto, desayuné, me puse mis botas y salí a trabajar.

Durante aquella mañana, entre cigarro y cigarro y en varias ocasiones mientras trabajaba, tras darle mil vueltas al asunto de la tierra, encontré una posible explicación. Uno de los dos gatos había conseguido coger algunas de las bolsas de té de la basura, y tras divertirse con ellas, romperlas y esparcir todo su contenido. ¡Claro! Eso debía ser. En cuanto llegase a casa, tan solo debía de mirar en la basura. Era lo último que había echado, tan solo tendría que comprobar si la dichosa «tierra» tuviera más bien, aroma a té rojo.

Tras entrar por la puerta fue lo primero que hice. Miré en la basura y tras coger con dos dedos —cual película detectivesca— la sustancia en cuestión, la olfateé. 

Mierda. No huele a té. Huele a tierra húmeda.

Mi cabeza empezó a funcionar buscando posibles opciones al misterio. ¿Es posible que llevara algo de barro en el calzado y lo soltase al llegar el día anterior? No. Habría visto la tierra por la noche, ya que me descalcé nada más llegar. Además, aquellos días estaba especialmente atento al tiempo, ya que anunciaban lluvias y no llegaba a terminar de caer ni una sola gota, para coger tal o cual abrigo... De repente todo mi vello se erizó, recordé que aquella madrugada si había estado lloviendo.

Tenía que haber una explicación lógica para todo esto. ¿Y si alguien hubiera entrado en casa mientras dormía? Nada parecía fuera de su lugar, desde luego. Decidí no contarle este pequeño detalle a mi pareja, para qué asustarla cuando realmente no sabía que había pasado. Opté por quitarle hierro al asunto, seguro que todo era mucho más simple de lo que parecía... Así que me limité a tomar un té —no pude evitar sonreír al coger la bolsita—, me puse música, y distraje mi mente durante el resto del día.

Todo quedó ahí, al día siguiente apenas pensé en ello, para nada en los sucesivos. Carmen había vuelto de su viaje, me sentí muy tentado de contarle todo, pero como he dicho, no era necesario asustarle sin motivo alguno. No pasó nada que me recordase a «el caso extraño de la tierra sin dueño». 

03:00 A.M.Where stories live. Discover now