Sangre de hermano

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 SANGRE DE HERMANO

Corría el invierno del año 837…

Tarald (1)

Sandefjord, Noruega

El alegre sonido recorría todo el lupanar, desde las carcajadas de la mesa de al lado, pasando por la canción del bardo que tocaba junto a la chimenea al fondo de la sala, e incluso desde el piso de arriba los gemidos de las putas, hasta él, que miraba serio con su único ojo color jade cómo sus hombres disfrutaban del botín.

Las lámparas del techo eran varias cadenas de las que colgaban círculos de acero sobre los que había velas blancas a punto de consumirse. Las pocas antorchas de las paredes daban una iluminación al antro que seguía siendo tenue a pesar de su número.

Miró el jabalí con guisantes que había ante él, sin soltar el cuerno de cerveza. Pero no tenía hambre, así que dio un nuevo trago a su bebida y refunfuñó, observando a los que comían alrededor de aquella mesa larga rectangular que él presidía.

<<Estoy gastando menos oro del que debería –se quejó para sus adentros-. El Rey Halfdan debería ascenderme a jarl; estoy harto de navegar por mares que no me pertenecen y rapiñar tesoros que no serán para mí>>.

Indignado, dio un nuevo sorbo a su cuerno y dejó que la cerveza le atravesara la garganta hasta el estómago, como él había hecho desde su tierra hasta la maldita Sunderland. Aunque esperaba que su bebida no regresara al lugar desde el que partió, como hizo él.

- ¿Qué pasa, jefe? –le comentó Rompecráneos, un robusto oslense ya entrado en edad- ¿Es que no te gustan ni la comida ni las mujeres?

Rompecráneos en el pasado fue un animal de combate, temible hasta para sí mismo, pero se había convertido en un obeso mugriento que se dedicaba a las violaciones de las pocas chicas que lograba alcanzar a su ritmo. Aun con todo, conservaba la anchura de hombros y la robustez de antaño.

El capitán Tarald Ojomuerto contempló al subordinado con su único ojo, y su mirada abatida relataba también una pequeña ofuscación.

- Hoy tengo ganas de pensar.

Sus ojos regresaron al cuerno de cerveza que tenía ante sí y tironeó la falda de una mujer con los pechos al aire que portaba una bandeja.

La joven no entendió lo que le pedía el vikingo, y cuando se le sentó encima, Tarald le dio un empujón y una bofetada que le dejó la mejilla roja.

Una prostituta algo más inteligente comprendió las necesidades del caudillo, y le llenó el cuerno de cerveza.

Tarald le devolvió una sonrisa de dientes torcidos y amarillos, dos de ellos brillantes, de oro. Aunque aquel gesto era de complacencia, sabía que causaba cierto temor en sus receptores, ya que el ojo que bautizaba su sobrenombre permanecía oculto detrás de un parche, como si mirase algo que había en el interior de cada persona, algo que no podía esconderse de su metro ochenta y siete de altura.

Estiró sus fuertes brazos y comprobó que el mangual seguía a su lado, en el suelo, junto al quebrado escudo de madera cubierto por pieles negras desgastadas.

El frío entraba por la rendija que había bajo la puerta, así que el vikingo se arrebujó en su capa de oso, juntando las piernas.

Calzaba unas botas de cuero marrón reforzadas con más pieles, pero debajo de todo aquello llevaba un pecho tatuado al descubierto, al igual que los brazos, que mostraban dos grandes pulseras de oro que representaban a Jörmundgander, la serpiente monstruosa, que se mordía la cola para cerrar las argollas alrededor de cada muñeca.

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⏰ Last updated: May 13, 2013 ⏰

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