¿Existen los príncipes azules?

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—Lo siento, no pretendía quedarme dormido —dijo con cara de disculpa mi acompañante.

—Tranquilo no importa, creo que yo también he dormido un poco —quería evitar que se sintiese mal, la verdad es que era lo único que podía hacer ya que mis movimientos habían quedado limitados al agarrar su mano y junto con la música de mi móvil me quedé dormida.

A ambos nos habían despertado las pequeñas turbulencias que sufría el avión. El piloto aclaró que estábamos pasando por una pequeña tormenta pero que no había ningún problema.

—Por cierto, mi nombre es Alex. Te he pedido que me agarres la mano, me he dormido sobre tu hombro y ni siquiera me he presentado —comentó mi acompañante tendiéndome su mano, se le notaba realmente apurado pero hasta de aquel modo se veía adorable.

—Encantada, mi nombre es Cloe.

Y sin que yo pudiera preverlo me dio dos besos. Este chico cada vez me sorprendía más, aunque yo estaba encantada, ¿quién se queja cuando un chico guapo le da un beso, eh?

—¿Qué vas de vacaciones a Barcelona? —preguntó queriendo entablar una conversación.

—No, a mi padre lo han trasladado a Barcelona y nos hemos mudado, es la primera vez que vengo —le contesté mientras miraba por la ventanilla del avión, había notado como el avión bajaba de altura y había subido la persiana, quería ver si podían distinguirse ya los edificios y las carreteras.

—¡Ahh vaya!, espero que te guste esta ciudad, es preciosa, yo vine de vacaciones hace unos años y al final me quedé aquí —vi a Alex con una sonrisa, se le notaba que le gustaba vivir en aquella ciudad.

—Todo el mundo dice que es muy bonita, tengo amigas que han venido de vacaciones y me han dicho que no se vive nada mal —dije mirándole—, pero Sevilla, la ciudad en la que nací, para mí no tiene comparación con ninguna otra.

—Tienes razón, mi abuela siempre decía que Sevilla tenía algo que te enganchaba, que se te quedaba en el corazón y que tarde o temprano acababas volviendo.

—Pues sí, pero no me preguntes qué porque no lo sé —le contesté con una sonrisa.

Dicho esto empezamos los dos a reírnos, me parecía mentira que pudiera hablar de una forma tan tranquila con un chico al que acababa de conocer, pero me sentía realmente a gusto hablando con Alex.

Poco a poco fuimos tomando confianza y cuando nos quisimos dar cuenta habíamos aterrizado. Pude descubrir que Alex era profesor de primaria en un colegio de Barcelona, aunque no lo pareciera me llevaba casi diez años, pero la verdad es que estaba buenísimo. Continuamos hablando hasta la cinta donde teníamos que recoger nuestras maletas. Allí se lo presenté a mis padres y la verdad es que les cayó bastante bien.

Cuando casi teníamos todas nuestras maletas, todavía no había llegado la de Alex. Mientras esperábamos a que llegase mi perrita, mi padre le estuvo comentando que él ya había estado varias veces por Barcelona y que más o menos sabía moverse. Le explicó por donde estaba nuestra casa y casualidades de la vida, estaba relativamente cerca de donde vivía Alex.

Por fin llegó la maleta de Alex, una de las últimas, mientras, mi madre había ido a recoger a nuestra perrita.

La empresa de mi padre había puesto a su disposición un coche de alquiler hasta que llegara el nuestro desde Sevilla, pero en la agencia se habían confundido y en lugar de un monovolumen que fue lo que mi padre pidió para que cupiese todo, en su lugar le habían dado un coche de tres puertas y minúsculo, que parecía más bien, un coche para gnomos.

Por suerte para todos nosotros, Alex, al ver la situación, se ofreció a guiarnos hasta nuestro nuevo hogar. Mis padres le preguntaron si podía ir con él en el coche y él tan encantador como siempre, no puso ninguna pega. ¿Por qué era tan encantador?


Un último te quiero. (EDITANDO)Where stories live. Discover now