El vuelo

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Otra vez subordinada por el maremoto de pensamientos que me atormentaban cotidianamente cada vez que estaba sola con mi conciencia ¿Cómo podría dejarla ir? Eso de seguro era un talento divino.

Las calles de providencia a las once de la noche eran algo entretenido de ver, aunque la mayoría de los días en ellas  fueran igual al otro independiente de la estación del año. Eso sí, todo esto salvo los viernes y los sábados ya que cada uno tenía su siguiente ejemplar en la semana entrante. Debido a mí empleo, me era irrevocable pasearme por callejuelas oscuras a tal hora para llegar a mi automóvil estacionado en la penumbra de las malas luces de Santiago.

Hay días en los que amaba mi trabajo debido a mis problemas personales, pero habían días que los problemas de oficina eran un parto de sandia y prefería meterme a escondidas al parque de las esculturas olvidándome de casa, de mis compañeros de trabajo y de la sandia. Fue así entonces que se corrieron los puntos de mis medias al arremangarme la falda y trepar sin pudor las rejas del parque.

El parque era resguardado por un par de guardias durante las noches. Pero después de tantas angustias que me han llevado a escabullirme entre tantas expresiones artísticas tormentosas, me hice amiga de los guardias y ya no me tomaban por una triste drogadicta, sino más bien como una patética angustiada social que no creaba problemas y que se iba antes de la una de la madrugada.

Estas escapadas ya se habían vuelto tan comunes que siempre tenía un Maruchan dentro de mi cartera esperando con ansias un poco de agua caliente junto con un pobre mortal que fuera capaz de tragarse esa sopa de plumavit.

Como había salido preparada con agua hirviendo en un termo, me ubique en aquella estatua que era como dos conos huecos sin punta y con seis gruesos fierros  que delineaban su figura desde la base hasta la puntas. La estatua estaba con ambos conos acostados enfrentándose con las bases, ciertamente mi vocabulario junto con mi imaginación eran limitados para lograr nombrar aquel arte. En fin, me senté en una de las bases y prepare mi cena sin fijarme que en el cono frente al mío ya había otra persona.

-Hola- Aquella profunda voz masculina me atrapo en un miedo tan irrevocable como la muerte, pero contuve mis emociones tratando de mantener mi mente fría, ya que solo se trataba de otro humano en un solitario parque a altas horas de la noche. No debía asustarme, sería inconsecuente considerando mis actos así que salude cordialmente agregando que no me esperaba encontrarme a alguien escondido allí. El sujeto estaba muy bien escondido  haciéndose “bolita” en la punta del cono.

-Pensar que yo suelo verte pasear por aquí, pero solía evitarte hasta ahora que el destino había decidido inexorablemente ponerte frente mío sin darme chances de escabullirme- No pude evitar sentir un poco de grosería tras aquella confesión, pero aun así me quede ya que mi sopa estaba lista y no tenia ánimos de ir a buscar otro escondite o banca.

-El destino no es irrevocable, puedes irte sin culpa y olvidar a una desconocida como un pañuelo sucio que se te cayó en la acera-  Hablaba con la boca llena de fideos caliente, no iba a guardar la formalidad de los modales al comer luego de aquel desaire.

-Esa respuesta me convencería si nos hubiésemos encontrado en el puente a media mañana, a la misma hora que enfrentabas la hora como una enemiga y corrías entre los autos y groserías sin preocuparte de tus mocasines caros- Aquel extraño hombre me había sacado la foto de inmediato. Continúe comiendo.

-Mis zapatos no son caros, de otro modo no me andaría por estas horas entre la tierra el pasto y la mugre de las palomas-

-Nadie, ni con converse, andaría a estas horas por este lugar… Daniela- Dejé de masticar con la boca abierta tras oír mi nombre en sus podridos labios en aquella cara bajo la penumbra. Debía mantener la calma, hay muchas mujeres llamadas Daniela como para no poder achuntar con mi nombre por simple casualidad.

-¿Daniela? Así llamas a todas las mujeres para no darte la faena de aprenderte sus nombres- Lo increpe mientras daba un trago a la sopa llena de condimentos

-No que va, solamente lo hago con las que puedo hablar- Este hombre era demasiado extraño, además de que yo ya estaba sobrepasando los límites de la estupidez al quedarme ahí arriesgando algo más que tiempo mal vivido.

-En fin, ya es tiempo de marcharme mi estimado desconocido. Hasta nunca- Hablaba mientras guardaba mi termo con agua caliente dentro de mi bolso y luego me levante dándole la espalda lo más rápido posible.

-No te vayas aun Daniela, tenemos mucho que hablar antes de que se cumpla una eternidad- Me di vuelta para hacerle una grosería con el dedo medio, pero su cara de sicópata junto con el largo cuchillo que afirmaba con su mano izquierda, muy cerca de su rostro que se lograba ver claramente entre los gruesos fierros me hizo comprender el error… y mis piernas lo hicieron antes de que se lo mandara. Correr.

Hui lo más rápido posible a la entrada más alejada del parque, hacia el puente este.  Podía sentir sus fuertes pasos acercándose a toda velocidad en medio del silencioso Santiago nocturno de un miércoles y bajo la taquicardia de mi corazón adoptada por las suprarrenales.  Es ahí de nuevo mi mente que no podía conciliar un escape  digno sin aportillarme el alma.

-¡Te tengo!- El hombre, que aun no dejaba de ser una penumbra salvo sus ojos grandes y muy juntos me había cogido de la correa de mi cartera. Sin pensarlo, le vertí todo el Maruchan aun hirviendo  en su horrible mirada y continúe mi escape sin pelear por mi bolso borrando de mi mente sus amargos gritos. Llegue a la calle norte colindante con el parque al intentar ir al puente este, mire hacia atrás y el sujeto aun se refregaba los ojos con las mangas del abrigo que llevaba puesto. Si, aun tenía tiempo como para trepar la reja pero no para correr hacia la salida, así que la decisión ya estaba tomada, agarre con toda  mi fuerza aquellos fríos barrotes subiéndolos lo más deprisa posible, pero estos nunca se terminaban y cada vez me era más imposible lograr adherir mis manos aquel fierro enjuagado con mi sudor. Y de un momento el silencio absoluto invadió al parque, mire hacia atrás temiéndome lo peor pero antes de que mi cerebro lograra vislumbrar en tremenda oscuridad, sentí como el piso se alejaba de mis pies y era lanzada por los aires sin aviso sádico de mi villano.

La parte lumbar de mi espalda dio fuertemente contra algo de concreto, pero todo mi cuerpo siguió de largo, y así logre ver con lo que me había estrellado. La estatua de un ángel decapitado, donde su cuerpo era partido por un nudo entre el dorso y la bajada de la túnica sin esbozo de piernas en ella, fue lo que detuvo el impulso de mi vuelo y la razón de porque mi espalda era incapaz de sostener mi cuerpo para ponerme en pie.

-¿Así que te gusta arruinar el rostro de los demás? Lo lamento Daniela, ha llegado tu momento de aprender empatía-  Mi agresor cogió mi cuerpo sin mesurar su fuerza y agarro sin piedad mi rostro para refregarlo en las alas del santo anudado de cemento. Mis lentes fueron los primeros en sufrir, el concreto los hizo añicos antes de que estos cayeran por mi rostro y yo lograra vislumbrar el nombre del arma. El vuelo. 

El resto de la historia es cuento repetido. Mi nariz se fue pelando de apoco, haciéndome el favor de emparejar aquel cerro que siempre había odiado y lograba que mi rostro se asemejara a la de un Halcón. Entre tanto, mis labios se fueron secando  dejando así mi boca en carne viva y sin dientes, ya que periódicamente aprovechaba de quebrar un poco del ala del ángel con mi mandibula.

Morí con el dolor a carne viva, las lagrimas solo lograban quemar mi carne a la vista, mientras que en mi estomago se vivía un calvario entre tantas hormonas y el resto de Maruchan que nunca logre digerir y del que mi cuerpo siempre quiso alimentarse. Una muerte paso a paso, sin ninguna uña quebrada, y muy bien perfumada… fue, sin duda alguna, digna para una burócrata empedernida.

El vueloWhere stories live. Discover now