Parte 5

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Durante muchos días, Odile ordenó a los cisnes que vigilaran más de cerca al prisionero. La pequeña muchacha asesinada no valía más que un montón de polvo arrojado al vacío, pero Benno aún le daba mucha importancia, y quizás hasta pensara quitarse la vida para reunirse con su amor perdido igual que el tonto de Siegfried. Odile tenía que ayudarlo a superar el trauma, y una vez que eso pasara, el corazón del hombre estaría libre para que ella al fin lo hiciera suyo. Se hallaba ahora tan cerca de la meta... Casi podía ver la luz regresando a su alma, como un cometa largo tiempo extraviado en la inmensidad del espacio.

Se había mantenido lejos del lago a propósito para no saturar a Benno con su presencia en un momento tan delicado, pero ya era hora de volver, y por lo tanto se acicaló con más esmero que nunca. Esa noche su belleza resplandecía como una luna de obsidiana, de tal forma que la oscuridad misma parecía inclinarse ante ella en un gesto de admiración. Los cisnes negros también se hicieron a un lado al verla llegar, tocando la hierba con sus picos y extendiendo las alas en toda su envergadura. Odile se sintió como una reina, aunque no era ése el efecto que buscaba; sólo quería ser una mujer, una mujer hermosa y digna de un amor eterno.

Benno estaba de pie junto al lago, contemplando las aguas que apenas ondulaban en la brisa. En contra de lo que Odile había esperado, no había amargura en su rostro; más bien carecía de expresión, y sus facciones tenían el aspecto rígido y frío de las estatuas. La joven se detuvo un momento, preocupada. Luego continuó avanzando, pero con pasos lentos y cuidadosos.

—Buenas noches —dijo ella en un tono cariñoso. Benno parpadeó... y ésa fue su única respuesta. Odile extendió una mano para tocar su hombro—. ¿Ya te sientes mejor, querido? He estado pendiente de ti todos estos días, aunque me hallara lejos.

El hombre permaneció en silencio. Ni siquiera tenía las manos crispadas o el cuerpo tenso, y Odile pensó que aquello era una mala señal. ¿Y si alguna parte fundamental de él había muerto junto con la chica? No. Él tenía que ser capaz aún de sentir o no podría amarla, y si él no podía amarla, ¿de qué le serviría mantenerlo vivo? Sería mejor sacrificarlo, entonces, como a un pobre caballo con la pata rota. Odile sintió pena al considerar esa posibilidad. Inclinándose un poco más, besó en el cuello a su inerte prisionero, buscando así reanimarlo. Luego empezó a cantar por lo bajo, meciéndolos a ambos suavemente, como juncos. Él se dejó llevar y poco a poco también se unió a la danza de Odile, todavía sin dar señales de que hubiera en su interior algo más que sangre y vísceras. Bailaron durante largo rato, sin embargo, tan cerca uno del otro que sus cuerpos no dejaron de tocarse la mayor parte del tiempo. Era lo que ella más disfrutaba, percibir el calor ajeno sobre su piel en una suave caricia, y le resultaba mejor ahora, con Benno, dado que Siegfried siempre había estado fuera de su alcance. Ah, si tan sólo el hombre se rindiera de una vez... Se acabarían las peleas y la tristeza, y quizás hasta podrían comenzar una familia apenas se desvaneciera el hechizo. Odile jamás había considerado la idea de ser madre, pero si llegaba a conseguir el amor que pretendía, ¿por qué no intentar eso también? Así perpetuaría la herencia de Rothbart...

Benno se detuvo y sujetó a Odile con fuerza por la cintura. Los ojos le brillaban, pero la joven no logró determinar el significado de esto; aun así percibió contra su pecho los latidos de él, más intensos que de costumbre.

—¿Qué es lo que piensas? —preguntó ella.

En lugar de contestar la pregunta, él se inclinó para besarla. Odile no esperaba eso, era demasiado pronto, pero devolvió el beso sin titubeos de ninguna clase y oprimió al mismo tiempo la espalda del hombre con ambas manos. ¡Lo había logrado! ¡Él le pertenecía!

—Ámame —susurró Odile—. Ámame y todo estará bien. Compartiré la luz contigo y viviremos en la gloria.

Benno comenzó a desatar los lazos negros de su vestido, y ella, a su vez, desabotonó su camisa. Muy pronto estuvieron desnudos y él tendió a la joven sobre la hierba húmeda de rocío, todavía en silencio y sin dejar de besarla. Odile quería escuchar alguna palabra tierna; luego supuso que tal vez él las diría al final y por ello no insistió, permitiendo en cambio que Benno se colocara encima de ella a fin de poseerla. Benno la trató con delicadeza, moviéndose despacio al principio, acariciándole los pechos y el cuello con la presión justa, tal que Odile gimió de placer. Él escondió el rostro en su cabellera unos minutos, después miró hacia adelante, y por último cerró los párpados mientras los llevaba a ambos al clímax. Ella no se atrevió a forzar el contacto visual, por miedo a que Benno se arrepintiera y la soltara. Ya casi lo tenía en su poder por completo, no debía arruinar la primera victoria con exigencias frívolas. Habría tiempo de sobra en el futuro para que cada uno se perdiera en los ojos del otro como en los tiernos poemas de amor.

Él se apartó cuando terminaron y empezó a vestirse dándole la espalda. Tal vez se sintiera culpable, pensó Odile, y por eso no fue hacia el hombre para intentar besarlo. Mientras se vestía ella misma, le dijo:

—Será más fácil la próxima vez. Algún día despertarás y te darás cuenta de que eres feliz conmigo, y nuestra vida será maravillosa. Ahora descansa, amor mío. Regresaré mañana y podrás tenerme en tus brazos de nuevo. El hechizo no tardará en romperse.

Odile se marchó, sonriendo para sí con el recuerdo fresco de aquellas manos sobre su cuerpo. A pesar de la oscuridad, en su mente y su corazón había un resplandor creciente, como un amanecer dorado y sin nubes en el horizonte.

Sin embargo, el hechizo no se rompió ese día, ni al siguiente, ni en los meses posteriores.

(Continuará...)

Gissel Escudero

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