Capítulo VII

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Se hacía tarde

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Se hacía tarde. La noche se nos echaba encima y yo tenía que volver a casa. Lo cual me resultaba un fastidio. Era mi obligación y sin embargo, no quería irme. Todo se estaba poniendo en mi contra: el aire estaba limpio, podía escuchar el rumor de las olas y el sonido de las ramas de los árboles mecerse con la brisa nocturna.

Maldita sea, se estaba muy bien y me resistía a irme.

No quería volver al ruido, a la polución, a la masificación...ni tampoco quería el olor a metano saliendo de las alcantarillas ofendiendo mis fosas nasales. Y por supuesto, prefería las mariposas nocturnas y las luciérnagas, a las enormes cucarachas que se colaban por las rejillas de las alcantarillas de la ciudad para acabar en las despensas de la gente, como una plaga silenciosa e infecta. Y mi despensa no era la excepción.

Aquel lugar era salvaje, limpio y olía a naturaleza en estado puro. Mis pulmones lo agradecían. Y mi estado de ánimo, también.

Paseábamos por el muelle tras haber recorrido el pueblo y haber redescubierto sus encantos. Jack parecía haber rejuvenecido de golpe. No le reconocía en aquel estado de ánimo alegre y exaltado; mostrándome con evidente cariño y admiración todos y cada uno de los lugares que habían despertado su interés de una manera u otra.

Me encantaba aquel nuevo Jack y yo estaba cada vez más convencida de celebrar allí la boda. Era un acierto seguro y anhelaba poder echarle el guante al proyecto.

Las antiguas miradas de soslayo, pronto se convirtieron en miradas cómplices mientras me sentía cada vez más próxima a él, mientras disfrutábamos de la bebida en los diferentes locales del muelle, donde todo el mundo parecía conocerlo. Yo me lo estaba pasando en grande. Hacía tiempo que no me reía tanto. Me había soltado el pelo, tenía ganas de conocerlo todo y a todos.

Su compañía me estaba empezando a gustar.

Y era reconfortante. Aunque en el fondo, me resistía a caer en sus encantos. Tenía miedo, miedo a equivocarme otra vez. Y siempre tenía presente que Jack había sido el principio del fin de todo. Aunque ahora mi mirada dijera otra cosa.

Mi hermana siempre me decía que debía cuidar de no ser tan transparente, que mis emociones se leían como un libro abierto. Y que en parte, el principal motivo por el que mis relaciones hubiesen fracasado era precisamente ese.

"Ay, Emi...es que enseguida muestras tus cartas. Tienes que aprender a ser más comedida o si no se aprovecharán de tí...", me decía mas a menudo de lo que creía adecuado. Era mi hermana mayor y tenía la manía de meterse en mis asuntos, cuando lo único que necesitaba era su apoyo. No su consejo.

Y no, yo no estaba de acuerdo con su modo de ver las situaciones. Pensaba que tragarse las cosas era un error y prefería ser auténtica a vivir con una máscara el resto de mi vida.

Tenía sentido, Paola era abogada y vivía de su cara de póker. Es decir, de ocultar sus cartas. Me preguntaba si su manera de ver el mundo había sido condicionante para que su matrimonio acabase saltando por los aires. Ahora era madre divorciada de dos hermosos niños a los que adoraba y compartía custodia con un exmarido sumergido en la crisis de los cuarenta. Me reía al ver su foto de perfil en mis contactos. Podía ver que se había puesto un pendiente de aro que le daba un aire de corsario cutre bastante grotesco; también supe por mi hermana que se había apuntado al gym cuando nunca había sido muy fan del ejercicio físico y salía con la abogada que le había llevado el divorcio.

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⏰ Última actualización: Apr 25 ⏰

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