Introducción

769 87 0
                                    

A inicios de la primavera Benela Verdi la primera concubina del emperador Jaider entró en labor de parto y dio a luz a dos hermosos príncipes, esto no hubiera significado nada para el emperador, quien se encontraba sumamente atareado de tanto trabajo, pero, el hecho de que fueran dos bebes en lugar de uno fue lo que lo motivo a visitar a su concubina.

Al llegar al palacio de la concubina, eh ir a la habitación donde ella se alojaba diviso un bulto siento acurrucado por los brazos de su madre, mientras el otro pequeño bulto estaba en la cuna. La concubina al ver a su emperador le quito algunas mantas al bebé qué cargaba para mostrarle que era un varón con cabello gris al igual que el, sin embargo el solo paso de ese niño para ir rumbo a la cuna pues desde antes de llegar a la habitación de la mujer podía oír los sollozos del bebé que ahí se encontraba.

Al acercarse pudo ver a un pequeño ser con cabello rojo como su madre, envuelto en finas telas algo apretadas, el pequeño quería librarse de ese incómodo lugar, el al quitarle las mantas con las que estaba arropado pudo ver que no era un varón si no una niña qué al encontrarse libre de su prisión de mantas y aun llorando tomó con su pequeña mano el dedo de su padre y por primera vez, desde que la alejaron del calor de su madre y con las mejillas a un rojas de tanto llorar sonrió para aquel hombre.

El emperador estaba en shock pues sentimientos que creía que estaban enterrados, desde que asumió el trono salieron a flote, algunas lágrimas salieron de esos ojos cansados. Sus ojos, que antes parecían opacos, ahora brillaban con una nueva ilusión, la ilusión de una nueva vida. 

El tiempo pasó rápidamente y cuando mi hermano Bavilo y yo teníamos 16 años poco después de nuestro banquete de cumpleaños, mi padre, Jaider De Secramise, decidió que Arbezela entraría en guerra contra el ejército de las islas Orian.

Cuando se cumplieron 5 meses de que mi padre marchó y luego de mandar una carta donde explicaba que los médicos no se daban a bastó con los heridos, la emperatriz me mando al campo de batalla para apoyar con los heridos pues según a sus palabras, con mi gran mana yo servirá para sanar y curar a los heridos.

Aun qué se que ella solo quería que yo muriera en el campo de batalla. La despedida con mi familia fue difícil Bavilo parecía tan tenso y tan triste, mi pobre hermanito Kamal lloraba y se aferra a mi para evitar que me fuera, mi madre por otro lado sabia que la emperatriz quería deshacerse de mi y eso la mantenía furiosa.

– ¡¿Por que estas aqui?!. — Mi padre hablo furioso.

– Padre... E venido a ayudar con los heridos, sabes que soy la indicada para esto. — Hable mientras omito el hecho de que fue la emperatriz quien me mando aquí, pues tal parecía que ella no le escribio sobre esto.

–No, no ya perdí a un hijo no perderé a otro. — El parecía reacio a escucharme.

– ¡Emperador! No estoy aquí como su hija, vine aquí como una médico capaz para ayudar a los soldados del imperio al que jure servir. — Despues de decir aquellas palabras me postre tal y como la hacen los caballeros del imperio.

Mi padre me miro atónito y podía ver en su mirada que no estaba de acuerdo con esto sin embargo me dejó quedarme, claro con la condición de que no saliera del área médica y que tendría a dos soldados para cuidar de mi.

Desde entonces he permanecido aquí dentro de las carpas médicas, usualmente atiendo a los más heridos. Primero atiendo aquellos que les faltan extremidades y los regreso a sus hogares para que se reúnan con sus familias, una vez el área se libera poco a poco mando a lavar las sábanas y luego las esterilizo con agua hirviendo.

Los heridos de menor gravedad los atiendo y curó mas rápido, pues según mi padre yo recibí la bendición de un dios que podía transformarse en un ave dorada que podía curar cualquier enfermedad.

Eleanor De Secramise.    //Las joyas de la princesa Where stories live. Discover now