Prólogo.

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Papá cargaba una gran pierna de carne que azotó sobre la mesa metálica, la sangre se esparció en todas las direcciones sobre el metal, escurriendo lentamente; sus manos vigorosas manipularon el trozo de manera adecuada para que la sierra cumpliera...

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Papá cargaba una gran pierna de carne que azotó sobre la mesa metálica, la sangre se esparció en todas las direcciones sobre el metal, escurriendo lentamente; sus manos vigorosas manipularon el trozo de manera adecuada para que la sierra cumpliera con su objetivo. El filo estaba cubierto de carmín, el líquido adherido a la hoja, brillaba al resbalar con lentitud, parecía un río de diamantes que me mantenía cautivado cada vez que lo veía. 

Siempre me gustó el color de la sangre.

—Debes mantener tus manos fuera del filo, Klaus —dijo papá. Encendió la sierra y el sonido que hizo perpetuó en mis oídos.

Efectué una suave mueca por el ruido, siempre me pasaba, incluso al escuchar las herramientas que se usaban todos los días, no me acostumbraba hasta que pasaban varios segundos.

—La sierra es capaz de cortar huesos y músculos fibrosos, lo cual es imposible hacer con un cuchillo normal, si toca alguna parte de tus manos, dala por perdida. —Asentí, ponía mucha atención a lo que decía, tenía ocho años y al fin papá me enseñaría sobre el negocio familiar.

Los cortes que hacía eran exactos, las rebanadas de carne caían una detrás de otra, estudiaba la manera en que evitaba el filo y por un vago segundo me pregunté cómo sería cortar un brazo humano, ¿los trozos de carne caerían igual que los de los animales? ¿La textura sería parecida? ¿Y el olor?

Mis pensamientos no me parecieron alarmantes, tampoco extraños, era normal que me abordara ese tipo de curiosidad.

—Ven aquí, Klaus, acércate.

No dudé un segundo en obedecer, mis pies se movieron en dirección a mi padre y la sierra. La sangre goteaba de la mesa metálica y salpicaba mis botas de goma, el goteo captó mi atención por unos instantes, el rojo se esparcía en todas las direcciones y acababa distribuyéndose lentamente en las baldosas de cerámica blanca, las líneas que las dividían se atestaban del líquido y brillaba, brillaba más.

—Tómalo —incitó papá, ofreciéndome un cuchillo fileteador.

Era color plateado con una hoja larga, delgada, flexible y la luz iluminaba maravillosamente el filo, era hermoso, extraordinario. Había visto trabajar a papá con él, era versátil y fileteaba los trozos de carne de manera limpia.

Lo cogí y apoyé mi mano sobre la carne blanda y fría, la textura era suave, mucho a decir verdad, me gustó sentirla; después, ejercí solo un poco de presión mientras papá me guiaba al hacer el primer corte. Deslicé la hoja a través de la superficie que quería filetear, fascinado por la forma en que cedía, una sonrisa se extendía por mi rostro, quería seguir cortando, quería seguir usando cuchillos, lo que sentía me llenaba el pecho de una satisfacción inmensa.

—Vas a ser muy bueno con los cuchillos, Klaus —miré a mi padre y el orgullo relucía en sus orbes idénticos a los míos.

—Te haré sentir orgulloso, papá —prometí.

Y cumplí, aunque no de la manera que hubiera pensado.

Wicked game ©Where stories live. Discover now