III. En la colina de la melancolía

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Enamorarse es una experiencia que tiende a resultar bien si es recíproca. Rara vez resulta dolorosa o trágica si es una experiencia en que las partes involucradas desean compartir tiempo, sienten la conexión y existe la química para que esa relación resulte.

Pero hay veces que las relaciones amorosas recíprocas, resultan llenas de baches y vacíos, de resentimiento y por ende, de dudas, que se convierten en un verdadero suplicio para las emociones.

¿Se puede amar a alguien que demuestra amor, pero que también te confunde con acciones que parecen justamente lo contrario a demostrar ese amor? ¿Se puede amar a alguien tanto como para permanecer inamovible ante la idea de que no ejerza ninguna acción clara, contundente y demostrativa de amor sincero?

Como persona, a veces evitas estos cuestionamientos. Son dolorosos. Te rompen el corazón cada segundo. Te sientes de la mierda. Te sientes tan de la mierda, que no eres capaz de hacer nada. No puedes concentrarte, no puedes comer, no puedes dormir, no puedes vivir. Te limitas a existir, a llorar a solas por la noche para que nadie escuche, a sufrir en total silencio porque la lejanía de la única persona que añoras, resulta insoportable.

Y esa persona simplemente no parece entender esos sacrificios. No parece ser capaz de ver ni lo que es capaz de controlar. O eso es lo que sientes . En tu sufrimiento, rara vez eres capaz de dejarlo de lado para ponerte en los zapatos de la persona que amas y lograr sentir lo que esa persona siente: No eres capaz de ver que también le duele y que de la misma manera, la distancia le aniquila.

Tal vez te resulta improbable que te piense, porque es más fácil asumir que le va bien y que no te piensa o no le importas en ese momento; te resulta familiar que se aleje deliberadamente durante los días que pareces disponible y tú te alejas cuando ves que puede enviarte un mensaje o correo electrónico pero no lo hace.

Hay días que sientes el corazón más roto que otros. Días en que el sol brilla, alto en el cielo, pero no te ilumina a ti. Días en que su sonrisa sería capaz de eliminar tu tristeza, pero no puedes verla. Días en que recuerdas la forma en que sus ojos te miran, como si no existiera nadie más en el mundo para observar, pero sus ojos no se abren junto a tu cabeza en la mañana o se cierran mirándote antes de dormir.

La vida resulta dura cuando tu hogar es nómada y no estás dentro de él para que te lleve a dónde sea que vaya.

La vida se convierte en un sitio en el que hay días en que deseas no estar.

Luego, ese ciclo se repite.

Te llama. Te envía un mensaje. Y te sientes feliz porque volverás a ver sus ojos y a hablarle y volverá a sonreírte de la misma manera, y volverá a hacerte sentir que vuelas y caes sobre esa misma nube de nuevo.

Se ven y todo tu mundo es él de nuevo.

Y luego se va. De nuevo. Se va.

Y aunque sabes que volverá, y que tendrás de nueva cuenta sus brazos rodeándote, su sonrisa acariciándote y su corazón latiendo junto al tuyo cuando eso suceda, también sabes que te espera otra noche de nuevo en que llorarás a solas contra la almohada y añorarás una vez más que te mire otra vez; que su presencia te conforte y que nunca se vaya.

Mi vida pensando en la muerteWhere stories live. Discover now