2. día azul.

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En la academia, todo era muy monótono. Todo era igual. Siempre la misma rutina. Levantarse, estudiar, comer, repasar, dormir.
Siempre las mismas vestiduras. Celeste para los nuevos, azul para los avanzados, marino para los antiguos.
Siempre las mismas comidas. Avena por la mañana, proteína a medio día y un vaso de leche agria en las tardes.

Se pasaba todo el día en los libros que los instructores le obligaban a leer y aprender prácticamente de memoria.

Esta no era la vida que Douclai pensaba que tendría ingresando en la famosa academia Incantare, la mejor escuela de encantamientos conocida en todo el reino de Argenta.

Y es que él no era como los demás. Él era un anómalo. Un erudito vago, un letrado negligente, un estudioso perezoso.

Sin embargo Douclai es hijo de padres magos - sacerdotes, por lo que no se le estaba permitido elegir otra opción. Él sería lo que su derecho de nacimiento le obligaba. Ser la siguiente generación de un "Discantus" en la familia.

- ¡Qué pereza! - bostezó ruidosamente y estiró sus brazos distendiendo los músculos agarrotados de la espalda luego de pasar varias horas leyendo encorvado un tomo de historia de maleficios menores.
- Te llamarán la atención nuevamente... - susurró Fabnia tras su libro a mi lado. Ellos se encontraban en la gran biblioteca de la academia, en la sección que los profesores llamaban "el mundo silencioso", porque estaba lleno de cubículos insonorizados; salones hexagonales de 5 pasos largos de diámetro y al menos 20 de alto, con una mesa de madera anaranjada y desvaída en medio y seis sitiales a su alrededor. Eran espacios pensados para que los alumnos pasaran extensas horas de su etapa escolar, aprendiendo y memorizando los dos mil y un encantamientos que se conocían hasta el momento en el reino de Argenta, entre otras cosas.

Douclai se detuvo y bajó los brazos molesto.
- ¡No sé cómo puedes considerar estas biblias tan detallistas y lentas, una lectura entretenida!

- La verdad es que lo es - apuntó Fabnia verdaderamente interesado, mientras pasaba a una nueva página. - Es apasionante que los grandes ancianos lograran, luego de muchos procesos de ensayo y error, dar con la palabra adecuada para que el hechizo hiciera efecto. El poder de las palabras es realmente fascinante. 
-...y a-bu-rri-do - terminó Douclai separando las sílabas, como si esa palabra fuera un nuevo encantamiento.
Fabnia levantó la vista de su libro apenas un par de segundos, lo miró desdeñoso con una ceja alzada y luego retomó su lectura.

- En serio Fabnia, no sé qué le ves de interesante a que un anciano que vivió hace un par de milenios atrás supiera que con decir "carpere" recogería un libro del suelo con magia. Estoy seguro que habría perdido menos tiempo si movía el culo y lo cogía personalmente... - se quejó recostándose en su sitial y poniendo sus brazos tras la cabeza.
- "Un pequeño paso para un "Discanti" y un gran paso para el mundo de la magia."
- ¡Ja! - exclamó sin humor Douclai.

Siempre era así. No había forma de hacer cambiar de opinión a su compañero de catre.
Llevaban más de tres años internos en la academia, y seguía sin comprender realmente por qué le motivaba la lectura sobre qué hicieron o no unos viejales qué probablemente ni huesos ya habría dentro de sus tumbas.

Douclai sentía dentro de su alma que para aprender verdaderamente algo, tenías que estar en los sitios en donde pasaban las cosas; tener experiencias vivenciales. Dentro de cavernas oscuras con grandes monstruos y pájaros llaplilos volando por doquier, en mausoleos tétricos de antiguas criaturas místicas ya inexistentes o en islas malditas en donde la única manera de sobrevivir sería encontrando el libro que tuviera el hechizo adecuado para cantar.

Douclai bostezó nuevamente.
Dioses, ¿es que en serio no existe otra manera de hacer los días más aburridos?

- ¡Toc toc! ¿Terminaron? - llamó una voz, y una cabeza llena de rizos azabache asomó por la puerta entreabierta del cubículo, dejando ver unos enormes lentes que bien podrían servir de lupa y que empequeñecían los ojos. No podría ser otra persona que Ralka, su compañera de clase.
Era una chica atractiva para tener sólo doce años y es que la preadolescencia no había sido tan desventajosa en ella como sí lo era con la mayoría de los chicos de su misma edad. Y siempre y cuando se sacara los lentes de empollona y dejara mostrar unos ojos aceitunados color avellana.

BisolarisWhere stories live. Discover now